Muchos matrimonios llegan a justificar la gradual separación entre
ellos, y en ocasiones, hasta el divorcio por una “irreconciliable disparidad de
caracteres”. La pregunta es si tener distinto carácter es realmente un problema
gravísimo e insuperable para un matrimonio, al grado que justifique tirar la
toalla e intentar emprender un, supuesto, proyecto biográfico nuevo en soledad.
Los cónyuges que piensan así no llegan a darse cuenta de la importancia
que tiene para la vida matrimonial el conocimiento del propio temperamento, y el
del cónyuge, pues de no hacerlo se enfrascaran en batallas que llevaran irremediablemente
al desgaste y a la frustración.
El problema comienza con confundir carácter con temperamento. El temperamento, es algo natural con que
nacemos, es la materia prima con la que habrá que trabajar a lo largo de toda
la vida. No existe un temperamento mejor o peor, todos tienen características
que explotar y otras que superar. Y por eso, el desear tener, o que el cónyuge
tenga, otro temperamento es un sin sentido, es una batalla perdida.
Sin embargo, el conocer ese temperamento es lo que precisamente
permitirá forjar el carácter a cada
uno de los cónyuges. Gracias a que somos espíritus-encarnados, poseemos unas
capacidades que nos distinguen como seres humanos y que nos permiten trabajar
sobre el temperamento propio, entender el del cónyuge y, de este modo, alcanzar
la tan ansiada armonía en la vida matrimonial.
Esto es así porque la voluntad
es la facultad de querer o no querer cambiar ese temperamento, de decidir
entre lo mediocre y lo mejor para la propia vida, y de la de quienes más amamos,
entre lo bueno y lo malo, entre lo que forja nuestro carácter o lo destruye, y
por lo tanto, posee la posibilidad de construir o no nuestras posibilidades
personales y biográficas.
He aquí donde entra la madurez
necesaria para el matrimonio. Solo una persona madura será capaz de
responsabilizarse por su propio temperamento y de ser lo suficientemente
generoso para aceptar al cónyuge como otro yo, con su temperamento, con el que
también tiene sus luchas. Por eso, ambos deben de tener cierta madurez y
equilibrio emocional para el matrimonio, que será posible distinguir desde el
noviazgo por ciertos indicios en la bitácora biográfica del candidato. Este
autodominio suficiente para el matrimonio lo notamos en la resolución de una
persona: en la fidelidad que muestra a sí mismo, a sus convicciones, valores y
proyectos, a sus amistades y familia; a
la lucha personal que entabla contra sus debilidades y en la adquisición de
virtudes; que descubrimos como una fuerza interna difícil de definir, pero que
inspira a quienes le rodean sentimientos de seguridad y confianza.
El forjar el carácter es una labor personal en la que han de
empeñarse cada uno de los cónyuges. No es una labor fácil pero si necesaria
para toda persona, si es que desea realizarse como tal. Es diferente encontrar
el apoyo y compresión, necesarios para emprender la lucha diaria, en el propio cónyuge,
que luchar constantemente en que éste cambie, para que se adapte al propio
gusto y forma de ser. Es distinto apoyase mutuamente para alcanzar metas,
sueños, proyectos personales y comunes, que
luchar infructuosamente contra el temperamento del otro, pues, por este camino no
serán felices.
Las ventajas de conocer el temperamento mutuo, en el matrimonio,
son:
- Llegar a comprender y
justificar mejor al otro cónyuge.
- Darse un trato más justo, menos
duro, mutuamente.
- Ser más pacientes al conocer los
defectos y flaquezas, mutuas.
- Trabajar con más acierto en la
perfección mutua, con benevolencia y amor.
- Ser más humildes al reconocer
que lo bueno que tenemos, no es tanto virtud sino consecuencia de nuestro
temperamento y que son dones que habremos que hacer redituar para los demás.
-
Reconocer que cualquier
temperamento es bueno y es un área de oportunidad para demostrar lo mucho que
se aman.
-
La disparidad de caracteres
enriquece la relación con las potencias de cada uno y ofrece áreas de oportunidad para profundizar y
acrecentar la intimidad conyugal.
Para conocer sobre los distintos temperamentos sugiero lean a Conrado
Hock, en su libro “Los cuatro
Temperamentos” (Apóstoles de la palabra),
donde resume de forma amena y breve
los temperamentos, además de incluir consejos para la vida espiritual para cada
uno de ellos. Esto último es muy importante para los matrimonios, pues una
persona con fe tiene motivos más
elevados y profundos que lo motivan para alcanzar una relación de amor
autentico y un perfeccionamiento personal mayor; que además, siempre redituara
en beneficio de quienes le rodean en la familia y en la sociedad.
Sobre el carácter, solo me resta decir, que tener buen o mal
carácter depende en gran medida de las virtudes
que el cónyuge haya logrado dominar, pues las virtudes le ayudan a comportarse
bien en toda circunstancia, es decir, a hacerle “buen cónyuge” en el sentido
más verdadero y completo. Ningún cónyuge se hace buen cónyuge el día de la
boda, es necesario que viva la vida matrimonial y sus dificultades para que
tenga la oportunidad de hacerse, a si mismo, buen cónyuge a través de la
esforzada puesta en marcha de una serie de actitudes y hábitos conyugales
buenos. De no hacerlo así, justificara sus vicios y dificultara o hará
imposible la convivencia, conyugal y familiar, sana y positiva; convirtiéndose
a sí mismo en victima de sus propias actitudes que en principio lo harán un muy
mal cónyuge, y tal vez, el causante de su fracaso matrimonial, por más que
trate de justificarse y de poner la culpa en la “disparidad de carácter” con el
cónyuge.
Por: Blanca Mijares
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