Por: Blanca Mijares
El ser humano es una criatura compuesta por alma y cuerpo, posee una composición psíquica y material que significa un doble orden de operaciones “humanas”: orgánicas e inorgánicas, igualmente reales y estrechamente ligadas.
Para que se considere que una persona ha alcanzado la madurez necesaria para el matrimonio, requiere haber alcanzado un desarrollo armónico de su personalidad, integrando lo material en lo espiritual, es decir, su vida instintiva a su vida racional que es lo que más lo distingue como ser humano.
El ser humano esta estructuralmente abierto para el amor. Al haber sido creado por Dios Amor, a su imagen y semejanza, el ser humano está llamado a una relación interpersonal con el Todo Verdad, Belleza y Bondad. Es esta la razón de su insatisfacción existencial, de su deseo de querer más. Pero, sobre todo, de esa necesidad de querer saberse incondicional y eternamente amado. Es precisamente por esto, que se dice que el amor entre los esposos es el que se asemeja más al amor divino. Pues quienes se aman conyugalmente están dispuestos a asumir la vida del otro como propia de forma incondicional y con todas sus posibilidades de futuro. Es el amor más perfecto porque además, al haber sido libremente elegido es más perfectamente humano, al incluir la inteligencia y la voluntad de los cónyuges, al ser  propiedades espirituales.

Toda persona, por ser racional, goza del libre albedrío para poder amar así. Pero en muchas ocasiones ya sea por ignorancia o debilidad optamos por otros modos de amar menos humanos y que nos degradan, precisamente porque equivocan la escala de valores y se ama por encima de las personas a cosas, funciones o papeles. Se requiere de un esfuerzo intelectual para trascender la realidad sensible y poder descubrir en el otro a otro yo, a alguien con la misma necesidad de un amor incondicional, total, pleno, desinteresado, eterno… un ser humano acogible y capaz de entregarse totalmente al amor de alguien valioso. Solo así podremos descubrir el valor único e irrepetible de todos los que nos rodean y del respeto y consideración que se merecen, especialmente el cónyuge.
Aunque el fin último del ser humano es el amor de Dios por la eternidad, aquí en la tierra el hombre también está llamado a amar profundamente. Es una vocación humana. Que además le da sentido a su existencia. Porque el hombre que se encierra en sí mismo, en sus instintos y egoísmos, se empobrece, se deprime, pierde sentido su existencia. Es un ser humano que se ama a sí mismo y su pobreza, que ama sus vicios y debilidades y entre más de entrega a ellos, más se denigra, más se hace un vicioso egoísta. En cambio, la persona que ha aprendido a salir de sí misma para ver a los ojos a los demás y a sentir empatía con ellos, será capaz de amar conyugalmente más adelante.
En este sentido, es muy importante la educación y el ejemplo que los hijos reciben en el seno familiar. Si sus padres se han comprometido a amarse de forma incondicional y generosa por toda su vida, les facilitaran la tarea de aprender a amar conyugalmente. Es bueno que el hijo además, adquiera hábitos operativos buenos (virtudes) que faciliten la convivencia conyugal después y familiar ahora, como la  prudencia, la paciencia, el perdón, la generosidad, el respeto, etc. vividos a diario en la familia, especialmente con sus hermanos. Es por eso, que se dice que la familia es el laboratorio de la convivencia social. Un buen ciudadano no surge de la nada, requiere de la autoestima adquirida del amor incondicional y racional de los padres y de la sabia convivencia promovida por ellos entre sus hijos.
A los cónyuges el amarse conyugalmente -procurando vivir en unidad, para toda la vida, para formar una familia buena y bonita, y para acompañarse y ayudarse a vivir y a ser mejores personas- les produce una profunda felicidad que nace el día de su boda y que está llamada a perfeccionarse y profundizar a lo largo de los años.  Pero, aquí también la libertad de las personas puede jugarles en contra.
Es muy importante que los que pretenden casarse o ya lo han hecho logren autonomía y gobierno sobre su existencia, sobre sus impulsos, sobre sus debilidades. Una persona verdaderamente libre es la que decide el sentido que quiere darle a su vida y se compromete a poner todos los medios para lograrlo. El que se deja llevar por los vientos no es un buen candidato para el matrimonio, ni cónyuge.  Así que más vale que vayan reflexionando sobre esto y comiencen a ver como mucho de lo que se vive de bueno y de malo en un matrimonio, depende de que se hayan propuesto hacer un matrimonio hermoso con el reto creativo y empeño que eso implica o solo a vivirlo como venga, con monotonía.
El amor, en su expresión más profunda, lo define Tomas de Aquino como “el primer movimiento hacia el bien”. Los cónyuges han de descubrir el bien de una relación integrada, generosa y comprometida en el tiempo. El bien de ellos mismos y de sus hijos se los demanda. No es un tener que… es un querer dar lo mejor de uno por quienes se ama, porque solo así el ser humano se enriquece, adquiere virtudes y alcanza la felicidad plena y duradera. ¡Y creo que eso vale la pena y es nuestro derecho intentarlo!

Comment

THERE ARE 0 COMMENTS FOR THIS POST

Publicar un comentario