Las pruebas empíricas que apoyan el matrimonio son claras. El matrimonio es de gran ayuda para los adultos y en especial para los niños, ya que nos proporciona muchos de los bienes de nuestra vida social moderna: bienestar económico, seguridad, felicidad personal, comunidad próspera, gobierno limitado. Pero es necesario que la defensa racional del matrimonio no se base simplemente en datos sobre su utilidad, y, por lo normal, los que deciden casarse no lo hacen porque estén motivados, ante todo, por un cálculo utilitario. Sólo cuando el matrimonio se valore en sí mismo, y no como un medio para otros buenos fines, niños, adultos y sociedades recogerán sus profundos beneficios. Para esto se necesitan defensores del matrimonio (profesores, poetas, líderes religiosos, padres y abuelos, modelos a seguir) que describan y defiendan por qué el matrimonio es una buena elección en la vida de un modo que impacte en la experiencia humana.
Algunos filósofos de la moral se han ocupado en la reflexión y consideración de la naturaleza del matrimonio como un bien humano profundo, y han buscado, mediante el análisis, una mejor manera de entender lo que la mayor parte de las personas dice ser de sentido común. No todos los firmantes de la presente declaración aceptan este enfoque o perspectiva de ley natural, pero lo incluimos porque representa el punto de vista de algunos partidarios del matrimonio.
El matrimonio también ofrece a los hombres y mujeres, cuando se unen, un bien que no pueden encontrar de otra manera: una entrega mutua y completa de su persona. Este acto recíproco se solemniza en un pacto de fidelidad: la promesa de permanecer juntos como marido y mujer en las alegrías y en las penas de la vida, y de educar a los hijos que puedan venir como resultado de esta unión personal, sexual y familiar. El matrimonio une a dos individuos para toda la vida, y une a ambos con la siguiente generación que seguirá sus pasos. El matrimonio eleva, ordena y a veces limita nuestros deseos naturales para cumplir con un objetivo moral más elevado de fidelidad y cuidado de los demás.
El compromiso del matrimonio de por sí incluye la permanencia y la exclusividad: una pareja perdería lo mejor de la unión que buscan si ve que su matrimonio es sólo temporal o abierto a la infidelidad.
¿Para qué sirve una promesa de amor efímera? ¿No es injusto para uno de los cónyuges que el otro sólo le quiera mientras satisface sus deseos? De la pérdida de significado del concepto de permanencia del matrimonio emerge la cultura contemporánea del divorcio, que mina el acto de entrega de uno mismo, que es la base del matrimonio. El compromiso del matrimonio, en tanto que vinculante, es un seguro para afrontar las inseguridades que depara la vida: es la seguridad de que los cónyuges se enfrentarán al futuro juntos hasta que la muerte los separe. Al mismo tiempo, el matrimonio va más allá de la pareja y mira hacia la futura descendencia, que garantiza el futuro desde una generación a la siguiente.
El matrimonio es sexual por naturaleza. Da un significado de unión y procreación a la líbido sexual, lo que diferencia al matrimonio de otro tipo de uniones. La proximidad emocional, espiritual y psicológica de los cónyuges sobreviene cuando tiene lugar la extraordinaria unión biológica entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio: el acto sexual. En la unión sexual conyugal, el amor entre un hombre y una mujer se materializa.
Nuestros cuerpos no son meros instrumentos. Nuestros “yo” sexuales no son meros genitales. El hombre y la mujer están hechos para relacionarse y complementarse entre ellos, con el fin de encontrar unidad en complementariedad y complementariedad en la diferencia sexual. El mismo acto sexual que une a los cónyuges es también el acto que crea una nueva vida.
Hombre y mujer comparten sus vidas y, en el momento sexual, comparten una vida en potencia. El amor conyugal encuentra su mayor realización y expresión en la procreación. Los niños encuentran en la familia la seguridad y el apoyo que necesitan para desarrollar todo su potencial, basados en un compromiso público y anterior de sus padres para convertirse en una familia.
