Continuación...
 
3.         Luminosidad del edificio 
¿De qué depende la luminosidad de una casa? De los ventanales. Una 
casa sin ventanas al exterior se convierte en una casa lúgubre, oscura y
 propensa a la humedad.
Lo mismo en el matrimonio. La luminosidad en el matrimonio depende de
 los grandes ventanales.  ¿Para qué los grandes ventanales? Los grandes 
ventanales permiten airearse todos los rincones de la casa, para que no 
se acumulen los malos olores. Los grandes ventanales permiten la entrada
 de luz al hogar...y entrando la luz mueren las bacterias, la humedad, 
los hongos. Entrando la luz, se puede percibir mejor el polvo y las 
cosas sucias, y así poder limpiarlas, barrer bien todo. Los grandes 
ventanales permiten descansar la vista y alargarla hacia los anchos 
horizontes, ver las necesidades del mundo y de los hombres. ¡Familias, 
construyan en sus hogares grandes ventanales! 
No para que dejen meter los malos aires que hoy soplan por ahí: el 
aire del egoísmo que quiere limitar los nacimientos por medios ilícitos,
 artificiales, porque –según dicen- “familia pequeña, vive mejor”; ¡esto
 es egoísmo!; el aire del hedonismo, que busca el placer por el placer 
mismo; el aire del consumismo, que prefiere una heladera o un nuevo 
apartamento, a un nuevo hijo; los aires de la emancipación y liberación 
de la mujer, a quien se le obliga trabajar fuera de casa todo el día 
“porque así se realiza mejor, profesionalmente”, pero nunca está en casa
 para educar a sus hijos, para convivir con sus hijos; los aires de 
matrimonios a prueba, mientras tanto, a ver si funciona; los aires 
divorcistas, separatistas, para hacerse un nuevo amigo sentimental.
¡Grandes ventanales para que entre el aire renovado del Espíritu que 
sopla donde quiere y trae aromas del cielo! ¡Grandes ventanales para que
 la brisa suave de la oración matutina y vespertina consuele a toda la 
familia! ¡Grandes ventanales para poder ver la Iglesia de nuestra zona y
 acordarnos de ir a misa en familia y rezar antes de las comidas, o ante
 una imagen de la Virgencita! ¡Grandes ventanales para ver lo mucho que 
sufren nuestros hermanos, los hombres, y poderles echar una mano!
¡Grandes ventanales como los de la casa de la Sagrada Familia, que 
era todo ventanal donde tanto María, como José y el Niño miraban a todos
 los hombres y se compadecían o los ayudaban! 
¡Que no haya recovecos en nuestros hogares, puertas secretas y 
oscuras, teléfonos escondidos desde donde llamar a piratas que quieren 
destruir nuestro hogar, nuestra familia, nuestros hijos!
Luminosidad en el matrimonio, y no mentira, falsedad, apariencia, infidelidad.
4.         Limpieza del edificio
¿De qué depende la limpieza del matrimonio? De los mil detalles de 
cada día. De quitar cada día lo que ensucie, ese polvo que cae casi sin 
percibirlo. De no dejar acumulada ropa sucia, ni arrinconada la basura. 
¡Fuera!
Limpieza en el dormitorio. Nada debe haber ahí que manche la 
intimidad del matrimonio. Limpieza de palabras, de gestos, de miradas. 
¡Qué conversaciones tan limpias deberían hablarse ahí! La oración común 
en el dormitorio va limpiando a la pareja cada noche y la va 
fortaleciendo en sus vínculos.
Limpieza en la mesa del comedor. Es la mesa la que va a unirnos 
varias veces al día a los miembros de la familia, para compartir el pan,
 las alegrías, las lágrimas, los proyectos. En la mesa se da el banquete
 familiar. Por eso, ahí debe haber limpieza suma. Allí en la mesa, nos 
miramos mutuamente, sonreímos, charlamos, disfrutamos de ese gozo de 
sabernos amados, queridos. En la mesa tenemos la oportunidad de 
practicar y crecer en muchas virtudes: apertura, respeto, servicialidad,
 moderación, generosidad. 
Sobre la mesa se pone el pan, las flores y el cariño. El pan que se 
parte, se reparte, se comparte. Las flores que adornan y embellecen la 
mesa familiar. Ahí se ofrece el cariño, que es esa corriente cordial que
 electrifica a todos los miembros y les permite el darse mutuamente, el 
abrirse, el comprenderse, el perdonarse. En la mesa hay que evitar el 
discutir, el pelearse, el encerrarnos en nosotros mismos...., pues todo 
esto ensuciaría el amor del matrimonio e impediría una buena digestión, 
creando un clima de crispación y rivalidad. 
En la mesa hay que evitar el querer comer a solas, en un rincón, o 
después de todos...como islas...; así simplemente se corta con esa 
corriente afectiva y familiar, y se convierte uno en su misma casa en un
 huésped extraño que entra y sale. Ha convertido su casa en un hotel, o 
posada, donde se va a comer, a dormir, a tomar una ducha o a cambiarse 
de traje, cuando se quiere. 
Limpieza en la sala de estar. No permitir hablar mal de nadie, cuando
 vienen huéspedes o amigos. La sala de estar debe estar limpia de 
envidias, maledicencias, calumnias. La sala de estar debe tener siempre 
el florero lleno de flores olorosas: el buen humor, la benedicencia, el 
respeto, la jovialidad, la alegría. En la sala de estar no debe 
acumularse el humo de cigarrillos de la frivolidad y de la chabacanería.
 La sala de estar debe tener vista al patio o al jardín, para que allí 
se vea lo que se hace sin intenciones torcidas.
Limpieza en el patio, porque ahí deben jugar los niños. Que haya 
árboles y columpios y jardín. Pero todo limpio. La limpieza ayuda a los 
hijos a oxigenarse, airearse y a crecer sanos. 
5.         Altura del edificio
La altura del edificio matrimonial depende de la generosidad en el 
amor fecundo, abierto a la vida. Dios dijo a la primera pareja de la 
historia, Adán y Eva: “Creced y multiplicaos”. 
Así como Dios es generoso con nosotros, así también los matrimonios 
deben ser generosos en transmitir la vida. ¡Qué hermoso es ver esas 
familias numerosas, donde los hijos alegran cada rincón de la casa! 
¡Cómo se ejercitan en el cariño, en la donación, en la preocupación de 
unos por otros...cuando son muchos hermanos! Comparten todo, juegan 
juntos; las cosas pasan de hermano a hermano y de hermana a hermana; 
¡qué lindo! También a veces se pelean, pero después se reconcilian. Si 
sólo hay un hijo en casa, ¿con quién juega, con quién comparte sus 
cosas, a quién sonríe, con quién se pelea, con quién hace las paces? No 
tiene hermanos. El niño que no tiene hermanitos es más propenso a la 
tristeza, al egoísmo, al aislamiento. Se le acorta el crecimiento 
afectivo y psicológico. 
Fuente:Por Antonio Rivero
arivero@legionaries.org 
 
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