Educar no es domesticar, incluye la visión de la libertad como una dimensión esencial de la persona. Ningún hombre puede alcanzar su propio destino en soledad, sin la ayuda y orientación de otros. Nadie podrá jamás hacerse por sí mismo. Debemos nuestro origen a otro, somos originalmente deudores, todo se lo debemos a alguien que no somos nosotros mismos. Para realizarnos tenemos necesidad de otros, por ello la educación es tan importante, hay que iluminar la inteligencia, fortalecer la voluntad y limpiar los sentimientos del egoísmo, considerando siempre que un buen maestro influye más que por sus palabras por su testimonio. 
Lo que conmueve, convence, impacta y estimula será su personalidad. Los jóvenes suelen expresar las actitudes profundas de los mayores: si ellos gozaran de una mayor libertad interior y de una sana independencia de su entorno, los hijos serían distintos, más independientes y más libres. Por tanto es bueno crecer en la conciencia de nuestra responsabilidad. No se vale que nos quejemos de las sociedades que tenemos, nosotros mismos las hemos creado así. Hoy, más que nunca hace falta salir de las manipulaciones, mostrar un rostro único y adquirir un estilo propio de vida. Pero para sentirnos fuertes y libres es preciso sentirnos amados. El amor es decisivo para la salud emocional y la maduración personal, nadie puede vivir sin amor. Por eso, cuanto más amamos a un niño, mejor crece y más confianza le va teniendo al mundo, pero se trata de un amor que no lo ata, si no que le permite ser enteramente ‘otro’ ser libre, emprender su vida con firma de autor. Cuando un niño no es tomado en serio, reacciona con desconfianza, se siente herido en su interior y se cierra ante los demás. Cuando le respetamos, el niño puede adquirir una alegre autoestima, que posibilita su educación. La libertad no consiste en dejarse llevar ppor los impulsos. El hombre libre no es prisionero de sus cambios de humor, ni de las condiciones atmosféricas, no es preso de su sensibilidad, la gobierna. Es el que toma decisiones justas y es capaz de orientar su vida hacía una meta grande que no cambia o varía según las circunstancias.

Sin embargo, algunos padres no piensan así, prefieren la seguridad y no quieren que sus hijos salgan de la infancia. Aceptar el riesgo de la libertad de los hijos, constituye una de las pruebas más radicales de la vida de los padres. Si encierran a sus hijos, tal vez impedirán el llanto pero también ahogarán la risa. Respetar la libertad de un hijo no significa distanciarse de él, significa enseñarle a vivir, capacitarle para ser libre, a tomar sus decisiones. La verdadera autoridad hace crecer y no se convierte en una pesada carga que arruina el desarrollo. La verdad es la que nos hace libres, pero ella debe mostrarse no imponerse y para ello es preciso conversar largamente con los hijos. Si se prohíbe la crítica haces callar a los jóvenes lo que no entienden o no quieren aceptar, tal vez con ello puedas lograr una aparente paz, pero pagarás pronto un precio muy alto.

Si el educador comprende que la rebeldía puede ser sana, si son capaces de pedir perdón cuando les corresponde, si están dispuestos a aprender inclusive de los jóvenes, entonces el ejercicio de la autoridad se llena de madurez. Para ser padre, es preciso seguir siendo hijo. Cada uno necesitamos más amor del que merecemos, cada uno es más vulnerable de lo que parece.

Cuando ha obrado mal es preciso corregirle. Si no se corrige a los hijos se les puede hacer un grave daño. La falta de conciencia de la propia culpa, de la responsabilidad personal, es, quizás, uno de los rasgos más significativos del hombre actual. Sin embargo, sea como sea, conviene transmitir a todos los que han fallado que seguimos confiando en ellos, tal y como otros confían en nosotros pese a nuestras miserias. El educador no puede olvidar la tarea de mirar hondamente y tratar de descubrir lo que los jóvenes quieren expresar con su comportamiento… tal vez llamar la atención, sentirse solos, deprimidos o desesperados. Una persona puede romperse si se le exige continuamente más y más de lo mismo. Es verdad que la disciplina ennoblece, pero si es exagerada resta vigor y fortaleza. La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte, la flexibilidad y blandura son cualidades de la vida. Si en el trato con los jóvenes se insiste en ‘machacarles’, con preceptos y amonestaciones, para que aprovechen bien el tiempo y rindan, lo único que se conseguirá son personalidades torcidas que, finalmente, han interiorizado las exigencias y ya no pueden disfrutar de la vida. Es cierto que Cristo pide frutos, pero esto ha de entenderse en el contexto evangélico y no según las claves de la sociedad del rendimiento. Es urgente aprender a observar, a sentir y a vibrar con la naturaleza, con la música, con la lectura, con la conversación, con la amistad, la entrega a los demás, con el contraste de ideas. Podemos ayudar a los jóvenes a descubrir el auténtico sentido de su vida si se tiene un proyecto vital.

Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010

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