A lo largo de toda la historia de la humanidad se ha afirmado que el matrimonio es la unidad total entre un hombre y una mujer. Esto significa que implica cuerpo y alma de los cónyuges, es decir que implica la donación y recepción de su naturaleza humana: por un lado es libremente asumida, y vivida, y es experimentada amándose incondicionalmente, hasta que se convierten en un bien reciproco (seria lo propiamente espiritual) y por el otro lado, implica la complementariedad sexual y la propiedad procreativa natural que le es propia, y el compartir el tiempo y el espacio de su vida para construir un proyecto de pareja y familia, hermosos (seria lo propiamente material sazonado por lo espiritual).
Y es precisamente a este tipo de matrimonio natural al que me refiero, no a los inventos legislativos recientes; aunque las cosas no son su nombre, la manipulación del mismo crea confusión, es por eso que es necesaria la aclaración.
Nosotros los seres humanos siempre actuamos, siempre estamos en acción y a diferencia de los animales, no estamos determinados por el instinto a actuar de una forma determinada, sino que, en virtud de la libertad, podemos optar entre múltiples posibilidades: puedo ser o no cónyuge; y puedo ser un mal, regular o excelente cónyuge.
Mediante nuestras acciones libres nos edificamos en un tipo determinado de ser esposo o esposa. No son las circunstancias las que nos “hacen”, sino la respuesta libre que damos a ellas lo que nos va construyendo una identidad de cónyuge más perfecta o no. Es decir que vamos a actuar ineludiblemente como cónyuge y que el tipo de vida matrimonial que tengamos será producto de todas esas acciones libremente asumidas u omitidas.
Entonces, ¿cuál sería el parámetro para considerar si estoy siendo buen cónyuge o no? El profesor Aranguren en su libro Etica dice que las acciones son buenas si contribuyen al perfeccionamiento de la persona que las realiza.
Pero, ¿Cómo se yo como cónyuge que acciones son buenas y correctas para mi matrimonio, y como actuar por motivos rectos? Si partimos de la idea de que el matrimonio es la unidad en cuerpo y alma de los cónyuges, podemos decir que esa es su naturaleza y que cualquier acto u omisión que atente contra la unidad, atentara contra la naturaleza misma del matrimonio, y por lo tanto, no será buena o tan buena para el mismo. Es decir que una buena, bella y verdadera vida matrimonial estará plagada de actos y hábitos afines a la realización de la naturaleza misma del matrimonio natural.
Esto quiere decir que no es suficiente acciones aisladas y de vez en cuando. Si realmente quieren ser buenos esposos y tener un matrimonio hermoso, es necesario ponerse como objetivo compartido construirlo y vivirlo, como compromiso libremente asumido, todos los días de su matrimonio. Solo así se auto-conformaran en cónyuges buenos por amor. Solo así construirán un ámbito digno para el crecimiento y desarrollo de sus hijos, donde además, ellos mismos aprenderán a amar, siendo amados y viendo amar inteligente e incondicionalmente.
A través de la implicación personal –en cuerpo y alma- de los cónyuges, en un proyecto de amor incondicional e inteligente, los padres manifiestan y enseñan a sus hijos una actitud, carácter o personalidad moral, beneficiosa para todos y cada uno de los miembros de la familia y en consecuencia, para la sociedad en la que habitan. Esto es así porque no se da una vez la donación amorosa, sino que se va haciendo, definiendo, a través de las acciones de los cónyuges a los largo de su vida matrimonial.
Un buen matrimonio y en consecuencia unos buenos padres:
1. Actúan con conciencia de unidad: son amos y señores de su vida y destino. No se dejan avasallar por las circunstancias de la vida, sino que reflexionan y dan respuestas acordes a su proyecto de amor incondicional y total, libremente elegido.
2. Actúan con libertad: al elegir el estilo de vida conyugal y familiar, como un modo de ser superior, así como también, en su realización diaria.
3. Actúan con responsabilidad: dirigen sus acciones a plenificar su modo de ser conyugal y familiar y asumen como suyas las consecuencias de sus actos.
4. Actúan con inteligencia: según unos fines, estableciendo medios y motivos. Es decir, que descubren en los suyos y en el proyecto de vida compartido valores que les apelan y los llevan a actuar a cada momento, con los que se enriquecen.
5. Logran consecuencias positivas: es este el método de comprobación. Cuando cada uno de los cónyuges: se compromete con el proyecto matrimonial, es virtuoso, actúa de buena fe, sabe reconocer cuando se equivoca y sabe rectificar, trata a los más suyos con respeto y se preocupa por su desarrollo integral no hay forma de que el proyecto matrimonial y familiar fracase. Sino al contrario, han logrado un proyecto satisfactorio, que les ha perfeccionado como personas y ha dado muchos frutos.
Pero si además, son personas de fe, su matrimonio se verá bendecido por la gracia de Dios, siempre tendrán el recurso de recurrir a su padre amoroso para que los ayude en momentos de angustia o contrariedad. Para los cristianos el que los esposos estén bautizados significa que han sido insertos en el Cuerpo mismo de Jesucristo y que están llamados a una plenitud de vida sobrenatural. Está en manos de los mismos cónyuges alcanzar esta vida de perfección, a imagen y semejanza de Jesucristo, de entrega total, generosa y alegre por los más nuestros, que además, es garantía de perfeccionamiento y satisfacción personal, conyugal, familiar y social.
Blanca Mijares
Comment
THERE ARE 0 COMMENTS FOR THIS POST
Publicar un comentario