Los niños cuyos padres se divorcian o no llegan a casarse tienen más tendencia a ser posteriormente padres solteros, a experimentar el divorcio ellos mismos, a casarse como adolescentes, y a sufrir matrimonios y/o relaciones difíciles.
Esto es especialmente grave entre las niñas: las criadas fuera de un matrimonio tienen alrededor de tres veces más posibilidades de convertirse en madres solteras que las hijas de padres casados.Y es que el divorcio de los padres incrementa por lo menos un 50 por ciento la probabilidad de que los hijos, una vez adultos, acaben divorciados. Esto se debe, por una parte, a que los hijos de padres divorciados se casan más precozmente y, por otra, a que se casan frecuentemente con hijos de padres divorciados, lo cual convierte sus matrimonios en algo aún más precario.Un segundo matrimonio no parece beneficiar a los niños. Por ejemplo, las hijas que viven en familias con un segundo matrimonio corren un riesgo más elevado de quedarse embarazadas en la adolescencia que las que proceden de familias monoparentales, y mucho más que las de familias casadas no disgregadas. Los chicos que se crían en segundas familias también suelen casarse en la adolescencia.El divorcio se transmite de generación en generación, especialmente cuando los padres han experimentado matrimonios conflictivos. Una investigación reciente asegura que los efectos del divorcio se prolongan a lo largo de tres generaciones. Así, los nietos de parejas que se han divorciado tienen más tendencia a experimentar desacuerdo matrimonial, malas relaciones con sus progenitores y peores niveles de formación, comparados con aquellos cuyos abuelos no se han divorciado.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.

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