UNA REGLA DE ORO: PERDONAR

–Pero hay cosas que parecen imperdonables.

–Sí, porque toda persona es capaz de muchas y grandes barbaridades. Por, ejemplo, el marido ha cometido alguna infidelidad. Si después la mujer es capaz de perdonarle, él, por eso mismo, ve que tiene una mujer realmente generosa; y vuelve a amarla mucho más que antes, con más intensidad. Esto sucede, y confirma que todos los fracasos de la vida, de orden personal, son debidos al orgullo, a no tener ganas de reconocer el error, de pedir o dar perdón.


–Entonces, ¿habríamos de concluir que el "fracaso" es siempre culpable?

–El amor no puede hundirse sin ninguna causa ni responsabilidad previas. El amor es básico en un matrimonio, pero, insisto, se trata de un amor voluntario, no de un amor sentimental. En el amor conyugal hay un componente esencial, que es la sexualidad; y en ella debe haber pasión. Pero hay que tener claro que la pasión no es el amor. El amor es mucho más. Los que reducen el amor a sexualidad están en un error mayúsculo. Sucede que la pasión puede ser una expresión de amor; pero también puede ser su negación, si es posesiva. En este caso no hay amor a la otra persona sino sólo amor de sí, egoísmo. Las personas tienen que aprender a usar la sexualidad como un aspecto realmente humano de la vida. El amor que "sirve" para iniciar un matrimonio, si pudiera utilizarse esa expresión, es el que está dispuesto a enfrentarse con las dificultades. Si se hunde el amor es porque se ha dejado hundir; se hunde por alguna culpa, por descuidos que hubieran debido evitarse.

–Los parientes y amigos, ¿juegan algún papel en estos casos?

–A veces sí. Por desgracia no siempre positivamente. En lugar de aconsejar con sentido común se dejan llevar por el clima de inmoralidad generalizada, por el escepticismo o un cómodo desaliento. Cuando llega el inevitable momento de diferencias o de riñas, a veces muy fuertes, los parientes de los cónyuges, después los vecinos y en último lugar los sacerdotes, tienen una gran responsabilidad. Deben tener muchísimo cuidado, porque pueden ser los que digan la palabra que hunda al matrimonio. Las personas normales se casan por amor, pero sabiendo que existen defectos por ambos lados y que con un poco de paciencia se sale adelante. Ese optimismo es importante.

–¿Y los hijos…?

–Creo que uno de los factores que más pueden mantener el amor son los hijos. En ese sentido los hijos no son "opcionales" para el matrimonio. No es verdad que sean causa de desavenencias entre marido y mujer, si viven a fondo su matrimonio. La gente se cansa por muchas cosas o llega con nervios a casa porque ha acumulado demasiada tensión en el trabajo. Entonces culpa a los niños. Y trata de relajarse haciendo deporte. Pero no hay nada mejor para serenarse que los hijos. Ellos existen para que los padres saquen gozo de ellos y para que se mantengan unidos, porque son suyos. Un matrimonio que no llega a descubrir esta gran verdad es muy posible que fracase, porque su escala de valores no es acertada y les traicionará tarde o temprano. Por eso es que los hijos, si la naturaleza no lo impide, no son opcionales, sino el soporte mismo del matrimonio.

El papa Juan Pablo II ha señalado que la gran misión de las familias es salvar el amor. Vivir en una familia es aprender a convivir, a ofenderse y luego a perdonar. Volvemos al perdón (un don muy grande). Es muy importante que los padres sepan pedir perdón a los hijos cuando ejerciendo su autoridad cometen errores. Sí, ganan autoridad, porque han dado el ejemplo de una persona que sabe explicar, dar razones. El padre que no está dispuesto a hacer esto es orgulloso y no está formando bien a los hijos.

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