Introducción
La relación de amor que surge entre un hombre y una mujer constituye una fuerza vitalizadora que mueve a actuar e ir al encuentro del otro. Existen múltiples y diversas dimensiones de la relación de pareja que son las que van configurando dicha interacción y que han de tenerse en cuenta desde el inicio de la relación y en especial cuando el tiempo avanza. Una de estas dimensiones es la referida a la comunicación que se da entre quienes empiezan a caminar juntos y que ha de ser cuidada y apreciada, en especial cuando corra el riesgo de ser volverse rutinaria o lejana. Será misión de cada uno de los miembros de la pareja, poner de su parte, desde sus propias características, su intención y voluntad al cuidado del diálogo y del amor.

La comunicación
La comunicación constituye un fundamento de las relaciones interpersonales en general y de la relación de pareja en particular.

El término comunicación tiene su raíz etimológica en la palabra latina “comunicatio” cuya traducción es la de comunicar, participar, y a su vez, tiene su origen en el término “communis”, común, comunión, lo que nos habla de la estrecha relación que existe ya en su raíz etimológica en cuanto a que la comunicación supone comunidad de personas y reciprocidad en cuanto a posesión y algo en común entre quienes se comunican.

El ser humano presenta una permanente necesidad de comunicación con su entorno, ya que ella le permite poder irse integrando a sus familias y a la sociedad a la cual pertenecen.

Las personas requieren de sus semejantes para sobrevivir, y por ello necesitan relacionarse con los demás a través del lenguaje para ser comprendidos y poder satisfacer muchas de sus necesidades, desde las más básicas, hasta aquellas de seguridad, de desarrollo de la autoestima y de autorrealización.

En este continuo camino de comunicación, éste adquiere un rol fundamental en el establecimiento y desarrollo de la relación de pareja, desde antes del inicio del pololeo y hasta el matrimonio y durante él.

Si bien la comunicación no se da exclusivamente a nivel verbal, sino también en la riqueza del lenguaje no-verbal, en esta ocasión nos referiremos a la comunicación verbal.

¿Hablar, conversar o comunicarse?
La capacidad potencial de hablar es innata, pero la forma y la capacidad de comunicarse es una aptitud que puede alcanzarse con el aprendizaje de abrirse a otros.

Por su parte, entender la comunicación sólo como una forma de dar y recibir información, en algunos contextos puede ser de utilidad, pero en una relación de pareja nos hablaría de una apreciación muy limitada del sentido de la comunicación. La comunicación ha de considerar las características del típicas del sexo (sea hombre o mujer) e individuales de quienes intervienen en ella.

“La comunicación humana posee dos facetas: hablar y escuchar” (Echeverría, R. 1995) y no sólo una de ellas aisladamente. Si en una relación de pareja sólo nos dedicáramos a hablar y exponer nuestras ideas, sentimientos y parecer, sin dedicar tiempo y atención a escuchar al otro, no estaríamos hablando de comunicación, sino que de una entrega de información unidireccional, que busca quizás sólo ser escuchado por un otro abierto a recibir nuestra necesidad de expresarnos. Y, por otro lado, si sólo nos dedicamos a escuchar, sin dar a conocer nuestro querer, pensar y sentir, tampoco estaríamos hablando de una verdadera comunicación, sino de una mera receptividad, que no se arriesga a mostrar el propio interior ante los ojos del ser amado.

“La comunicación es muy diferente de la conversación; la comunicación es poner en común lo más valioso: es profunda, es comprometedor, hace correr riesgos. Es fácil conversar, es muy difícil comunicarse de verdad, pero la comunicación verdadera ‘enriquece’, la simple conversación sólo entretiene.

Esta es la diferencia fundamental si miramos el resultado: una cosa es hacer pasar el tiempo, entretener, y otra cosa es hacer sentir más feliz a la persona, entregarle las propias riquezas interiores, alimentando su amor” (P. Ferrari, 1999).

El diálogo con el ser querido contribuye a la construcción o fortalecimiento de la propia identidad. Por medio de ese diálogo muchas veces se va tomando conciencia acerca de los propios logros y progresos así como de las debilidades y errores que cometemos, pero en el resguardo de sabernos aceptados incondicionalmente.

En el diálogo abierto y sincero se va humanizando cada uno de quienes participan en la comunicación, ya que cada miembro de la pareja va dejando entrever paulatinamente su interioridad, en la medida que percibe la acogida amorosa de un otro dispuesto a escuchar y a descubrirla.

El amor es diálogo, es querer bien al otro, es estar dispuesto a servirlo, a escucharlo e intentar captar por medio de sus palabras parte de su esencia personal; y a la vez, estar dispuesto a abrir el corazón y exponer la propia interioridad.

