Por Bonifacio Fernández
En la cultura occidental, el matrimonio ha llegado a configurarse como el fruto del enamoramiento y la elección libre. Las personas se casan por amor y para amarse. Deciden unir sus vidas llevadas por un sentimiento de amor compartido y contrastado durante un tiempo. El proyecto de amor conyugal ha emergido con fuerza, vigor y belleza especial en el enamoramiento. Y se ha configurado en el noviazgo en cuanto forma social del aprendizaje del matrimonio.
La verdad es que la dimensión social e institucional del noviazgo se ha difuminado mucho al hilo de la privatización del amor. Se evita el nombre. No se sabe bien cómo denominar la realidad de esa relación. No se acierta a darla a conocer. Es cierto que, en cuanto experimento, no tiene contornos precisos. Cada noviazgo es una historia diferente. Existe un fuerte pudor a hacer pública la relación existencial que ha surgido y se está fraguando. Se difumina diciendo: tengo un amigo, una amiga…
Enamorarse implica básicamente un descentrarse de sí para centrarse en la persona del otro. Sea cual sea la forma psicológica como se inicia, el enamoramiento tiene siempre la dimensión del descubrimiento del otro. En el origen del despertar del sentimiento de enamoramiento suele haber una llamada de la belleza del otro. Su sonrisa, su voz, su forma de mirar, atraen la atención. Inseparable del atractivo físico es el atractivo personal. Nadie había visto en mí lo que tú has visto. Nadie había suscitado en mí lo que tú has suscitado. Tú despiertas dimensiones de mi ser, de mi sensibilidad, que nadie había despertado hasta que tú llegaste a mi vida. Me siento como renacido. Mi vida en cuanto enamorado empieza a girar en torno a la tuya. Mi tiempo se empieza a medir en relación con tu presencia y tu rostro. Estoy todas las horas esperando el encuentro contigo. Los momentos de la separación se hacen insufribles e implacables. No me es suficiente tu continua presencia intencional en mi mente y atención. El mundo entero cambia de semblante ante mis ojos. La gente me parece más guapa, más generosa. Las calles del pueblo o de la ciudad tienen un fulgor especial, nuevo. Son más acogedoras, más cálidas. Todo cambia y se transforma. Se inicia un mundo nuevo, diferente.

 1.1. Tiempo de liberación
Entrar en un proceso de encuentro profundo con otra persona lleva consigo una dimensión de liberación. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer» (/Gn/02/24; /Mc/10/07; /Mt/19/05). Dejar padre y madre no es sólo un hecho social y puntual. Es un hecho personal de maduración. Implica ir dejando las actitudes paternalistas y maternalitas aprendidas, para ir consiguiendo actitudes y comportamientos responsables y libres. Igualmente, en el tiempo del noviazgo los enamorados se ejercitan en la superación de los juegos y actitudes «filiales» con respecto al «partner». Se aprende a luchar contra la tendencia a dejarse proteger, a dejarse querer pasivamente sin responder activamente a la excitación y a la llamada del otro. Liberarse de la tendencia a la sumisión y a la fusión constituye un aprendizaje que se ensaya e inicia en el noviazgo. Se trata de una relación de tú a tú, de persona a persona, de hombre y mujer.En la medida en que la relación interpersonal e intersexual se va construyendo, crece la experiencia de salir de la soledad y del anonimato: El éxodo de sí mismo, del miedo a no ser querido, de la angustia de no ser aceptado por el otro, es una vivencia implícita y repetida en el configurarse de la relación conyugal. Se superan temores que esclavizan y atenazan. Se abren nuevos y sorprendentes horizontes de autonomía personal, de creatividad y originalidad.
Además de dejar el mundo de la protección, se deja el mundo de la masificación. Alguien se ha fijado en mí. Me ha visto como alguien especial. Me ha elegido entre millares de hombres o mujeres. Disfruta de estar conmigo. Soy importante para él. Soy único en el mundo. Diferente de todos. Me ama por ser como soy. Toda la experiencia esencial del noviazgo se puede leer en clave de éxodo y liberación. Y adquiere un significado muy hondo.
Como es obvio, lo anterior se refiere al éxodo personal y familiar en el caso de relaciones familiares sanas. La verdad es que, con alguna frecuencia, el noviazgo comporta la liberación de relaciones familiares superprotectoras e incluso opresoras y autoritarias. Hay quien se casa para liberarse de su familia y para desafiar a sus padres. Pero es ésta una pésima motivación para el matrimonio.


