Normalmente las parejas reparten las labores domésticas de alguna manera, explícita o implícitamente. De la misma forma que deciden quién se ocupa de ir de compras y sacar la basura, se puede llegar a un acuerdo sobre quién se ocupa del seguimiento de las inversiones o de revisar las cuentas bancarias, hacer las transferencias, pagar las facturas, etc.

Igual que para las otras obligaciones domésticas, estos roles no tienen por qué ser exclusivos de nadie ni repartidos de una forma concreta. No conviene que sean responsabilidad de uno solo. Aunque uno de los dos sea más “experto” o “experta” en temas financieros, la otra persona debe, como mínimo, estar al corriente de la situación económica y comprender las consecuencias de las decisiones que se toman. Lo importante es acordar, por lo menos a grandes rasgos, cómo se va a manejar el dinero en la nueva vida en común y poner en práctica algún sistema para asegurarse el cumplimiento de tareas importantes, como por ejemplo cerciorarse de que existe suficiente saldo en las cuentas para atender los recibos domiciliados.

De vez en cuando hay que revisar el reparto de responsabilidades. ¿Funciona el sistema? ¿Alguien se siente abrumado por tener que ocuparse de todo? ¿Alguien siente que no tiene voz suficiente en el manejo de las finanzas? ¿Alguien siente que el otro abusa? Es mejor darse cuenta de posibles discrepancias y remediarlas antes de que se conviertan en conflictos importantes.

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