Quiero comparar el matrimonio a un gran edificio que se va
construyendo día a día, minuto a minuto, segundo a segundo. El día del
casamiento se pone el primer ladrillo. Y el día de la muerte, el último.
Del esposo y de la esposa, junto con los hijos, depende:
· La solidez de ese edificio.
· La belleza de ese edificio.
· La luminosidad de ese edificio.
· La limpieza de ese edificio.
· La altura de ese edificio.
1. Solidez del edificio
¿De qué depende la solidez del edificio matrimonial?
De los cimientos y columnas. La solidez de una casa no depende de los
cuadros que colgamos en la pared, ni de la antena parabólica, ni de la
hermosa chimenea que hermosea y calienta el rincón de nuestra casa. Para
que un matrimonio sea sólido, resistente a todos los vientos, huracanes
y sismos, es necesario que tenga unos cimientos bien sólidos,
graníticos, macizos.
¿Cuáles son esos cimientos y columnas sólidos y macizos en el matrimonio?
La piedad, esa virtud hermosa que reúne a toda la familia en torno a
Dios todos los domingos, que junta todos los días a padres e hijos junto
a un cuadro o una imagen de la Virgen a quien rezan un poco. La piedad
es la que mueve a esa familia a bendecir los alimentos antes de las
comidas.
La fe es otro cimiento y columna sólida en el matrimonio. La fe que
les permite ver todas las cosas que les ocurren a la luz de Dios, es
más, ven la mano de Dios en todo. La fe les hace superar las crisis y
posibles vaivenes de la vida.
El amor es una columna sin la cual el edificio del matrimonio se
derrumba. El amor como entrega, sacrificio, donación, capacidad de
comprensión y bondad.
La fidelidad no puede faltar como cimiento que sostiene toda la casa
matrimonial. La fidelidad a la palabra dada. La fidelidad al otro
cónyuge. Fidelidad a los deberes del propio estado. Fidelidad en la
prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad.
Y sacrificio, como cimiento macizo del edificio matrimonial. ¿Qué es
el sacrificio? Es ese saber sufrir, soportar, aguantar todos los
contratiempos de la vida. Ese poner buena cara a lo que nos cuesta o nos
desagrada. La vida matrimonial y cualquier vida humana está llena de
sacrificio, porque el sacrificio es ingrediente del devenir humano. Es
el sacrificio el que nos hace madurar y va quitando de nosotros esas
actitudes egoístas y caprichosas.
Si estos son los buenos y sólidos cimientos, ¿cuáles serían los
cimientos débiles, de paja, de barro? Los gustos, los caprichos, el
egoísmo, la indiferencia religiosa.
2. Belleza del edificio
La belleza de una casa depende del buen gusto en las dimensiones, proporciones, simetría.
Y la belleza de un matrimonio, ¿de qué depende? Del amor. El amor es
el que embellece al matrimonio, le da sus perfiles hermosos, permite la
serenidad en cada rincón de casa, hace sonreír a padres e hijos.
¿Qué es el amor? Es difícil definir el amor, pues el amor no es para
explicar. El amor es para vivir, para dar, para recibir. El amor es esa
fuerza interior que me hace salir de mí mismo para darme a los demás,
para entregarme a mi amado, sin buscar compensaciones, sin obligarle ni
forzarle a que me ame. El amor es saber callar los defectos del otro,
salir al encuentro del otro cuando lo necesita, es ofrecerme al otro,
perdonar al otro, comprender al otro, ofrecerle limpiamente mi cariño.
El amor exige una buena cuota de desprendimiento personal, de sacrificio
y de renuncias por la persona a quien amo.
¿Por qué el amor embellece el edificio matrimonial? Porque va
quitando aristas que sobran, puliendo superficies rugosas, limpiando
azulejos sucios, empapelando con buen gusto paredes descarapeladas o en
mal estado. El amor se fija en el detalle bello del ramo de flores para
la esposa, en ese dejar la ropa olorosa al esposo. El amor es el perfume
del hogar. El amor es afecto, es decir, ternura, acercamiento cariñoso
al estado anímico del otro. El amor es amistad, es decir, quiere el
bien del otro y une las personas. El amor no se empolva. El amor
verdadero embellece el hogar. El amor hace crecer sanos física y
psicológicamente a los hijos. El amor rejuvenece al matrimonio.
La falta de amor afea el matrimonio, desteje el paño familiar, raya
las escaleras que hermosean la casa, quiebra las lámparas colgantes,
ensucia las alfombras de los recibidores y exhala un mal olor en toda la
casa. La falta de amor provoca las discusiones, hace subir el tono,
hiere los sentimientos de las personas a quien más deberíamos amar. La
falta de amor distancia los corazones, las almas y los cuerpos. La falta
de amor descuida los detalles y le hace a uno ser grosero. La falta de
amor envejece al matrimonio.
El amor es fuego que calienta esa casa. La primera que lo enciende es
la madre, que es el corazón de la familia y es la primera en
levantarse. Ese fuego que el marido, el papá, debe mantener a lo largo
del día, desde su trabajo, llamando por teléfono a su mujer, trayendo a
casa siempre y todos los días, algo de leña para alimentar ese fuego del
amor en el hogar. ¡Que no traiga el cubo de agua de sus disgustos, para
echarlo encima y apagar ese fuego! Ese fuego del que se alimentan los
hijos, les hace crecer sanos, física, psicológica y espiritualmente.
Este fuego hay que colocarlo en el centro del hogar y desde ahí se
irradiará a todos los rincones. Ese fuego se alimenta cada día con la
piedad, el rezo en familia, la devoción mariana.
Que no pase un día sin alimentar y acrecentar ese fuego con la
oración en familia. A veces cuesta encender ese fuego en los hogares,
sobre todo, si se dejan todas las puertas y ventanas abiertas a todos
los aires, o se cuela el hielo del invierno y de la indiferencia.
¡Familias, enciendan el fuego del amor durante su vida, poniendo cada
uno la leña del sacrificio que han ido consiguiendo a base de esfuerzo y
trabajo! ¡Defiendan ese fuego, aunque tengan que quemarse las manos y
el corazón! Sin el fuego del corazón, se destruye el hogar, la familia,
los matrimonios, todo.
Continua...
Fuente: Por Antonio Rivero
arivero@legionaries.org
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