1.2. Tiempo de desierto
El noviazgo es también una aventura. Se emprende un camino nuevo que tiene gran atractivo y también notables riesgos. Implica dejar las seguridades de lo ya conocido y emprender un experimento hacia dentro de cada uno y hacia el otro. Te lleva a ir dejando la pandilla de amigos, la comodidad del hogar, las seguridades económicas y afectivas. Te pone en camino hacia la tierra prometida y te hace ejercitar la fe y la esperanza ante la novedad y libertad de la persona amada.
El enamoramiento incipiente implica el ejercicio del arte de la seducción. Cada uno muestra lo mejor de sí mismo. Muestra sus mejores encantos personales: su belleza, sus habilidades, su simpatía, su inteligencia. Pone en juego lo que considera más valioso y atractivo de su ser varón o de su ser mujer. Se llena de expectativas y deseos de caer bien al otro y responder a lo que imagina que el otro espera. Pero en el desarrollo de la relación los encantos de la seducción van dejando ver con más realismo los límites del amado o amada, sus luces y sus sombras. Van emergiendo y desarrollándose las mejores capacidades de cada uno: su generosidad, su amor, su entusiasmo… Se dan también los primeros tanteos en el arte de la dominación y de la posesión. Te quiero mía, te quiero a la medida de lo que a mí me gusta y yo necesito. Te quiero porque te necesito: me hace falta tu compañía, tu cariño, tu simpatía, tu seguridad, tus ganas de vivir, todo lo que tú me das…
Estas pretensiones, más o menos explícitas y conscientes, producen conflictos. Con alguna frecuencia estallan. Son bien conocidas las discusiones de los novios. Constituyen en realidad pruebas de fuerza. Están en el contexto de la pretensión de dominar al otro. En el origen de la relación matrimonial son inevitables los momentos de desierto. De la misma manera que en el desierto se va formando el pueblo de Dios como pueblo de la alianza, así en el tiempo del noviazgo se va formando la intimidad de la pareja y se va experimentando el «nosotros» en la complementariedad. Amar es un sentimiento. Pero es también una decisión aventurada. No se tienen todas las cartas en la mano. Entra en juego la libertad del otro. Una libertad siempre abierta y sorprendente. La irrenunciable tentación es querer cambiarlo para que se parezca a la imagen ideal que uno se ha hecho del otro. Para madurar hay que aceptar al otro tal como es, con sus decisiones, con su historia y su crecimiento personal; hay que pasar del «te amo porque te necesito» al «te necesito porque te amo».
1.3. Tiempo de comunicación
Los enamorados emprenden un proceso de conocimiento y descubrimiento mutuo que va construyendo la intimidad. Se tiende a narrar todos los detalles del día. Toda la historia personal se convierte en narración. Los lugares, los nombres, las personas, los paisajes de la vida de cada uno, adquieren inusitado interés para el otro. Se quiere conocer con todo detalle al amado. Sus problemas, sus dificultades, sus sueños, son objeto de atención. Se siente la necesidad de conocer totalmente al otro.
Los enamorados tienen mucha necesidad de hablar. Verbalizan detalladamente sus sentimientos y sus acontecimientos. Buscan insaciablemente espacios de soledad en compañía y comunicación: pasear juntos, viajar juntos, estar juntos en la intimidad. Las conversaciones telefónicas se hacen interminables. En la distancia física, escriben cartas de amor todos los días, varias veces al día. No tienen pereza en llenar folios y folios. Las distancias se acortan, y cualquier ocasión es buena para el encuentro. No pesan las horas de viaje.
En el proceso de la comunicación juegan un papel decisivo la corporeidad y la sexualidad. A medida que se va formando la pareja se van encontrando los signos, los gestos y rituales propios. Se va aprendiendo a descifrar la expresión corporal como lenguaje no-verbal. El tomarse de la mano, el primer beso, el primer regalo, el entrar en casa, suelen ser gestos llenos de significación y emoción. La sexualidad como lenguaje afectivo, placentero e instintivo adquiere todo su alcance en la perspectiva de la comunicación interpersonal. Implica apasionamiento, búsqueda de contacto y unión.
1.4. Tiempo de promesas y sueños
Los enamorados sueñan juntos el futuro. Es ésta una dimensión esencial. Inventan y planean la vida juntos. Diseñan la casa en que van a vivir: la morada común simboliza la necesidad de permanecer juntos Proyectan los hijos que van a tener: esas pruebas tangibles del amor y la obra común. Diseñan, sobre todo, un camino de singularidad, un proyecto de vida. Van a ser un matrimonio original, único. No se van a parecer a otras parejas conocidas que no muestran entusiasmo el uno por el otro. A ellos no les va a pasar lo que ven a otros matrimonios. Los roles no les van a marcar y separar. No se van a aburrir. ¿Cómo se pueden aburrir estando al lado de la persona que tan feliz les hace sentir? No se van a enfadar; y, si llegan a enfadarse, la reconciliación será inmediata. Y la alegría mayor: no se van a ver sumidos en largos silencios ni se va a aislar cada uno en su mundo. Esperan el día en que no tengan que separarse al llegar una hora de la noche para dejarla a ella a la puerta de su casa. Podrán estar juntos para siempre. Y solos.

