Es claro que quien no sigue su luz interior, se encontrará pronto en tinieblas y un poco más tarde en la obscuridad, se alejará de sí mismo y en ese mismo acto se alejará de Dios.
Obedecer a otro, hacer la voluntad de otro sin haber aceptado interiormente no es ‘obediencia’ es servilismo, adulación, enajenación vergonzosa de la dignidad. Obediente es quien hace lo que otro quiere porque él mismo también lo quiere. No debemos prescindir nunca de nuestra libertad, ni de la responsabilidad que nos asiste en nuestras acciones. La verdadera obediencia presupone ser interiormente independiente, implica hacer voluntariamente lo que otro quiere, claro, siempre que esté en armonía con la propia luz interior. Nunca debemos prescindir de nuestra libertad, sólo bajo esta premisa es posible obedecer.

Quien actúa según ciertas reglas que no acepta o cuyo sentido no entiende, no es libre sino prisionero. Para obedecer sin dejar de ser libre debo entender el mandato que se me da y su sentido, es decir, su conexión con un fin, qué se pretende con él. La obediencia ciega produce ciegos. Hacemos el bien cuando actuamos conforme a la verdad y no, necesariamente, cuando obedecemos. Siempre hemos de tener en cuenta que nuestra conciencia es más importante que cualquier precepto externo. Por otro lado, un buen criterio es rechazar seguir a alguien que muestre indiferencia o desprecio hacía el hombre.
Toda crisis de obediencia está precedida por una crisis de autoridad. Quien quiere que se le obedezca, debe dar pocos mandatos. Es mejor insistir en algunos puntos claros y esenciales, y dejar luego gran libertad a la diferente mentalidad de cada uno. Cuando ponemos demasiados criterios, demasiadas normas para regular hasta las cosas más banales damos lugar a personalidades raquíticas, oprimidas y asfixiadas, lo único que se consigue así es pasividad y tristeza, porque los hombres no sólo somos libres, sino que necesitamos sentirnos así.
Por desgracia algunos no saben qué hacer con su libertad, porque no saben escuchar a Dios en su interior, se angustian y comienzan a ser dominados por el miedo, temen equivocarse, comprometerse, emprender la aventura de realizar su sueño, prefieren buscar a alguien que lo saque de su angustia, quieren liberarse de sí mismos y descargar en otros su responsabilidad existencial, a veces, hasta parecen muy obedientes, abnegados y virtuosos, pero en realidad permanecen estancados en la menor edad, en la adolescencia interior, son niños para siempre, ignoran que hay una única hora importante, la presente, para actuar. Quien huye del presente huye de la hora de Dios.
Ejercer la libertad con madurez, no significa solamente hacer lo que me viene en gana, sino que me dé la gana hacer lo que es recto, realizar mi proyecto existencial, la voluntad de Dios sobre mí. Quien obedece por miedo es esclavo, quien lo hace por deseo al premio es mercenario, quien en cambio lo hace por amor ese es hijo. La obediencia pues, no consiste en hacer rendición de la inteligencia, sino en colaborar conscientemente en la gran Obra de Dios, por ello no podemos aceptar como verdad nada que carezca de amor, ni como amor nada que se aleje de la verdad.
Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010

Comment

THERE ARE 0 COMMENTS FOR THIS POST

Publicar un comentario