¡Quien ha nacido con alas debe usarlas para volar! Qué es la libertad sino la capacidad de cada uno de ser protagonista de su propia vida, cada quien tiene la capacidad de alumbrar algo nuevo, inédito, atribuible
sólo a él mismo. Estamos llamados a desarrollar nuestros talentos, a convertir nuestra existencia en algo grande. El mundo acabará siendo lo que hagamos de él y nuestra vida lo que hacemos de ella. Dios nos ha confiado un proyecto, si lo miramos, si tratamos de realizarlo no será difícil llenar de sentido nuestra existencia.

     A cada uno Dios nos ama con locura y es preciso descubrir ese amor en la propia vida, ese amor es nuestra ‘confianza originaria’ exactamente como la que un pequeño siente en el regazo de su madre. Dios nos crea por amor y para amar, y nos invita a vivir la vida con él, a compartir su intimidad y mantener con cada uno un diálogo. Mientras no seamos conscientes de ese amor de Dios por nosotros viviremos huérfanos vagabundeando. Vivir es sin duda un arte, pero ese arte consiste en saber descubrir nuestro auténtico rostro, el que Dios ha visto al crearnos, ese es nuestro yo más real e ideal. Ser hijos de Dios es nuestra identidad más profunda. Estamos llamados a ser muy del mundo y muy de Dios y a
desenvolver todas las dimensiones de nuestra personalidad, pero para ello hemos de aceptar nuestra condición humana, con sus posibilidades, pero también con sus limitaciones y debilidades, sus fracasos y angustias. Somos un proyecto divino, pero con los límites que Dios nos ha dado, limitaciones intelectuales o de origen psíquico, cargas recibidas de los padres y otros antepasados que contribuyen a determinar nuestra situación familiar, social o profesional. Muchos se sienten inseguros, se auto desprecian, y para disimularlo se muestran de un modo duro. Con frecuencia los complejos de inferioridad se compensan, así, pueden ocultarse sentimientos de inferioridad detrás de comportamientos pedantes, arrogantes, mirando de arriba abajo a los demás. Otros prefieren hacer ostentación hasta de lo que no tienen, dinero o títulos académicos. También, la personalidad insegura lleva a comportamientos de tipo infantil en los que se muestra la necesidad de aprobación y reputación. Solemos identificarnos con las opiniones que otros tienen sobre nosotros, con el cargo que tenemos o los roles que jugamos, con nuestro trabajo y posición social, inclusive nuestra salud o enfermedad, nos define el éxito y el rendimiento, pero de este modo nos vamos haciendo ciegos para vernos a nosotros mismos, para ver nuestra genuina realidad, y con ello llegamos a ser más dependientes de los demás, más esclavos de la propia “imagen”.

     Ante todo, Dios nos llama a la sencillez. La intimidad con Dios pasa por el camino de la infancia, de la pobreza interior, del desprendimiento, un camino que nos libera de ataduras. El verdadero pecado es negar el amor primero de Dios por mí, negar mi bondad original. Si no me apoyo en ese amor primero, esa bondad original, pierdo contacto con mi auténtico yo, con la imagen original que Dios se ha formado de mí. Con frecuencia no hay pasión en nuestra vida. Para evitar dolor y contrariedades evitamos llegar a las profundidades, y olvidamos que por eso tampoco llegamos a las alturas, nos conformamos con vivir en una aburguesada mediocridad que evita todo “exceso”. Es preciso “desarmarse” aceptar que soy vulnerable, reconocer mis bloqueos, las fisuras y deficiencias y renunciar, finalmente, a las seguridades humanas, seguros de que Dios puede hacer cosas espléndidas con mis miserias, seguros de que así se le saca provecho a todo. Todos debemos preguntarnos ¿Qué haré de mi vida? Tenemos la tarea de ser nosotros mismos y no la copia mal lograda de nadie más. Lo importante es que cada uno de lo mejor de sí, que desarrolle los talentos recibidos y llegue a ser tal y como Dios le ha soñado. Pero la persona a la que Dios ama no es la que a mí me gustaría ser o la que según yo debería ser, es sencillamente la que soy. Dios no ama a personas ideales e irreales, virtuales, es indispensable que cada uno se acepte tal cual es, y a partir de ahí es preciso considerar que la realidad no es una piedra en donde sentarse sino el trampolín para saltar hacía realidades mucho mejores. Cada uno podemos ser felices, pero desde lo que se es, desde la fidelidad a lo que somos. El hombre se realiza y es feliz cuando cumple la verdad personal. Se construye a través de sus actos libres, es el artista de su existencia. Nuestra vida no es algo dado, es un proyecto, tiene firma de autor. Ser nosotros mismos, realizarnos, ser el que podemos llegar a ser, descubrir nuestra forma original, individual e infalsificable que Dios pensó para cada uno de nosotros. El que hace uso de su libertad em´pieza a vivir su propia vida, introduce algo nuevo en el mundo.

Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010

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