 Fuente: Encuentra.com








La comunicación y el conocimiento del otro, antes de establecer relaciones de cara a una vida, es fundamental tal y como siempre lo ha sido, pero hoy día aún más, puesto que la igualdad en derechos y obligaciones que se establece como base hoy día en el seno de la Pareja, hará que nada esté preestablecido sino más bien en el respeto al otro en todas las dimensiones de la persona. 

El respeto al otro es consecuencia del conocimiento del otro, no sólo del conocimiento que se estableció cuando se conocieron, sino en la evolución de la persona y de su personalidad a lo largo del tiempo. Establecemos como base que las personas evolucionan y no son las mismas a lo largo del paso del tiempo. 

Esto requiere una puntualización y un "reconocimiento" continuo del otro, basado en el diálogo, en donde la escucha ha de ser un continuo permanente, que debe partir del interés por el otro, no solo basado en el amor pasional o romántico, sino en el interés por la persona a la que nos hemos unido por amor.


Lo que se establece en el amor romántico o enamoramiento de los primeros momentos, no sirven como base para el conocimiento del otro, ya que se trata de sentimientos que anulan la voluntad e incluso la objetividad para la escucha y el conocimiento más en profundidad del otro. Son momentos de romanticismo, en los que se está en un estado alterado de consciencia muy "arrebatador", que hace que uno no piense más que en lo maravilloso del otro ser, y en los maravillosos momentos que pasan juntos, pero en el que no se conoce a la persona en su realidad holística, en su totalidad. 

Es por eso que pongo en guardia a los enamorados, que no ven en el otro más que portadores de felicidad extrema. 
Son los momentos en que se dice "soy tuya" o "soy tuyo" sin caer en cuenta de la gran equivocación que esto supone para cuando éste estado termine. El romanticismo es perecedero, como bien sabemos todos los que lo hemos vivido, y se produce fundamentalmente en la adolescencia, cuando la ignorancia sobre las dificultades que presenta la convivencia, hace que no pensemos en que pueda haber inconvenientes. Son momentos en que las hormonas comienzan a hacer estragos en nuestro cuerpo y en nuestras emociones, pero en los que la experiencia es prácticamente nula y por tanto nos podemos llevar fuertes decepciones que nos pueden hacer sentir los más profundos sufrimientos. Son aprendizaje.


Partimos de la base de que en una relación de pareja hay tres vidas: la vida de uno, la vida del otro y la vida que tienen en común. 
 Y las vidas particulares de cada uno han de ser negociadas, aceptadas y respetadas por el otro. Es el tema de la confianza y entramos en el tema del respeto al territorio particular de cada uno. La territorialidad es importante a tener en cuenta y facilitara una mejor convivencia, además de evitar incomodidades que puedan desembocar en considerar al otro como un "intruso" en nuestra vida en vez de un compañero solidario o un aliado. Tiene que ver con el respeto al otro del que hablábamos antes, pero tiene sus matices de los que hablaremos en el artículo sobre territorialidad.


