El amor conyugal es un amor específico, un amor concreto, un modo de amar, no cualquiera, no de cualquier modo, sino de un modo particular.


Esta situación nos lleva a dos consecuencias esenciales para entender el amor conyugal: primero, amar conyugalmente no es amar de cualquier modo, sino de un modo específico, el conyugal. Y por otra, que el matrimonio, no es cualquier tipo de relación a la que por costumbre o por ministerio de ley se le ha puesto el nombre de matrimonio. El matrimonio es un modo de relacionarse a propósito del amor conyugal, a ese modo de relacionarse, de amar y de amarse se le puso el nombre de matrimonio y corresponde a un modo específico de estructura amorosa entre un hombre y una mujer, y a una muy particular dinámica.

¿Cuáles son estas notas? ¿Cuáles estas características que definen el amor como conyugal?:

Para desentrañar cuáles son las notas o propiedades del amor conyugal debemos evitar caer en la tentación de suponer que estas características le han sido impuestas al matrimonio desde fuera de la experiencia amorosa real, es decir, suponer que dichas propiedades o elementos esenciales provienen de una imposición, cualquiera que sea el motivo, social, político o hasta religioso.

Los elementos y propiedades del amor conyugal, son aquellas que se derivan de una historia de amor verdadero. Todo amor de verdad se ordena al matrimonio, es decir, existe una secuencia natural, un ecosistema, entre amarse y casarse. Casarse y amarse no son mundos incomunicados sino conexos. Veamos una historia cualquiera de un amor real:

Todo surge un día, en un momento datable, un día que marca un antes de un después, un antes en que no te conocía y un después en que ya te conozco, te reconozco. Un día en que algo surgió entre nosotros, un día en que el encuentro contigo me despertó, me hizo sentir lo que nuca  había sentido, me hizo percibir el mundo de un modo nuevo, diferente, un modo de ser que tú me haces ser, un modo de experimentar la vida que se debe a tí, y un modo en que tú experimentes la vida debido a mí. En ese momento surge algo, algo nuevo, hasta antes inexistente, nace algo entre tú y yo, un nosotros, algo nuestro que antes no existía, un único nosotros que empieza a tejer su historia, la nuestra, la única historia del único nosotros que juntos somos. Esa historia empieza, arranca y cualquiera que sea su destino ya ha empezado.

¿Qué pasa con esta historia? Estamos hablando del amor, en su primera fase, en grado de enamoramiento. El enamoramiento es amor, sí, pero no todo el amor. Sucede como con la vida, en que la infancia es vida, sí, pero no es toda la vida. La vida como el amor, tiene edades, etapas, momentos, profundidades. El amor no es un instante, no sucede a tiempo cero y velocidad infinita, es una historia, un proceso, tiene etapas, edades, fases, y grados de profundidad.

El enamoramiento es una primara fase, una primera edad. ¿Cómo son los amantes en ese momento? Sigamos con nuestra historia de amor real y veremos los destellos de la conyugalidad en sus entrañas:

A.- Los enamorados desean estar juntos, disfrutan de su recíproca presencia y sufren cuando se distancian o se separan. Esta tendencia a la unidad, a estar CON es invitación natural a SER CON, es decir, la tendencia a estar juntos invita a ser juntos, a conformar una especie de co-ser. Es la inclinación a formar una unión.

B.- Los amantes perciben su relación, en cierto sentido, como algo eterno, interminado, como si siempre se hubieran tenido, como algo que nunca debiera pasar, desvanecerse o cambiar. Al mismo tiempo, experimentan la hostilidad del tiempo y su misteriosa capacidad de erosionar y hacer naufragar las cosas. Así, los enamorados sienten el deseo hondo de que aquello que les pasa no pase y se desvanezca nunca, que dure siempre, que no acabe. Esta no es sino la natural inclinación a la perpetuidad de la relación amorosa, a una vida cobiográfica de la unión, pues el amor verdadero de por sí permanece, venciendo al tiempo y a sus hostilidades.

C.- Los amantes se recrean y disfrutan del mundo que entre sí ellos componen y que es ‘su mundo’, sufren las intromisiones e interferencias de terceros y ninguno quiere que el amor, que entre ellos existe, el otro lo tenga con un tercero. Los amantes experimentan un fuertísimo sentimiento de exclusividad. Véase aquí la tendencia a la fidelidad del amor verdadero.

D.- Los enamorados sienten fuertes impulsos a ser ‘encantadores’ entre sí, a ofrendar lo mejor de sí al otro, a considerar que todo lo valioso es poco para regalarlo al amado. Es decir, a darle al otro lo mejor de uno mismo. Véase aquí la natural inclinación al mejor don de sí como bien para el otro y como bien mutuo o conjunto.

E.- Los enamorados irradian. Todo en torno a ellos parece renovarse y adquirir un nuevo brillo, luz y vida inéditas, como si por motivos de su amor editasen el mundo por primera vez, son creativos, empiezan a tener ‘sus cosas’, las cosas comunes, experiencias, diarios, mascotas etc. Véase que lo que son en conjunto, busca ser creativo y trascenderse, emprenden ideas, ilusiones, proyectos comunes. Van tejiendo aquello que llaman lo ‘nuestro’. Véase aquí, el paradigma por excelencia de esta invitación a irradiar luz y vida que es el engendramiento de un nuevo ser personal; ‘nuestro hijo’ que es lo más nuestro, la más íntima y extraordinaria potencia del único nosotros que es nuestro amor, y que constituye la máxima creatividad posible que podemos soñar juntos.

Estas cinco dinámicas, presentes en la historia de un proceso amoroso real entre un hombre y una mujer, que irrumpen en forma de potencia, impulso, posibilidad, inclinación o regla de conducta, constituyen la dinámica propia del amar real y verdadero. Del amor conyugal.

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