"RESUCITAR" EL AMOR
 
–¡Habla usted de "resucitar"!. ¿Cómo puede operarse semejante "milagro" en un matrimonio "roto", por seguir con la sólita expresión?
 

– Todos somos aprendices del amor; y el matrimonio es su mayor escuela, donde los esposos se casan porque se aman, pero también para amarse siempre. La base de ese amor no puede ser una "pasión" pasajera, sino una voluntad sólida. De ahí que sea necesario el "noviazgo", que no tiene los derechos ni los deberes ni las manifestaciones del matrimonio, porque no lo es. Hay que forjar la voluntad, hay que elaborar un amor rigurosamente "personal", hecho de ilusión por hacer feliz a la persona elegida. Los que se casan deben saber que tendrán que luchar por mantener esa ilusión, ese amor personal. Quien no quiera esto, nunca será feliz, porque lleva dentro el egoísmo, porque no ha "salido" de sí mismo.
 
Lo normal es "recuperar" el amor con un acto de humildad, reconociendo en la persona de la mujer o del marido, esto: una persona, por la que vale la pena dar la vida. Que realmente vale la pena es cierto en cualquier caso, porque la persona es siempre imagen de Dios. Podríamos añadir: Dios Hijo ha dado su vida humana por ella. Además, esa persona ha sido elegida libremente –por amor–, para centrar la plena donación personal que implica el matrimonio. Con la luz de la fe es más fácil, porque siempre se puede ver y redescubrir lo que acabo de decir: la imagen de Dios que "es", aunque a primera vista no se vea.
 
–Supongamos que estamos ya en plena crisis. ¿Cómo se activa, en la práctica, la "resurrección" del amor?
 
–La humildad –que es andar en verdad, como escribió magistralmente Santa Teresa– dispone a reconocer el valor del otro cónyuge como lo que es; y permite lo que el orgullo o el egoísmo impiden: la dignidad de pedir perdón. Lo normal es que las murallas se desplomen con un "perdóname, estaba cansado, nervioso, no sabía lo que me hacía o decía…". Entonces, la otra persona reconoce –es preciso que así sea– que también tenía parte de culpa, y vence a su vez el propio orgullo, y abre paso a la oportunidad de que se restablezca el amor. Se debe perdonar en todo; eso es amor.
Cormac Burke es sacerdote irlandés, abogado, doctor en Derecho Canónico y juez de la Rota Romana (el tribunal de última instancia que juzga las causas de nulidad). Vivió veinte años entre Europa y Estados Unidos, diez en África y ahora reside en Roma. Su experiencia en humanidad se advierte no sólo por la cantidad de idiomas que habla –puede conversar literalmente con "todo el mundo"–, sino también por el realismo sin inhibiciones con que aborda los temas relacionados con la familia.


Lejos de lo que podría pensarse a la vista de tantas noticias de matrimonios "fracasados", de familias "rotas", la verdad es que hay muchas más que no son "noticia", porque están enteras y felizmente unidas. Sucede, sin embargo –según dice el escritor José Luis Olaizola– que "la mayoría de directores que están al frente de medios de comunicación –prensa, radio, televisión–, o los que contribuyen a formar opinión a través del cine, la literatura, el teatro, y hasta la música, tienen graves problemas personales de familia que acaban proyectándolos en la sociedad… Pero esto no quiere decir que la familia no esté sufriendo gravísimos embates".

Encontramos a Monseñor Burke siempre amablemente dispuesto a responder a nuestras preguntas. Recabamos su opinión sobre el punto al que se debiera prestar más atención cuando se quiere defender en concreto la institución familiar.

FUERZA Y DEBILIDAD DE LA FAMILIA

–Para comprender mejor tanto la fuerza como la debilidad de la familia, hay que volver una y otra vez a sus orígenes. ¿Qué es la familia?, ¿de dónde viene y a dónde va? Juan Pablo II lo ha expresado de un modo muy claro y sugestivo, aunque misterioso: Dios, en la intimidad de su Ser perfectísimo y trascendente, "es Familia". En Dios hay paternidad (Dios Padre); hay filiación (Dios Hijo), y la esencia de la familia que es el amor (Dios Espíritu Santo). Dios es Uno por naturaleza y Trino en personas. Es un misterio que, cuando se conoce, arroja mucha luz sobre todas las cosas. Dios crea al hombre a su imagen y semejanza: lo crea no en soledad, sino, cabe decir, "en familia"; crea hombre y mujer, para formar la gran familia humana, reflejo de la divina.

La esencia de la familia humana, como sucede en la divina, es el amor. El auténtico amor humano es reflejo del amor divino: entrega, donación, de una persona a otra. El amor es, en cierto sentido, salir de sí mismo, para vivir por otro y para otro. La paradoja del ser personal es ésta: la persona sólo se encuentra a sí misma saliendo de sí misma, viviendo en y para otras. Esto, aunque nos hayamos remontado a su origen sobrenatural (la relación entre las Personas divinas), es lo natural en la familia humana. Si se comprende, se entiende también que la única grave amenaza para la familia es la misma que tiene el amor. Esto es, el egoísmo, que lleva a centrarse en uno mismo, a encerrarse en sí mismo, a preocuparse de sí mismo, a vivir para sí mismo, en definitiva, a caminar contracorriente del amor. Vivir uno al lado de otro no basta para poder hablar de amor. Entregar "algo", por ejemplo, el cuerpo, no justifica el empleo de esta palabra tan grande: amor. Amor es dar no cosas sino darse la persona entera. Esto se realiza del modo más sensible en el matrimonio. Por eso es indisoluble, porque la donación es entera y sólo puede ser entera si lo es para toda la vida. No basta la atracción erótica, que anhela la posesión sin casi nada más. Esa atracción es superficial y egoísta. Es claro que sobre una base tan movediza no puede edificarse nada sólido.

–Pero hay parejas que se enamoraron, que se entregaron de verdad y después experimentan el desencanto, la ruptura, al parecer sin remedio.

–Enamorarse es bastante fácil. Lo difícil es mantenerse enamorado. Pero cuando se escoge a alguien como esposo o esposa, el enamoramiento se convierte en amor conyugal, comprometido, definitivo, dispuesto a sacrificios sin cuento, y se obtienen fuerzas suficientes para recomenzar. Sucede a veces que alguien se casa calculando mal; pensando: "¿esta persona me hará feliz según lo que yo quiero?". Pasados los años dice: "Ah, no me está haciendo feliz como yo quería, entonces la abandono y tengo derecho a dejarla". ¡Pero eso no es el matrimonio! El matrimonio es aceptar a la otra persona para bien o para mal. Es incondicional, con cambios y todo. O se mantiene el concepto de amor permanente indisoluble o no hay entrega completa nunca. Cuando la hay, aunque parezca difícil, es posible resucitar el amor.

Fuente;http://encuentra.com/noviazgo_y_matrimonio/resucitar_el_amor_conyugal_14867/