Si aprendemos a vivir las decepciones y los sufrimientos relacionados con el amor de Pareja, como Maestros que nos dicen cómo es mejor llevar las cosas relacionadas con el corazón, y hacia dónde NO dirigirse, podemos considerar que la aventura de la vida tiene el aliciente de enseñarnos a vivir cada vez con más plenitud nuestro mundo relacionado con las Cosas de Dos.


La idea del compañero es uno de los problemas más comunes con los que tiene que lidiar la mayoría de las parejas. 
Esto es más común en las mujeres, se piensa que el compañero todo lo puede hacer, nunca se va a enfermar, nunca va a tener problemas y es casi un Dios.

Hay que tener mucho cuidado, el no ver las debilidades del otro hará que siempre esperes demasiado de él y que incluso le exijas más de lo que puede dar. Es por eso que hay que tratar de ser realista y ver los defectos del hombre, no para echárselos en cara, sino para darle su lugar de humano que se puede equivocar y puede cometer errores igual que tú.

Otro problema que es muy generalizado, es el dar por un hecho a la pareja como adivina, que sabe lo que quieres, lo que piensas, lo que necesitas, debido a que te conoce totalmente.
Aunque esto sería muy hermoso, la realidad es otra. El otro no es un psíquico, no puede adivinar las cosas, ni puede saber de antemano algo, sin que tú no se lo digas. El problema sobreviene a la hora en que se asume que el hombre sabrá siempre todo, cuando se descubre que no es así, viene el reclamo y la desilusión. Además se vuelve un obstáculo para la comunicación, pues tú no sientes la necesidad de decir lo que sientes, "para qué si él ya lo sabe".
Esto se da debido a que te has compenetrado tanto con esa persona que pensamos, inconscientemente, que está dentro de nosotras y creemos que debe entender todos nuestros signos y nuestros pensamientos tan bien como nosotras.
En una relación de pareja nunca se debe asumir nada, nunca debe darse nada por sentado, no hay nada escrito, y todo hay que decirlo, conversarlo. La comunicación es clave en el proceso de no pedir imposibles, de no pelear por algo que el debió entender, o que tenía que ser de una u otra forma.
Trata de ser realista, de comunicarte y de no exigirle demasiado a tu pareja. La relación será más sincera, unida y más sólida.


