Es un sacramento y es parte de la vida espiritual de cada creyente, pero bien sabemos que recibe constantes ataques. Este sacramento, que cada vez pierde más valor entre las sociedades tecnológicamente avanzadas, tiene como enemigos: el mal, el mundo y la carne.
El mal utiliza las engañosas atracciones del mundo y la sociedad que no comparten valores para estimular deseos egoístas, y son éstos los que alejan al alma de Dios y sus planes.
Dado que en una relación el control es compartido por igual por cada esposo, ambos deben ser abiertos, saber perdonar, ser flexibles y, si se llega a un punto en que la relación puede hacer sentir temeroso o inseguro a algunos de los dos, han de evitar lo que no se pueda controlar.
Los esposos no están solos en el cumplimiento de su misión en la tierra. Los enemigos son fuertes, pero mediante la oración y la orientación espiritual apropiada, la pareja encuentra la confianza para enfrentar cualquier situación.
Lo mejor que pueden hacer por su matrimonio radica en esforzarse por lograr la santidad. Mientras más llenos estén de Dios, más abiertamente vivirán su vocación matrimonial.
Como seres humanos, los esposos son vulnerables al egoísmo y a la autosuficiencia, a la impureza del alma y cuerpo, a la auto-complacencia, a la rutina, y si tratan de combatirlo solos, los vencerá. Por eso existe la pareja, para ayudarse mutuamente.

Fuente: http://www.lecristo.com/index.php/

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