Los hombres casados ganan en disciplina moral y personal, gozan  de una vida doméstica estable y de la oportunidad de participar en la educación de sus hijos. Las mujeres casadas ganan estabilidad y protección, las personas reconocen a su marido como el padre de sus hijos, y disfrutan de una responsabilidad compartida y de un apoyo emocional en la educación de sus hijos. Los cónyuges se benefician de su compromiso con la institución matrimonial, y esto incluye el sentimiento de plenitud que siente cada persona cuando cumple con sus obligaciones libremente escogidas como padre o madre, marido o mujer. Las parejas que comparten un compromiso moral con la estabilidad y fidelidad conyugal suelen disfrutar de un matrimonio mejor. La ética del matrimonio, que comporta la estabilidad, la fidelidad y el cuidado mutuo, y que condena la violencia o el abuso sexual, surge del núcleo imperativo de nuestra tradición del matrimonio: que los hombres y las mujeres se casen para amarse mutuamente, “en la salud y en la enfermedad”, “para lo bueno y para lo malo”, y ordinariamente “hasta que la muerte nos separe”.

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