El amor conyugal es un sentimiento gratificante, una tendencia hacia la persona que se ama, un acto que debe apoyarse en la voluntad y en la inteligencia para que entre los dos se llegue al compromiso que conduzca a caminar juntos compartiendo las vicisitudes y las alegrías.

Cuando se vive intensamente el amor, hasta el sacrificio engrandece nuestro ser, nos hace más libres, más entregados a esa persona. Es como ir entretejiendo eslabones que con el tiempo irán formando toda una cadena de experiencias que darán lugar a un orden y que tendrá el sentido para que se desarrolle toda una trayectoria psicológica. No en vano, el mismo Erich Fromm, decía que el amor requiere conocimiento y esfuerzo.

La calidad del amor conyugal solo se alcanza cuando, tras repetidos esfuerzos, sus distintos componentes viven en un equilibrio proporcionado

Es claro que el amor conyugal se aprende, es necesario un adiestramiento y acoplamiento en la relación. Se consigue el objetivo deseado cuando tras el conocimiento que vas adquiriendo del otro y del trabajo diario que resulta de toda la relación, sus distintos componentes consiguen así ese equilibrio proporcionado.

El amor conyugal podría ser como un abanico o un arco iris lleno de matices en donde el sentimiento corrobora y ayuda a la realización de sí mismo.

Si queremos asentar sobre bases firmes el amor conyugal y la vida conyugal, debemos clarificar bien la idea del matrimonio a fin de devolverle toda su riqueza Hoy nos enseñan los biólogos y los antropólogos más cualificados que los seres humanos somos “seres de encuentro”, vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales creando diversas formas de encuentro.

Consiguientemente, toda nuestra vida debemos orientarla a la creación de formas auténticas de encuentro y cumplir las exigencias que el encuentro nos plantea: generosidad, veracidad, fidelidad, cordialidad, comunicación sincera, participación en tareas solidarias...

Si, en la vida matrimonial, cumplimos estas condiciones, tenemos garantía de vivir una relación de encuentro, entendido en sentido riguroso, no como trato superficial.

Por: Gloria S. Conesa Albaladejo, Orientadora Familiar

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