Por Bonifacio Fernández
En la cultura occidental, el matrimonio ha llegado a configurarse como el fruto del enamoramiento y la elección libre. Las personas se casan por amor y para amarse. Deciden unir sus vidas llevadas por un sentimiento de amor compartido y contrastado durante un tiempo. El proyecto de amor conyugal ha emergido con fuerza, vigor y belleza especial en el enamoramiento. Y se ha configurado en el noviazgo en cuanto forma social del aprendizaje del matrimonio.
La verdad es que la dimensión social e institucional del noviazgo se ha difuminado mucho al hilo de la privatización del amor. Se evita el nombre. No se sabe bien cómo denominar la realidad de esa relación. No se acierta a darla a conocer. Es cierto que, en cuanto experimento, no tiene contornos precisos. Cada noviazgo es una historia diferente. Existe un fuerte pudor a hacer pública la relación existencial que ha surgido y se está fraguando. Se difumina diciendo: tengo un amigo, una amiga…
Enamorarse implica básicamente un descentrarse de sí para centrarse en la persona del otro. Sea cual sea la forma psicológica como se inicia, el enamoramiento tiene siempre la dimensión del descubrimiento del otro. En el origen del despertar del sentimiento de enamoramiento suele haber una llamada de la belleza del otro. Su sonrisa, su voz, su forma de mirar, atraen la atención. Inseparable del atractivo físico es el atractivo personal. Nadie había visto en mí lo que tú has visto. Nadie había suscitado en mí lo que tú has suscitado. Tú despiertas dimensiones de mi ser, de mi sensibilidad, que nadie había despertado hasta que tú llegaste a mi vida. Me siento como renacido. Mi vida en cuanto enamorado empieza a girar en torno a la tuya. Mi tiempo se empieza a medir en relación con tu presencia y tu rostro. Estoy todas las horas esperando el encuentro contigo. Los momentos de la separación se hacen insufribles e implacables. No me es suficiente tu continua presencia intencional en mi mente y atención. El mundo entero cambia de semblante ante mis ojos. La gente me parece más guapa, más generosa. Las calles del pueblo o de la ciudad tienen un fulgor especial, nuevo. Son más acogedoras, más cálidas. Todo cambia y se transforma. Se inicia un mundo nuevo, diferente.

 1.1. Tiempo de liberación
Entrar en un proceso de encuentro profundo con otra persona lleva consigo una dimensión de liberación. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer» (/Gn/02/24; /Mc/10/07; /Mt/19/05). Dejar padre y madre no es sólo un hecho social y puntual. Es un hecho personal de maduración. Implica ir dejando las actitudes paternalistas y maternalitas aprendidas, para ir consiguiendo actitudes y comportamientos responsables y libres. Igualmente, en el tiempo del noviazgo los enamorados se ejercitan en la superación de los juegos y actitudes «filiales» con respecto al «partner». Se aprende a luchar contra la tendencia a dejarse proteger, a dejarse querer pasivamente sin responder activamente a la excitación y a la llamada del otro. Liberarse de la tendencia a la sumisión y a la fusión constituye un aprendizaje que se ensaya e inicia en el noviazgo. Se trata de una relación de tú a tú, de persona a persona, de hombre y mujer.En la medida en que la relación interpersonal e intersexual se va construyendo, crece la experiencia de salir de la soledad y del anonimato: El éxodo de sí mismo, del miedo a no ser querido, de la angustia de no ser aceptado por el otro, es una vivencia implícita y repetida en el configurarse de la relación conyugal. Se superan temores que esclavizan y atenazan. Se abren nuevos y sorprendentes horizontes de autonomía personal, de creatividad y originalidad.
Además de dejar el mundo de la protección, se deja el mundo de la masificación. Alguien se ha fijado en mí. Me ha visto como alguien especial. Me ha elegido entre millares de hombres o mujeres. Disfruta de estar conmigo. Soy importante para él. Soy único en el mundo. Diferente de todos. Me ama por ser como soy. Toda la experiencia esencial del noviazgo se puede leer en clave de éxodo y liberación. Y adquiere un significado muy hondo.
Como es obvio, lo anterior se refiere al éxodo personal y familiar en el caso de relaciones familiares sanas. La verdad es que, con alguna frecuencia, el noviazgo comporta la liberación de relaciones familiares superprotectoras e incluso opresoras y autoritarias. Hay quien se casa para liberarse de su familia y para desafiar a sus padres. Pero es ésta una pésima motivación para el matrimonio.