Fuente: Tn Relaciones.com

















































































Por Blanca Mijares
Todos los casados deseamos conservar el amor incondicional, de nuestro cónyuge, a lo largo de la vida matrimonial. Quisiéramos conservar nuestra presencia dentro de la mente y del corazón de nuestro cónyuge hasta que la muerte nos separe. Pero muchos vemos, que en ocasiones, ese estado de seducción inicial se va perdiendo, hasta convertirse en algo que se recuerda como si hubiera sido un sueño irreal.
Nosotros lo que queremos decirles es que no es un sueño imposible, el amor profundo e incondicional entre los esposos es posible a lo largo del matrimonio. Sin embargo, no se logra viviendo de cualquier modo la relación conyugal, sino que se trata de una forma de comunicación que los cónyuges han de aprender, conservar y que sigue ciertas leyes específicas, es un juego de amor que poco tiene que ver con la belleza física o la edad; porque los esposos, aún teniendo 90 años, pueden seguir descubriéndose hermosos, pueden seguir sintiéndose profundamente enamorados uno del otro.
Los cónyuges enamorados tienden a serlo en cualquier situación. Son parejas que han decidido y han aprendido a conservar un nivel emocional alto en su relación, son parejas que continúan fascinadas y cuyo estilo varía muchísimo en función al potencial que encierra cada tipo de carácter de cada uno.  Esto nos ha hecho concluir que no hay un carácter mejor que otro para el matrimonio, que cada personalidad posee puntos fuertes que explotar que le pueden ayudar a enamorar a su cónyuge, como también, áreas de oportunidad con las que puede trabajar. La disparidad de caracteres no es un problema para los cónyuges, al contrario, en los matrimonios exitosos los hábitos buenos de cada tipo de carácter tienen un efecto de seducción en el otro cónyuge carente de ellas.
Los cónyuges buenos para el matrimonio sueles caracterizarse por poseer virtudes que logran mantener el amor a lo largo del tiempo, y aunque, en ocasiones vemos perfiles más femeninos o masculinos, en general podríamos decir que son características y hábitos que los definen como buenos. Estas virtudes necesarias para conservar el amor conyugal no surgen de un día para el otro, son características que la persona ha recibido con su temperamento al nacer, pero que ha ido forjando en carácter a lo largo de su vida. Por eso, creemos que cualquier cónyuge que posea la suficiente inteligencia para comprenderlo y voluntad para ponerlo en práctica las podrá adquirir para convertirse a sí mismo en un excelente amante y, de este modo, contribuir a la unidad y felicidad de su matrimonio. Solo es necesario tener ganas de fascinar al cónyuge, de mirarle con ojos de amor y de descubrir lo que necesita de nosotros.
El conservar el amor durante toda una vida parecería a muchos como una falsedad mantenida en el tiempo por los cónyuges o, al contrario, como personas poseedoras de un código o de un hechizo secreto inaccesible para el resto de los mortales. Nuestra labor durante años ha sido tratar de descifrar esos códigos para ponerlos a la disposición de todo aquel que quiera ser feliz en el matrimonio. Pues son herramientas que hacen la vida matrimonial y familiar fácil y confiable, desde su comienzo y hasta que la muerte los separe, son herramientas que otorgan a la relación matrimonial la sensación de agilidad y fluidez, que generan optimismo y bienestar, que ofrecen seguridad. Por eso, creemos que vale la pena tratar de profundizar en su conocimiento y en su práctica. Verán que los resultados positivos son casi garantizados para la mayoría de las personas casadas, a no ser que su matrimonio se haya fundado en alguno de los escenarios que mencionamos en nuestro libro “Noviazgos de alto riesgo, filosofía del amor conyugal”, que tendrán que sanar otras cosas antes.
Quien trata de ser un buen esposo o esposa posee dos imanes que atraen irremediablemente al otro cónyuge: Por un lado, lucha por ser como le gustaría ser al otro cónyuge, emana virtudes particulares que le apetece imitar y llegar a poseer, se presenta como capaz de guiar la relación por caminos que el otro teme emprender en solitario, aventuras fascinantes. Gracias a su lucha por mejorar su temperamento y al carácter adquirido, con todas sus virtudes y defectos, el cónyuge se siente atraído por alguien valioso y hermoso, y no le importa poseer carencias, pues cuenta incondicionalmente con las virtudes de su cónyuge. Aquí encontramos el segundo imán: cuando un cónyuge se siente bendecido con el valor del otro: está dispuesto a escucharle, a cederle credibilidad, se siente feliz en su compañía, desea estar a su lado, comienzan a identificarse y a compartir gustos y hasta modos de ser que les identifican como una sola carne que son. Se convierten así en almas gemelas.
El ideal de una pareja sería que cada uno viera su propio reflejo mejorado en su cónyuge, pero sin perder la propia identidad, sin perderse del todo uno en el otro, pues entonces se perdería el encanto, se convertiría en una relación enfermiza. La diferencia entre la seducción manipuladora y el amor constructivo radica en el grado de felicidad o tormento que obtenemos tras haber sido seducidos por el candidato a cónyuge. Este es un punto muy importante al evaluar nuestra decisión a casarnos.
Cuando una pareja realmente se ama con un amor bueno y constructivo, se encontrara compartiendo confidencias que solo guardan para ellos mismos, estarán pensando en el cónyuge como su predilecto, por encima de cosas y personas; dialogando; compartiendo actividades; planeando modos de agradarse; anhelando su compañía, sus directrices, su atención, mutua. Cuando ambos cónyuges luchan por ser mejores acaban deseando entregarse lo mejor de sí mismos y crean un ambiente agradable, que refleja la felicidad que sienten por tenerse, que a su vez, ayuda a que su amor se conserve y profundice.

 El amante que conserva el amor.

