La economía y el estado democrático modernos dependen de las familias para formar a la nueva generación de contribuyentes y trabajadores productivos. Esta renovación en el desarrollo del capital humano es uno de los ingredientes principales de la economía nacional, que ahora está en peligro en las sociedades con una población cada vez más envejecida y con unos índices de natalidad más bajos que los de mortalidad. Es en el ambiente familiar donde los jóvenes desarrollan hábitos de trabajo estables y una autoconfianza bajo la tutela de sus padres, y este aprendizaje prepara, a su vez, las bases para el futuro desarrollo de unas aptitudes útiles y necesarias para tener una profesión. 
El matrimonio antepone los intereses de las personas a los propios, y así reduce la tendencia de los individuos y grupos a tomar decisiones irreflexivas e imprudentes que desperdicien la herencia de las futuras generaciones. La familia también proporciona vínculos de confianza y capital que son como los cimientos de una pequeña empresa (también de algunas grandes sociedades anónimas), que son clave para el vigor de la economía de una nación. Además, los cónyuges e hijos adultos ayudan a los enfermos y a los ancianos, mantienen la solvencia de los programas de pensiones y de los seguros sociales al prestar asistencia no remunerada a sus seres queridos, pagan los impuestos, y tienen hijos que formarán las futuras generaciones de trabajadores contribuyentes. En otras palabras, sin familias que prosperen, la salud a largo plazo de la economía moderna corre peligro.

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