Estamos asistiendo a la desconexión entre lo institucional y lo personal en el matrimonio. En un tiempo prevalecía lo objetivo e institucional sobre la realización personal del amor. No quedaba apenas lugar para la innovación personal e individual. Todas las pautas estaban ya marcadas. No había nada que crear. Era cuestión de repetir y reproducir lo que ya habían hecho generaciones y generaciones anteriores. Lo social e institucional prevalecía sobre lo personal. 



Hoy la relación entre lo público y lo privado ha cambiado de signo. Se pone en primer plano lo personal y privado. Los españoles de los 90 ponen en primer lugar de su jerarquía los valores pertenecientes al ámbito de lo privado: la familia, los amigos, el trabajo. Los valores de carácter social e institucional, como son la política y la religión, pasan a segundo plano. Interesan menos. Gratifican y realizan menos.

En este contexto, es claro que el matrimonio tiende también a acentuar la dimensión privada del amor. El matrimonio pertenece a la vida privada. Cada uno lo vive como quiere, como puede y como sabe. Aun cuando sean todavía una minoría los que optan por el «amor libre», por la cohabitación u otras formas de relación, parece clara la tendencia. Y, sin embargo, es inevitable que el matrimonio, basado en la relación personal de amor, tenga que asumir rasgos de carácter público. La vida de la pareja no puede reducirse a lo privado. Tiende a incorporar la dimensión social de la convivencia, que es esencial a la realización personal. En esta incorporación se hacen inevitables las crisis. El sentimiento de amor tiene que verificarse como decisión de amar, escuchar, confiar, perdonar, volver a empezar…

Lo que parecía homogéneo en las primeras etapas se va revelando como diverso. «¡Somos tan diferentes!» es una de las constataciones más repetidas por las parejas. La complementariedad inicial se va vivenciando y sufriendo como diversidad. Y como dificultad de aceptación. El amor lo logra. Esto no es fácil. Los fracasos existen. Son numerosos. «Se ha dicho que en el fondo del corazón de todo hombre, hijo de Adán, duerme un cerdo… Pero hay también dormido —¿por qué lo olvidamos siempre?— un noble caballero. Eva, ¿a cuál de los dos desterrarás? Nunca dejas a un hombre tal como lo has encontrado; saldrá de tus manos mejor o peor. Si escoges despertar al caballero, ten cuidado con el otro. En cuanto a ti, Adán, no eres inocente. No te excuses demasiado deprisa: "la mujer que me diste me ha tentado". Pero, y tú, ¿qué has querido despertar en ella?

Fuente: http://bit.ly/1qbZGOc

Comment

THERE ARE 0 COMMENTS FOR THIS POST

Publicar un comentario