Un buen cónyuge no se improvisa.
1°. Observa atentamente a su esposo o esposa, prestando gran atención a sus movimientos, estilo de comunicación y cicatrices psicológicas. Esto quiere decir que se toma tiempo para conocer al otro, para ponerse en su zapatos y para tratar de entender su modo de ser único e irrepetible y por lo tanto, valioso.
Algunos cónyuges llegan a  traducir señales, imitan gestos y posturas para generar la identificación necesaria para poder comunicarse de mejor forma. De este modo, el cónyuge que observa no solo aprende sobre el otro superficialmente, sino que le ofrece un ambiente de confianza para abrir su corazón, para platicar lo que a nadie más le ha contado, para ser como es sin miedo a ser rechazado. Cuando alguien se siente completamente acogido, aceptado y querido, se siente fascinado por el cónyuge que lo acoge.
Pero esta acción tiene que ser sincera, tiene que estar impregnada de delicadeza, de autenticidad, de amor, no debe de llevar ningún otro objetivo que fortalecer la unidad; porque de no ser así, si lo que se busca es la manipulación del otro, éste, irremediablemente, tarde o temprano, se dará cuenta de ello con nefastas consecuencias para la relación: el cónyuge manipulado se sentirá desconfiado, con suspicacias y la comunicación se cerrara, porque sentirá miedo. Por lo tanto, el único propósito válido es compartir el mejor trato humano de ida y vuelta.
2°. Los cónyuges que conservan su amor en el tiempo, con frecuencia pero sin avasallar: se llaman con frecuencia, se miran a los ojos el tiempo justo para no sentirse intimidados, pero suficiente para sentir interés, se escuchan con atención, se atienden con delicadeza, se otorgan la razón, se ceden el poder, se reconocen los logros, muestran lo importante que es uno para el otro, se ayudan a ser mejores, juntos se sienten más inteligentes, sensibles y divertidos, su unidad exalta su masculinidad y feminidad, y captan sus genuinas virtudes. Crean un mundo que gira alrededor de su unidad, donde ambos se dan y acogen incondicionalmente, donde solo entre ellos se sabe lo que realmente valen y son capaces. Este tipo de cónyuges muestran interés mutuo y expresan verbal o gestualmente el impacto que les provoca el otro. No se dejan invadir por la mediocridad y la monotonía.
3°.  Un paso más es el que dan al proveer las necesidades íntimas del cónyuge. Todos padecemos de una necesidad profunda de amor, que aunque solo Dios es capaz de llenar, en el matrimonio encuentra su expresión más hermosa y completa. Los cónyuges que se aman por muchos años, sienten placer juntos, alimentan las necesidades físicas, afectivas, psicológicas, intelectuales y volitivas mutuas. Un matrimonio bien estructurado y funcional es la mejor fórmula para aumentar la autoestima, seguridad, diversión, valentía, servicio, comunicación mutua. Los cónyuges se van conduciendo a través de la vida con suavidad hacia su destino de amor. El amor comprometido e incondicional prorroga la acción, la fantasía de lo que vendrá; la creatividad se dispara, trabaja, imagina; la inteligencia anticipa, piensa, elige. La vida conyugal se dinamiza. La unidad trabaja de maravilla.

Pero en este momento, el riesgo es que se crea que este es un estado permanente y se mantendrá por su misma inercia. Si los cónyuges se distraen, si se confían, por hallarse instalados cómodamente en el pensamiento y en el ser del  otro, corren el riesgo de que la relación se vaya enfriando, el trato delicado se descuide, que las miradas se desvíen, que la creatividad se ocupe en otros fines, que el tiempo se vacíe del otro. Independientemente de que caiga uno o ambos cónyuges, la consecuencia es que la unidad se verá fracturada y la relación dañada, más o menos dependiendo del tiempo y del tipo del descuido. En principio surge el pánico a la pérdida, pero más tarde, la incredulidad, la sospecha, la desconfianza, el deseo de cerrarse para el otro, de excluirlo de la propia vida.
No hay que olvidar que está en las manos de ambos cónyuges el gobierno de su matrimonio, poseen el control sobre lo que su matrimonio es, pueden usar su inteligencia y pueden manejar a voluntad la felicidad o la desesperación que vivan dentro de su matrimonio. Y si saben conservar y cuidar las 3 actitudes mencionadas de: observación, conocimiento, comunicación, dentro de una dinámica de don y acogida mutuos, su amor se mantendrá en el tiempo, aún si han caído. Recordemos que no somos perfectos, que esta es la primera y única vez que vivimos y que por eso, podemos equivocarnos, pero también podemos reparar nuestros matrimonios. Los cónyuges que estén consientes de esto tienen la batalla ganada.

Las carencias personales.

