Muchas personas han hecho suya una especie de superstición: “si te casas por la Iglesia, te vas a divorciar pronto”. Como si el recibir la bendición de Dios fuera una especie de mal augurio o “salación”. Pero en realidad nos olvidamos que si algo no funciona en el matrimonio es en buena parte porque nunca funcionó en el noviazgo. O bien, no consideramos que lo que hace que una pareja supere las dificultades o “truene”, no depende solamente de si está casado o no por la Iglesia, sino del esfuerzo y amor que pongan en resolver los problemas.
En realidad, es el
amor de pareja y la ayuda mutua lo que Dios “bendice y fortalece” en quienes se casan por la Iglesia. Dios colabora con la pareja de esposos en su esfuerzo por crecer en el amor día a día y resolver las dificultades que se vayan presentando. “A Dios rogando y con el mazo dando” dice la sabiduría popular. Y también: “Con Dios, los problemas siempre tienen una mejor solución”.
Casarse por la Iglesia es como comprar un Seguro a tu automóvil. Me explico.
Si mi carro está asegurado, en caso de choque o robo puedo estar tranquilo de que el ajustador me ayudará a arreglar el problema, y que me veré amparado en las responsabilidades civiles, en daños materiales a terceros y en la reparación de mi propio auto. El Seguro no va a conducir por mí, ni va a eximirme de toda la responsabilidad, pero sí será un tremendo apoyo para enfrentar la situación y poder seguir adelante.
Sólo que para que el “seguro” de mi auto me responda, yo tengo que estar al pendiente de cubrir la prima, de estar al pendiente de su vigencia, de conocer los términos, y muchas veces, de pagar el deducible.
Si yo me caso por la Iglesia sé que Dios y su ayuda extraordinaria (Gracia) estarán para mí siempre disponibles. La Luz para encontrar las palabras adecuadas, la Fortaleza para soportar una situación dolorosa, la Paciencia para entender a mi pareja, la Sabiduría para orientar a mis hijos, la Esperanza para mejorar la situación económica, el Valor para perdonar, la Humildad para pedir perdón.
Esa ayuda extraordinaria de Dios es la “cobertura amparada”, y para que ésta tenga vigencia debo “cubrir la prima” de una relación frecuente con Dios, estar al pendiente de su “vigencia” y no dejar siempre para después la oración, ir a misa o recibir los demás sacramentos. Incluso debo pagar el “deducible” de un verdadero proceso de reconciliación, de un diálogo paciente, de un dejarnos ayudar.
Podemos estar seguros de que no habrá “letras pequeñas” que nos traigan sorpresas desagradables. Siempre estará Dios ofreciéndonos más y más. Nunca sustituirá nuestra responsabilidad de “manejar” bien nuestro matrimonio, ni de seguir las reglas de “tránsito” para una vida de pareja, pero estará allí con nosotros siempre, dándonos seguridad y la ayuda necesaria para crecer, madurar y salir triunfantes.
fuente:encuentrodenovioscelaya.org
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