Aunque la cohabitación es un estado extremadamente heterogéneo, como grupo social, los miembros de parejas no casadas que viven juntos se parecen más a los solteros que a los casados. Algunas parejas ven la convivencia como un preludio al matrimonio; otras, como alternativa al matrimonio. Unas la perciben como una oportunidad para poner la relación a prueba antes de casarse; otras la consideran una manera cómoda de mantener una relación.

Por otra parte, los adultos que conviven en pareja se parecen más a los solteros que a las casados en cuanto a salud física, bienestar emocional y psicológico, y a sus activos y sueldos. 

También los niños cuyos padres cohabitan sin estar casados presentan comportamientos más parecidos a los de los que viven con padres solteros (o casados más de una vez) que a los de familias unidas. Esto parecería indicar que no son tan felices como los niños que viven en familias unidas y con sus padres casados. Un estudio realizado en 2004 demostró que los adolescentes que viven en hogares de cohabitación tenían mucha más tendencia a experimentar dificultades emocionales y de comportamiento que los que de familias con padres casados, incluso entre un amplio abanico de factores socioeconómicos y de educación.
Otra investigación desarrollada en EEUU revela que un 50 por ciento de niños nacidos de relaciones de cohabitación sin matrimonio ven acabar la relación de sus padres antes de alcanzar los cinco años (un 15 por ciento entre los padres casados).46 Según este mismo estudio, los latinos y afro-americanos son los más propensos a vivir este tipo de separaciones.

Los padres que cohabitan suelen dedicar menos recursos económicos a sus hijos. Un sondeo demostró que los padres que cohabitan dedican menos parte de sus ingresos a educar a sus hijos que los casados, y que gastan proporcionalmente más que ellos en alcohol y tabaco.48 Así pues, todo apunta a que las parejas de hecho constituyen una base mucho menos estable para los hijos que los matrimonios.

Los efectos de selección tienen un peso importante a la hora de diferenciar entre los padres casados y los que cohabitan. En su conjunto, las parejas que conviven sin casarse (y que no están prometidas) tienen sueldos menores y menor nivel de formación. Asimismo, estas parejas manifiestan, en general, peores relaciones que las casadas. Entre otros aspecto, las parejas de hecho hablan de más conflicto, más violencia y menor nivel de satisfacción y compromiso.  Incluso los padres biológicos que viven con la madre de sus hijos tienen relaciones de menor calidad y tienden a separarse más que aquellos que se casan. 

La cohabitación es distinta del matrimonio, en parte, porque quienes eligen simplemente vivir juntos están menos comprometidos con la vida en pareja y con su futuro conjunto. Una dificultad que afrontan las parejas de hecho es que a menudo están en desacuerdo en cuanto a la naturaleza y el futuro de su relación. Por ejemplo, para uno puede anticipar el matrimonio y para otro considerarse como una forma cómoda de tener pareja. Una consecuencia parcial de todo ello es que estas parejas suelen consolidar menos sus ingresos.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.


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