Esta manera de entender el matrimonio no es estrictamente religiosa.Es la articulación de varias verdades universales sobre la experiencia humana, una exposición de las probabilidades de elevar la condición
humana mediante el matrimonio que todos los seres humanos pueden tener a su alcance.Muchas parejas de mentalidad secular desean las ventajas que ofrece el matrimonio: un vínculo de amor permanente y exclusivo que une a un hombre y a una mujer, y a sus hijos.
Pero el matrimonio no puede sobrevivir o prosperar cuando se destruye el ideal del matrimonio. En el campo del estado civil, las maneras radicalmente diferentes de entender el matrimonio amenazan con crear una sociedad en la que no sea posible para los hombres y las mujeres entender los bienes únicos que contiene el matrimonio: la fidelidad entre hombre y mujer, juntos como madres y padres potenciales, unidos a los niños que pueden haber sido fruto de la unión conyugal. Es esencial mantener una sociedad que  respalde lo bueno del matrimonio para garantizar que el matrimonio es un bien público. Y en una sociedad libre como la nuestra, una fuerte cultura del matrimonio también fomenta la libertad y alienta a los adultos a
gobernar sus propias vidas y educar a sus hijos de forma responsable.
Como abogan partidarios honestos del matrimonio entre personas del mismo sexo, abandonar la concepción conyugal del matrimonio, la idea del matrimonio como una unión entre dos cónyuges que se complementan sexualmente, significa eliminar cualquier principio que limite el número de cónyuges a dos. Esto supondrá la legalización de la poligamia y el poliamor (el matrimonio entre un grupo de personas), y el desarrollo de una sociedad en la que el matrimonio pierda su significado y su rango, con unos resultados desastrosos para los niños educados en un mundo de caos posmatrimonial. 
La ley es determinante para mantener esta profunda concepción del matrimonio y la gran variedad de bienes que conlleva. La ley desempeña un papel pedagógico: o bien instruye a los jóvenes en la idea de que el matrimonio es una realidad en la que la gente puede escoger participar o no, pero cuyas características no pueden ser cambiadas por los individuos a placer, o bien enseña a los jóvenes que el matrimonio es una mera convención, tan maleable que los individuos, parejas o grupos pueden escoger la opción que mejor se adapte a sus deseos, intereses o metas personales del momento.
En nuestra defensa del matrimonio como una manera de vivir beneficiosa para hombres y mujeres, no podemos ignorar la cultura y la forma de gobierno que sostienen esa forma de vida. Un filósofo de la Universidad de Oxford, Joseph Raz, que se describe como liberal, es bastante crítico, y con razón, con las formas de liberalismo que afirman que la ley y el Gobierno pueden y deben ser neutrales respeto a las diferentes concepciones de la bondad de la moral. Dice así: «La monogamia, suponiendo que sea la única forma válida de matrimonio, no puede practicarla un individuo. Se requiere una sociedad que la reconozca y la apoye a través de la actitud de sus miembros y de sus instituciones oficiales».
Lo que quiere decir el profesor Raz es que si la monogamia es de hecho un elemento clave dentro de la sólida idea de lo que se entiende por matrimonio, este ideal necesita que la ley y las formas de gobierno la preserven y la promuevan. Pero una sociedad basada en el matrimonio no puede florecer en una sociedad cuyas instituciones principales –universidades, tribunales, legislaturas, instituciones religiosas– no sólo no defienden el matrimonio, sino que lo deterioran tanto conceptualmente como en la práctica. Si el mundo social trata el matrimonio como algo fungible o insignificante, cuando los jóvenes alcancen su mayoría de edad nunca aprenderán lo que significa estar y permanecer casado, ser fiel al cónyuge al que escojan y cuidar a sus hijos.

Fuente:
Matrimonio y bien común: Los diez principios de Princeton. SOCIAL TRENDS INSTITUTE. Barcelona – Enero de 2007.

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