En lo que se refiere a la vida familiar, la gran paradoja actual es ésta: toda sociedad (incluyendo la nuestra) que solemos considerar adecuada para la prosperidad humana (puesto que es estable, democrática, desarrollada y libre) padece una crisis radical humana generacional: un aumento en la fragmentación familiar y en el número de niños que crecen sin sus padres, además del desplome de los niveles de fertilidad que, de continuar, representarían un declive demográfico y social. De repente, las naciones desarrolladas se ven incapaces de cumplir con la simple tarea que toda sociedad humana debe cumplir: unir en matrimonio a hombres y mujeres y educar juntos a la siguiente generación.
Estados Unidos ha contribuido en algunos sentidos a este declive del matrimonio, pero en otros, especialmente en los últimos años, ha demostrado signos de una vitalidad inusual y renovada. Que sepamos, somos la única nación occidental que tiene un “movimiento a favor del matrimonio”. Somos la única gran nación desarrollada que ha experimentado un aumento de la fertilidad que casi alcanza la tasa de sustitución generacional.
El gran reto de la excepción norteamericana de nuestra generación es mantener y activar este movimiento de renovación del matrimonio. Debemos transmitir una cultura del matrimonio más fuerte, mejor y más sensible a la próxima generación, para que cada año haya más niños que crezcan con su madre y su padre unidos por un matrimonio basado en el amor. De esta manera, esos niños, cuando crezcan, también podrán disfrutar de unos matrimonios prósperos.
No es el Gobierno quien tiene que crear una sociedad basada en el matrimonio. Las familias, las comunidades religiosas y las instituciones cívicas –junto con los líderes intelectuales, morales, religiosos y artísticos– necesitan marcar el buen camino. Pero la ley y la política pública pueden tanto reforzar y respaldar los objetivos como destruirlos. Hacemos un llamamiento a los líderes de nuestra nación y a nuestros conciudadanos para reforzar la política pública que consolidará el matrimonio como una institución social. Esta nación debe restablecer la concepción normativa del matrimonio como la unión de un hombre y una mujer, para toda la vida, para tener y educar juntos a los hijos que sean fruto de su intercambio de amor, hijos que pueden aspirar a casarse y tener sus propios hijos en un futuro, y así renovar el círculo de la vida y hacer crecer el árbol genealógico. 
En particular, señalamos cinco áreas que requieren especial atención... continuará...


Fuente:
Matrimonio y bien común: Los diez principios de Princeton. SOCIAL TRENDS INSTITUTE. Barcelona – Enero de 2007. 

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