Ha quedado claro que somos nosotros, conyugalmente relacionados, quienes integramos la estructura del matrimonio y quienes con nuestras acciones operamos su dinámica.
Que la estructura del matrimonio seamos nosotros significa que nuestro matrimonio tiene lo que somos, ni más ni menos, tiene lo que le hemos puesto y jamás tendrá lo que no le pongamos, pues no tiene manera de tenerlo.
Esta realidad nos brinda claridad para entender el por qué las terapias restaurativas de las disfunciones conyugales nos remiten necesariamente a la escena individual en la que cada uno debe luchar por ser un mejor amante, pues sólo siendo mejores amantes haremos mejores matrimonios. Debe quedarnos claro que el matrimonio no hace felices a las gentes, ni puede; son más bien las personas las que pueden y deben hacer matrimonios felices.
Por lo que hace a las dinámicas conyugales, estas no son sino el cumplimiento y realización histórica de las inclinaciones naturales que el amor conyugal contiene y que están presentes en la fundación de todo matrimonio verdadero.
Un matrimonio que quiere realizarse deberá volver y volver, una y otra vez a las tendencias que le dieron origen, es decir, a actualizar las notas del amor conyugal, aquellos elementos asumidos y constituidos por el acto de libertad que lo fundó, es decir, a ser unión de lo que somos como varón y mujer, brindándose lo mejor de sí, a ser fiel, perpetua y fecunda.
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