Ahora bien, cabe preguntarnos ¿cómo nos comunicamos?. Si bien sabemos que para intercambiar o comunicar ideas nos valemos de las palabras, es adecuado atender a la elección de las palabras que utilizamos y los énfasis que hacemos por medio de ellas, tomando en consideración la sensibilidad y características de quien las recibe.

Asimismo, no podemos perder de vista que la expresión verbal va acompañada de sonidos, de tonos, de un ritmo, elementos todos que van a influir en la recepción del mensaje por parte del otro. Y será a través de dichos factores por medio de los cuales se favorecerá o no la cercanía e intimidad entre ambos. En la medida que se vaya generando mayor confianza e intercambio en profundidad en la pareja, irá surgiendo una forma particular de comunicación, llegando a generarse un “idioma” propio entre ellos en la medida que van compartiendo parte de sus anhelos, pensamientos, sentimientos, dolores e interioridad.

¿De qué hablar?
Suele ocurrir que al inicio de la relación los temas o motivos de conversación tienden a abundar. Las palabras de amor invaden el encuentro y la curiosidad es grande por ir conociendo en mayor detalle y profundidad a quien tenemos en frente. Pero puede ocurrir que con el paso del tiempo, cuando ya nos hemos enterado de las preferencias, y los detalles familiares y anecdóticos, y cuando ya tenemos cierta “seguridad” de contar con el otro, y nos vamos acostumbrando a su presencia cercana, podemos decaer en nuestro interés por “descubrir” más del ser humano con quien hemos decidido recorrer un camino conjunto. Y es en dichas ocasiones cuando caemos en la rutina de “comentar” actividades, aciertos o desaciertos de otros; analizar películas de cine o televisión; o recordar hechos ya ocurridos. Todo ello forma parte de la vida que se va haciendo juntos, y son hechos de valor, pero si la relación de pareja va perdiendo su propio color y se va transformando sólo en comentar lo que viven otros, es hora de poner atención, ya que no se estará contribuyendo al crecimiento de la relación.

Puede ser que nos empecemos a “escudar” en lo que ocurre a otros y recurramos a esos temas como tópicos sobre los que conversar porque hemos ido perdiendo la capacidad de encuentro, de autorrevelación y, de diálogo.

Es verdad que nuestra vida está llena de actividades, pero cada una de ellas provocará un efecto distinto en cada miembro único e irrepetible de la pareja. “En cada sujeto se alojan sentimientos, recuerdos, emociones que constituyen el propio repertorio personal y despiertan como una melodía, cuando son pulsados por el estímulo externo de los acontecimientos de la vida” (s.j. Vergara, A. 2000). Es así que aquellas actividades o eventos que son comentados, pueden seguir siéndolo, pero ya no sólo desde el hecho en sí, sino como un puente para conocer cuáles son los sentimientos y emociones que este hecho provoca en cada espectador, como un camino orientado a lograr mayor conocimiento mutuo y como una oportunidad de crecimiento, que permita ir adentrándose progresivamente en las respectivas formas de ser y percibir la realidad.

Cuidados del encuentro en la comunicación
La comunicación siempre se da en un espacio y en un tiempo; incluye componentes físicos (como la temperatura, la amplitud del espacio, el nivel de bullicio o silencio, el aroma), y considera también componentes psicológicos (como las características de personalidad de quienes se comunican, las motivaciones, intereses, temores, anhelos y estados de ánimos) de quienes interactúan. Sin duda, habrá espacios y momentos más propicios para el diálogo, pero que si se hacen escasos en el día a día, habrá que esforzarse por generar.

Es poco probable que no se encuentren dificultades en la comunicación en la vida de pareja, debido a diversos factores propios de la relación o debido a factores externos que pueden complejizarla. Sin embargo, si bien no será posible evitar la totalidad de los obstáculos que pudieran surgir en el camino de la comunicación, desde el inicio del pololeo será importante ir construyendo día a día, una relación generosa, abierta, dispuesta positivamente a ir superando pequeños obstáculos de comunicación e ir fortaleciendo el diálogo y consecuentemente la relación desde la honestidad y la humildad.

El tiempo actual en que vivimos, con toda su cantidad de estímulos ambientales y físicos contribuye a la pérdida de la noción del tiempo para el diálogo. Las demandas absorbentes de los estudios, de la vida laboral, de la familia o amistades muchas veces nos llevan a tomar el ritmo de las demandas externas y descuidar nuestras relaciones más íntimas y descuidar el tiempo destinado a hacer crecer la relación de pareja.

Aunque exista una intención por cuidar la comunicación, en ocasiones puede que la vorágine de los tiempos no nos permita plasmar dicha intención, es por ello que es aconsejable reservar tiempos especiales e intencionados para estar juntos, dialogar e intercambiar los procesos internos que vayan viviendo, lo que contribuirá a fortalecer y hacer crecer la relación de pareja. Será una decisión de ambos en beneficio de la relación.

Por Paulina Bañados O. Psicóloga

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