Primero, me preocupa el hecho de que las parejas creyentes son tan susceptibles al divorcio como las que no son creyentes. A pesar de los inagotables recursos divinos a nuestra disposición, las probabilidades de que un matrimonio creyente dure toda la vida son tan bajas como las de los no creyentes. Los seguidores de Cristo están decidiendo abandonar su compromiso matrimonial en alarmantes cifras que crecen cada año.

La segunda parte que me molesta tanto, es el caos que el divorcio impone sobre los hijos. Esa devastación incluye a los hijos adultos del divorcio. Actualmente menos de tres cuartas partes de todos los hijos estadounidenses viven en hogares con dos padres; y la escena no es mucho mejor en otros países. El divorcio está lisiando a las generaciones emergentes.

¿Por qué preocuparse tanto?
¿A qué tanta alharaca? Tal vez esto se pregunte usted. Dicho sin ambages, es que el divorcio no es lo que planificó Dios y tampoco le agrada. Clara y sencillamente Dios planeó que hubiera un hombre y una mujer en un matrimonio, y que este durara toda la vida. Él se complace cuando una pareja de padres de sexo masculino y femenino crían a sus hijos en saludable temor y tierna enseñanza del Señor. Se honra a Dios y se le complace maravillosamente cuando las familias funcionan con comunicación abierta, dando modelos ejemplares, cultivando confianza, amor, disciplina, protección. De hecho, Dios quiere que su Iglesia modele esos distintivos, sin empañarlos con el divorcio.
Otra preocupación crucial es que el divorcio da comienzo a un ciclo que nunca mejora, y siempre erosiona. Una vez que el pensamiento de salirse del matrimonio se convierte en una alternativa, la permanencia del matrimonio se socava sutilmente; y una vez que esa mentalidad domina, la caída resbaladiza se acelera.

El escritor John Powell hace un trabajo magistral al describir cuán ingenuamente nosotros esperamos la felicidad en la vida de otra persona. Lea sus palabras con cuidado y detenimiento.
«Hace algunos años un abogado de divorcios emitió la opinión de que la mayoría de los divorcios son el resultado de expectativas romantizadas. Julio piensa que casarse con Alicia será la felicidad suprema. Él la llama “Ángel” y “Dulzura”; ella es todo lo que jamás necesitará. Le canta la letra romántica de canciones de amor. Luego, poco después de que las campanas nupciales se han convertido en eco, la verdad se asienta: hay expresiones desagradables de temperamento, ganancia de peso, comidas quemadas, ruleros en la cabeza, mal aliento ocasional y olores corporales. Silenciosamente se pregunta cómo se metió en esto; y en secreto piensa que ella lo ha engañado. Él había apostado su felicidad en su “Carita de ángel”… y evidentemente perdió.

Matrimonio»Por otro lado, antes del matrimonio el corazón de Alicia late más rápido cada vez que piensa en Julio. Será el cielo casarse con él. “Simplemente Julito, y yo, y el bebé, seremos tres… en mi cielo azul”. Luego hay cenizas de cigarrillos, la adicción de él a espectáculos deportivos en la televisión, insensibilidades pequeñas pero dolorosas; la ropa regada solo en orden cronológico. Su caballero de reluciente armadura se ha convertido en un vagabundo. La tapa del dentífrico se ha perdido, la manija de la puerta que él ha prometido reparar todavía se le queda en la mano. Alicia llora mucho, comienza a buscar “consejeros matrimoniales” en las páginas amarillas. Julio la llevó galanamente hacia la puesta del sol; de ahí en adelante todo ha sido tinieblas.

»El cincuenta por ciento de todos los matrimonios terminan en divorcio. El sesenta y cinco por ciento de todas las segundas nupcias terminan en la misma traumática tristeza. La desilusión siempre parece seguir cuando se espera que alguien o algo nos hagan felices. Esas expectativas son un desfile sobre el cual siempre llueve. El lugar llamado “Camelot” y la persona “correcta” simplemente no existen… Una vez vi una caricatura de una mujer enorme parada sobre su diminuto marido sentado, exigiendo: “¡Hazme feliz!” Era una caricatura, con la intención de provocar risa. Era una distorsión de la realidad, y por ello era cómica. Nadie puede hacernos verdaderamente felices o verdaderamente desdichados.»

¿Cuándo aprenderemos eso?
El matrimonio no fue diseñado para hacerlo feliz a usted, ni a nadie; por consiguiente, su desdicha no es razón para terminar el compromiso de toda una vida. La felicidad es solo la cubierta del pastel. Como lo he dicho por años, no es el amor lo que mantiene unido al matrimonio, es el compromiso. El amor, como una emoción, sube y baja con el tiempo. Hay solo unas cuantas noches para caminar bajo la luz de la luna. Las enfermedades, angustias, quebrantos, desilusiones, envejecimiento y adversidades obran contra el amor romántico; pero esos mismos conflictos pueden fortalecer el compromiso.

Todas estas malas noticias subrayan el poder destructivo del pecado. Desde que el derrumbe del pecado comenzó en Génesis 3, todos los matrimonios han luchado contra la influencia destructiva del pecado.
Cuando se atraviesan tiempos difícilesConflictos, maltrato, engaño, baja estima propia, egoísmo e inmoralidad… ponga todo esto en la mezcla del matrimonio, y no es sorpresa que necesitemos del poder de Dios para sobrevivir.
La buena noticia es esta: en Cristo hay esperanza para atravesar los tiempos difíciles que llevan al divorcio, sin que importe en qué parte del ciclo se encuentre usted.

Tomado del libro: Cuando se atraviesa tiempos difíciles de Grupo Nelson

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