Spaemann (Personas. Acerca de la distinción entre “algo” y “alguien”) ha expresado de un modo sucinto las características de la experiencia de descubrimiento del “otro” cuando dice que «el modo como la identidad de cada hombre reclama ser real para los demás es la aceptación» ("esta persona es lo más real que me ha ocurrido en mi vida"). Es decir, las personas piden que las demás personas decidan aceptarlas, a reconocerlas, a afirmarlas como personas, con su nombre propio.
¿Cómo se asegura tal aceptación? «Hace falta seguramente experimentar de modo inmediato la identidad del otro, es decir, sentir amor y haber amado». Quizá hay que dejar que la pasión despierte, y más tarde mantener la fidelidad de la voluntad aun en el caso de que esa emoción vaya a menos: el amor se siente pero también, -y sobre todo- se cultiva. Por ese motivo, la actitud que se pide no es solamente la de sentir amor, sino también la de haber amado: situar el acto de la voluntad en la afirmación del otro, en su aceptación como otro ante los propios ojos.
Amar no es sólo sentir. También conlleva la decisión de amar: es un acto libre -no algo que le acaece al sujeto-, de modo que se trata de una actividad intrínsecamente personal. Es la persona -desde la instancia de la voluntad- la que decide ponerse a amar, aplicarse al amor, aunque el primer paso lo dé el despertar de una pasión. El amante no es un títere en manos de la casualidad anónima de la emoción que viene y se va, sino que, por la decisión de amar que parte desde su voluntad, es el origen de su propia palabra en la historia de esa relación. Como el amor depende de la decisión de la persona, a la persona se le afirma porque se la acepta, y se la acepta porque se la quiere, y se la quiere porque se está dispuesto a mantener esa aceptación más allá del estado de ánimo, más allá de la propia circunstancia subjetiva.
La despersonalización del amor en manos del emotivismo es la primera causa de la ausencia de fidelidad en nuestra sociedad: la gente no se ama, ha desvirtuado la realidad del amor, que queda reducida a un estado de ánimo. El emotivismo («sentimos mucho el uno por el otro», «se nos murió el amor») es la reducción del amor personal a totalidad: no preocupa tanto quién sea el otro como qué reacciones despierta en mí
La fidelidad es la actitud de una razón despierta que, al descubrir el valor absoluto de la persona, dice «siempre» a su entrega. Hace que su aceptación trascienda las circunstancias coyunturales del otro y las propias (salud, dinero, belleza, edad). Y porque se hace cargo de la realidad del amado es capaz de prometer -trascender el tiempo- convirtiendo su promesa en compromiso, en una palabra en la que él mismo se encuentra plenamente integrado como contenido de lo prometido. «Te doy mi palabra» se dice, y significa: al prometer, me prometo con lo prometido, adquiero un compromiso.
Reflexión sobre la "esencia del amor" la que hace Javier Aranguren, siguiendo a Spaemann, en su ANTROPOLOGIA FILOSÓFICA (Mc Graw Hill, 2003). Se resumen párrafos del capítulo 6 titulado: PERSONAS
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