Queremos hablar sobre ellas porque en muchas ocasiones son las que entorpecen las relaciones conyugales o las destruyen. La mayoría de nosotros estamos tan centrados en nuestras propias necesidades, que pocas veces podemos diagnosticar lo que nuestro cónyuge necesita. En muchas ocasiones, el peso excesivo de nuestras carencias nos hace cautivos de nosotros mismos, o nos empujan a buscar consuelo en seductores oportunista que nos cautivan al aparentar poseer y proveer lo que no encontramos en nuestro cónyuge. Nos sentimos seducidos por alguien ajeno, esperando ganar algo importante para nosotros mismos, y a su vez, el seductor se presenta a sí mismo intencionalmente como hipotético dueño de la pócima anhelada para todos nuestros males.
Un buen cónyuge procura conocerse lo mejor posible para hallar los aspectos más sugerentes de su personalidad, para seducir a su esposa o esposo, pero además, y más importante es conocer las necesidades, carencias y sistemas defensivos de la pareja. Este análisis es vital para el matrimonio, porque así descubrirán lo que pueden dar y lo que desean recibir. Solo al conocerse los cónyuges podrán alcanzar un equilibrio inteligente entre estos dos polos de dar y recibir. En este sentido, los esposos al haber comprometido su amor de por vida llevan una ventaja sobre los amantes furtivos, porque ser blanco de la seducción de un extraño produce una sensación incómoda de vulnerabilidad o de vértigo; que produce el bloqueo de manejos externos y del embaucamiento de un tercero. Por lo tanto, solo es seducido, por alguien más, el que quiere serlo.
Son cónyuges imprudentes, inseguros o demasiado descuidados los que se acercan voluntariamente al magnetismo ajeno para poseerlo. Y en muchas ocasiones, en contra de lo que se cree, el otro no siempre es vil ni desea adueñarse de tu cónyuge, simplemente se ha convertido en alguien atractivo para él o para ella por las mismas carencias que padece, pero que en realidad es una persona que solo desea llevarse bien con los demás.

Importancia del cuidado personal y de la relación conyugal.

Como el matrimonio es una relación de naturaleza relacional sexual entre un hombre y una mujer, es importante no descuidar las relaciones sexuales, y como en las relaciones sexuales nos acogemos tal y como somos es importante presentarnos guapos, limpios, es decir, agradables a los sentidos.
Pero para alcanzar el paraíso de una relación sexual plena no deben descuidar su emotividad, solo si son unidad de almas podrán ser realmente plena unidad de cuerpos. Por eso, hay que descubrir lo que el otro desea y necesita, expresarle palabras y gestos  de amor, ayudarle en sus labores cotidianas, procurar hacerle la vida más agradable y vivible, según el momento y las circunstancias. Actuar generosa, inteligente y virtuosamente seduce.
Al cónyuge bueno se le ama por convicción y no por obligación, es atractivo porque domina su temperamento y se ha forjado un carácter amable, pero a la vez firme y con ideas claras, gracias a su formación espiritual. No se trata de un extraterrestre, un cónyuge bueno es una persona que acoge deseos, exhibe virtudes y sufre carencias y necesidades como cualquier otro. La clave se encuentra en tratar de enganchar todo estos con lo del cónyuge para ayudarse a vivir la vida y a hacerse más felices y mejores personas.
El arte de la belleza en el matrimonio exige energía y cuidado, que en ocasiones podrá resultar agotador, pero que vale la pena intentar. Cuando una pareja de esposos logran el equilibrio se sienten mejor cuando están juntos que cuando están lejos, se enriquecen mutuamente con las virtudes del otro, se fascinan compartiendo en exclusiva su vida, juntos se sienten importantes, únicos y originales, pues siempre prestan una extraordinaria atención al otro, ensalzan sus virtudes, fulminan sus complejos, se aprueban constantemente, y al hacer todo esto, fortalecen y garantizan su unidad.  La necesidad que todos tenemos de ser aprobados, amados, atendidos y entendidos se ve satisfecha y ya no podemos prescindir de ella.
Pero, aún así, hay algo que se conserva, algo que se guarda en el corazón, algo que nos mantiene siendo nosotros mismos, que nos da la confianza y ecuanimidad en los momentos difíciles, y este algo es Dios en nuestro corazón, es vivir en Él y Él en nosotros. Solo en compañía de este tercero la relación matrimonial podrá alcanzar las profundidades y belleza que solo el amor Divino puede impregnar a la mejor relación conyugal  humana.

 Fuente: Encuentra.com