Cuando los sueños de comunión de «dos en una sola carne» empiezan a hacerse esquivos y arrecia la tentación de renunciar a ellos, siempre hay a mano alguna pareja con la que compararse, en la que reflejarse y justificarse. En comparación con ellos, nosotros —se dice— somos un buen matrimonio. No hemos llegado hasta el extremo que ellos han llegado. No logramos alcanzar nuestro sueño de intimidad, comunicación, unidad, pero nos consolamos. Y como «a todo hay quien gane», cada vez se pone el listón del esfuerzo y la exigencia más bajo. Los sueños y comportamientos del noviazgo van apareciendo como idealistas, propios de aquella etapa, irrealizables después de la primera etapa matrimonial. Paulatinamente se va viviendo la renuncia a todo aquello que un día hizo vibrar y vivir. Se descuidan los gestos y detalles que enamoran y encandilan. El conformismo y la rutina se van apoderando de la relación. Los sentimientos de soledad, fracaso y tedio suelen hacerse paisaje frecuente del alma de la pareja.



Por otra parte, resulta inevitable una cierta frustración, dado el alto nivel de expectativas e ideales que se han construido en los primeros tiempos de matrimonio. Se cuestiona la propia imagen. Uno no es tan generoso, tan comunicativo, tan transparente como había creído. El contraste con la realidad diaria va produciendo un cambio en la percepción del cónyuge. Y brotan las preguntas: ¿Es ésta la persona con la que me casé? ¿Es éste el que estaba tan pendiente de mí? ¿Dónde ha quedado su amabilidad, su delicadeza, su amor? ¿Me habré equivocado de persona? ¿Éste va a ser el futuro que me espera para el resto de mi vida?

Pero también cambia en el decurso del tiempo conyugal la percepción que uno tiene de sí mismo. Uno se da cuenta de que no es la persona que se había imaginado: no es tan altruista, tan comunicativo, tan enamorado. El descentramiento inicial no se traduce automáticamente en comportamientos coherentes, en actitudes constructivas. El proceso del encuentro matrimonial es lento y ambiguo. Tiene que superar la comodidad, las heridas, el cansancio, la dificultad de aprender de la propia experiencia. El matrimonio trae la felicidad sólo como conquista progresiva y adquisición creciente. Es sólido y fuerte en la medida en que resulta satisfactorio para los dos cónyuges, aun cuando sea a costa de lucha y esfuerzo.

Fuente: http://bit.ly/1qbZGOc

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