En algún momento a lo largo del camino esas personas se convencen de que la verdadera comunicación se logra una vez que entienden las palabras de la otra persona. Creen que la comunicación eficaz equivale a la comprensión precisa de las palabras y las frases que escuchan.
En realidad, la buena comunicación es mucho más que eso. La verdadera comunicación por lo general se alcanza cuando cada una de las personas comprende las emociones que están por debajo de las palabras que se dijeron. Por lo general la gente se siente más comprendida, cuidada y vinculada, cuando la comunicación enfoca sus emociones y sentimientos, en lugar de tomar en cuenta solamente sus palabras o pensamientos.
Esta es la magia de la comunicación eficaz. Nuestra meta debe ser ir más allá de las palabras pronunciadas, y captar la pepita de oro emocional que está por debajo de ellas. Es mucho más importante descubrir y ocuparnos de las emociones que están por debajo, antes que decir trivialidades sobre las palabras que escuchamos. Pregúntate lo siguiente: “¿Cuál es el efecto emocional de esas palabras?” No solamente: “¿Cuáles fueron las palabras que acabo de escuchar?”
Supongamos que una esposa dice:
– Creo que nuestros hijos no deben ir a una escuela pública. Me parece que deberíamos educarlos en casa.
¿Qué quiso decir? Piensa atentamente en las dos oraciones. La mujer no usó palabras “emocionales”, todas fueron palabras “racionales”. Si su esposo responde:
– ¿De manera que piensas que nuestros hijos no deben ir a la escuela pública?
El esposo en realidad no captó lo esencial Reflejó con precisión las palabras que ella acaba de pronunciar, pero no tiene idea de su verdadera preocupación.
¿Y si en cambio presta atención a las emociones que encierran esas palabras? ¿Qué sucedería si él escuchara el corazón de su esposa: “Estás diciendo que estás muy preocupada por nuestros hijos? ¡Ahora sí!” Esta vez la entendió. Escuchó más que las palabras; escuchó los sentimientos de su esposa, su verdadera preocupación. Percibió el mensaje emocional: el temor que siente por sus hijos.
ComunicaciónMuchas personas quedan atrapadas en la danza del miedo precisamente en este punto. Usan palabras “racionales” para referirse a sus acciones, en lugar de hablar acerca de sus sentimientos o de sus preocupaciones más profundas. Quedan atascadas hasta que por fin aprenden a percibir la pepita de oro emocional. Cuando descubren cómo ir más allá de los pensamientos y las opiniones, y logran captar las emociones que están por debajo, entonces se liberan. Alcanzan el nivel de los verdaderos intereses y de la experiencia emocional profunda.
Tú me importas
Cuando hacemos un esfuerzo por encontrar la pepita emocional, decimos a nuestros amigos, colegas, parientes: “Me interesa saber cómo sientes. Tus emociones me importan”. Y cuando nuestros seres queridos reciben este mensaje, sienten que los apreciamos de verdad. Se sienten amados.
Cuando no comunicamos esto, la otra persona no se sentirá amada, aun en el caso de que hayamos entendido las palabras que pronunció. La comunicación se desgastará hasta detenerse.
Muchos de nosotros –en especial los varones– tenemos problemas con esto. Los hombres acostumbramos a pensar de una manera lineal: nada de irse por las ramas, hay que ir al grano. Queremos resolver un problema y completar una tarea, no queremos ocuparnos de las emociones. Solo nos preocupa encontrar la manera de “arreglar el asunto”.
Sin embargo, si no escuchamos ni respondemos a las emociones, toda la ingeniería del mundo será incapaz de conducirnos hasta el verdadero problema. Solo cuando logramos entender las emociones podemos comenzar, de manera eficiente, con la tarea de resolver el problema.
El verdadero mensaje muchas veces está en las emociones que hay por debajo de las palabras
La comunicación eficaz se resume en escuchar y hablar con el corazón. Cuando alguien siente que sus emociones son comprendidas, percibe que la otra persona se interesa por ella.
El ADN de las relaciones Es muy distinto de escuchar al otro con la mente, es decir, observando únicamente el contenido de las palabras, sin prestar atención a las emociones.
La meta de la comunicación eficaz es comprender el mensaje emocional del que habla. Debes preguntarte: “¿Qué está sintiendo esta persona?”
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