Tanto madres como padres sufren la carencia del lazo matrimonial. En general, las madres solteras se quejan más de conflictos con sus hijos y de tener menos control sobre ellos que las casadas. Llegados a la edad adulta, los hijos de matrimonios unidos afirman tener una relación más cercana con sus madres que los de parejas divorciadas. 

Según un estudio realizado en Estados Unidos, un 30 por ciento de jóvenes cuyos padres se habían divorciado reconocieron tener malas relaciones con sus madres, algo que sólo admitían un 16 por ciento de los hijos cuyos padres habían permanecido casados.   

En el caso del padre, la buena relación con los hijos depende aún más de que éste permanezca casado con la madre. Un 65 por ciento de jóvenes cuyos padres se divorciaron se llevaban mal con el padre (en el caso de las parejas no divorciadas, sólo un 29 por ciento). En general, los niños cuyos padres se divorcian o no llegan a casarse ven a sus padres con menos frecuencia y tienen relaciones menos cariñosas con sus ellos que los de padres casados que permanecen juntos. 

Los estudios sobre los hijos de parejas divorciadas sugieren también que la pérdida de contacto con el padre después de un divorcio es una de sus consecuencias más perjudiciales.42 El divorcio parece tener un efecto aún más negativo sobre las relaciones entre el padre y los hijos que el convivir con un matrimonio infeliz. Incluso los padres biológicos que viven con la familia (madre e hijos) sin estar casados, no suelen estar tan involucrados con sus hijos como sus iguales casados que viven en el mismo hogar con sus hijos.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.

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