1.2. Tiempo de desierto
El noviazgo es también una aventura. Se emprende un camino nuevo que tiene gran atractivo y también notables riesgos. Implica dejar las seguridades de lo ya conocido y emprender un experimento hacia dentro de cada uno y hacia el otro. Te lleva a ir dejando la pandilla de amigos, la comodidad del hogar, las seguridades económicas y afectivas. Te pone en camino hacia la tierra prometida y te hace ejercitar la fe y la esperanza ante la novedad y libertad de la persona amada.
El enamoramiento incipiente implica el ejercicio del arte de la seducción. Cada uno muestra lo mejor de sí mismo. Muestra sus mejores encantos personales: su belleza, sus habilidades, su simpatía, su inteligencia. Pone en juego lo que considera más valioso y atractivo de su ser varón o de su ser mujer. Se llena de expectativas y deseos de caer bien al otro y responder a lo que imagina que el otro espera. Pero en el desarrollo de la relación los encantos de la seducción van dejando ver con más realismo los límites del amado o amada, sus luces y sus sombras. Van emergiendo y desarrollándose las mejores capacidades de cada uno: su generosidad, su amor, su entusiasmo… Se dan también los primeros tanteos en el arte de la dominación y de la posesión. Te quiero mía, te quiero a la medida de lo que a mí me gusta y yo necesito. Te quiero porque te necesito: me hace falta tu compañía, tu cariño, tu simpatía, tu seguridad, tus ganas de vivir, todo lo que tú me das…
Estas pretensiones, más o menos explícitas y conscientes, producen conflictos. Con alguna frecuencia estallan. Son bien conocidas las discusiones de los novios. Constituyen en realidad pruebas de fuerza. Están en el contexto de la pretensión de dominar al otro. En el origen de la relación matrimonial son inevitables los momentos de desierto. De la misma manera que en el desierto se va formando el pueblo de Dios como pueblo de la alianza, así en el tiempo del noviazgo se va formando la intimidad de la pareja y se va experimentando el «nosotros» en la complementariedad. Amar es un sentimiento. Pero es también una decisión aventurada. No se tienen todas las cartas en la mano. Entra en juego la libertad del otro. Una libertad siempre abierta y sorprendente. La irrenunciable tentación es querer cambiarlo para que se parezca a la imagen ideal que uno se ha hecho del otro. Para madurar hay que aceptar al otro tal como es, con sus decisiones, con su historia y su crecimiento personal; hay que pasar del «te amo porque te necesito» al «te necesito porque te amo».
1.3. Tiempo de comunicación
Los enamorados emprenden un proceso de conocimiento y descubrimiento mutuo que va construyendo la intimidad. Se tiende a narrar todos los detalles del día. Toda la historia personal se convierte en narración. Los lugares, los nombres, las personas, los paisajes de la vida de cada uno, adquieren inusitado interés para el otro. Se quiere conocer con todo detalle al amado. Sus problemas, sus dificultades, sus sueños, son objeto de atención. Se siente la necesidad de conocer totalmente al otro.
Los enamorados tienen mucha necesidad de hablar. Verbalizan detalladamente sus sentimientos y sus acontecimientos. Buscan insaciablemente espacios de soledad en compañía y comunicación: pasear juntos, viajar juntos, estar juntos en la intimidad. Las conversaciones telefónicas se hacen interminables. En la distancia física, escriben cartas de amor todos los días, varias veces al día. No tienen pereza en llenar folios y folios. Las distancias se acortan, y cualquier ocasión es buena para el encuentro. No pesan las horas de viaje.
En el proceso de la comunicación juegan un papel decisivo la corporeidad y la sexualidad. A medida que se va formando la pareja se van encontrando los signos, los gestos y rituales propios. Se va aprendiendo a descifrar la expresión corporal como lenguaje no-verbal. El tomarse de la mano, el primer beso, el primer regalo, el entrar en casa, suelen ser gestos llenos de significación y emoción. La sexualidad como lenguaje afectivo, placentero e instintivo adquiere todo su alcance en la perspectiva de la comunicación interpersonal. Implica apasionamiento, búsqueda de contacto y unión.
1.4. Tiempo de promesas y sueños
Los enamorados sueñan juntos el futuro. Es ésta una dimensión esencial. Inventan y planean la vida juntos. Diseñan la casa en que van a vivir: la morada común simboliza la necesidad de permanecer juntos Proyectan los hijos que van a tener: esas pruebas tangibles del amor y la obra común. Diseñan, sobre todo, un camino de singularidad, un proyecto de vida. Van a ser un matrimonio original, único. No se van a parecer a otras parejas conocidas que no muestran entusiasmo el uno por el otro. A ellos no les va a pasar lo que ven a otros matrimonios. Los roles no les van a marcar y separar. No se van a aburrir. ¿Cómo se pueden aburrir estando al lado de la persona que tan feliz les hace sentir? No se van a enfadar; y, si llegan a enfadarse, la reconciliación será inmediata. Y la alegría mayor: no se van a ver sumidos en largos silencios ni se va a aislar cada uno en su mundo. Esperan el día en que no tengan que separarse al llegar una hora de la noche para dejarla a ella a la puerta de su casa. Podrán estar juntos para siempre. Y solos.

 Fuente: Encuentra.com





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