La libertad como aquella capacidad de conducirnos a nosotros mismos se hace inútil si no me atrevo a tomar decisiones. Cuando evito decidir no soy yo quien traza mi historia, otros deciden. No hay peor decisión que la de no tomar ninguna, pues la grandeza del hombre se muestra cuando transforma la realidad decidiendo. Pero para decidir bien es preciso elevar la vista, apuntar alto y orientar la existencia hacía ideales por los que valga la pena vivir, una meta comprometedora y atractiva. Por ello, cuando quieres conocer a una persona no indagues tanto lo que piensa, sino lo que ama, lo que le levanta por las mañanas. Cuanto más grande es nuestra aspiración más grande la libertad que se necesita, pues libertad significa conducirse, hacerse a base de decisiones libres, ‘el destino te lo montas tú’.

     Pero la libertad no se expresa solo a través de la voluntad, se relaciona también con la inteligencia, con el entendimiento que mueve o impulsa a la voluntad. Inteligencia y voluntad interactúan, es preciso conocer para querer, pero es preciso que se conozca bien, excluyendo la ignorancia y el error. La voluntad se mueve tras que la inteligencia le haya propuesto un objeto. Pero la voluntad puede impedir el ejercicio de la inteligencia, cuando deliberadamente evitamos llegar a fondo, profundizar, impidiendo que nuestros pensamientos alcancen las peligrosas dimensiones que pondrían en tela de juicio nuestras comodidades. El mismo Nietzsch reconocía “Debo basarme en una verdad indiscutible; solo entonces puedo llegar a ser feliz” (F. Nietzsche, Die Unschuld des Werdens (póstumo), Leipzig 1930, p. 84). Y Solo si creo en Dios puedo estar seguro de que mi vida tiene sentido.
     Cada quien ha de seguir la verdad que ha encontrado, nadie puede realizarse en contra de la verdad de sí mismo, escuchando la voz de Dios en su mundo interior. Quien se atreva a vivir en desarmonía con su lógica interna se romperá.
     Pero no sólo el entendimiento tiene que ver con la libertad, también está el complejo mundo de los sentimientos. Es real la superficialidad de todo neutralismo afectivo, de toda falsa ‘sobriedad’ sobre una ausencia de afectividad. Tener un corazón capaz de amar, que puede conocer la ansiedad y el sufrimiento, que puede afligirse y conmoverse, es la característica más específica de la naturaleza humana diría Hildebrand. La insensibilidad es una lamentable carencia. Que una persona sea incapaz de disfrutar las cosas bellas de la vida bien puede tener un origen patológico. Es real que las condiciones somáticas tienen un gran papel en el surgir de los sentimientos; de ahí deriva el influjo de los fármacos sobre la afectividad del hombre.
     El mundo afectivo comprende experiencias de muy diversa índole, desde sensaciones corporales como la sed o un dolor de cabeza, hasta sentimientos psíquicos como la fatiga, ciertas depresiones o la alegría que se produce tras un buen vino, también existen sentimientos espirituales como la alegría, la pena, la contrición, el arrepentimiento, la compasión , la culpa y muchos otros afectos que mueven el corazón.
     Los sentimientos pueden opacar la verdad, una persona puede frenar o desviar la actuación de su entendimiento a raíz de un sentimiento. Es preciso tomar en serio el mundo de los sentimientos, aceptarlos, entenderlos, ordenarlos. El acto libre de la voluntad bien puede consistir en impulsar aquellos sentimientos que favorecen mi proyección biográfica, en este caso, un sentimiento que se prolonga en la actuación, se hace más propio, más personal. Pero el acto libre también puede consistir en corregir aquellos sentimientos que no se corresponden con mi proyecto vital o que incluso amenazan arruinarlo. Es claro que no podemos evitar que un sentimiento nazca pero si podemos elegir si queremos realizar o no la conducta a la que el sentimiento nos mueve. Lo cierto es que cuanto más fuerte, profunda, intensa y persistente sea la vivencia afectiva, más difícil será que se deje orientar por la voluntad. En este tema hay que ser cautos, los sentimientos no son un fin en sí y nunca deben paralizarnos, sin embargo nunca los hemos de menospreciar, sin ellos no nos desarrollamos completamente, ellos nos pueden impulsar o frenar. Muchas veces el comportamiento delata los sentimientos de modo más efectivo que las palabras. La meta será siempre lograr tener los sentimientos adecuados a una determinada situación. Nuestros estados de ánimo influyen sobre nuestra manera de ver el mundo.
     Pero no sólo la inteligencia y los sentimientos influyen en el ejercicio de la libertad, también un sin número de situaciones externas pueden influir o limitar nuestra libertad. Ser libre es estar inmune de coacción, no estar sometido a hacer cosas que uno no quiere, es el estado del sujeto en que nada ni nadie le impide hacer lo que le da la gana. La libertad consiste en disponer de sí pero esto no es posible si uno no se ha liberado de aquellas situaciones externas que en ocasiones nos condicionan. Ser libre es estar por encima de lo demás y de los demás haciendo lo que uno quiere hacer de verdad. Es libertad entendida como libertad de ser uno mismo.
     Las situaciones externas pueden estar a favor o en contra de la libertad, pueden aumentarla o disminuirla. Así, en cierto modo estamos condicionados por el país, la sociedad, la familia, la educación y cultura recibida, nuestro cuerpo, su código genético y su sistema nervioso, sus talentos, sus límites y las experiencias del pasado. Pero a pesar de todo ello somos libres, tenemos capacidad para discernir, hay una parte en nosotros que nadie nos puede quitar, es nuestra.

Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010

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