La libertad se ejerce fundamentalmente en dos actos mediante los cuales tendemos a la felicidad; el amor y la elección veamos cada uno:
FELICIDAD.- Todos queremos ser felices, que nuestras vidas se realicen de modo pleno y cabal, todos añoramos morirnos absolutamente satisfechos de haber vivido.
La felicidad plena exige la plenitud de desarrollo de todas las dimensiones humanas, por eso es un bien tan escaso. Y tiene su lugar en la esfera efectiva, sea la que sea su fuente, pues el único modo de experimentar la felicidad es sintiéndola. Si alguien desea ser feliz o considera que debería ser feliz, pero no se siente feliz, no lo es toda vía.
En nosotros existe un amor originario, fuente máxima de la autoestima, ese amor se expresa mediante una insistente tendencia a la plenitud, nos inclinamos hacia lo que estimamos es un bien, y esta tendencia existe porque queremos desarrollarnos, ser felices, realizarnos. Ciertamente el hombre es causa de sí mismo, se hace, se construye, pero es obvio que no es él su última causa, pues no se dio el ser, y como su naturaleza es creada, es también finalizada, está ordenada a su causa, al amor de Dios. Otra vez; la causa de una cosa ha de ser la causa de su perfección, decía Tomás de Aquino.
En todos los órdenes de nuestra existencia el hombre actúa en aras de un fin, porque es lógico que así obre un ser inteligente. Obrar sin finalidad no es muestra de inteligencia sino todo lo contrario. Los fines pueden ser parciales, intermedios, incluso infrahumanos, pero son los que le dan sentido a todo el obrar, en todos buscamos la felicidad.
Cuando nuestro fin se encuentra inscrito en la naturaleza la libertad humana es real pero ciertamente acotada, pues pudiendo elegir los medios no puede variar el fin. Aquí, la libertad consiste en descubrir, aceptar y amar nuestra realidad creatural, en definitiva en buscar y amar a Dios fuente de la felicidad total. No podemos modificar los fines naturales puesto que no los hemos puesto nosotros, lo que podemos es intentar crear otros o modificar los naturales, pensando que con esto ensanchamos la libertad cuando en realidad la empequeñecemos le quitamos profundidad. Aquí, la libertad no consiste en elegir entre varias posibilidades, el fin último está dado y es la posesión del amor que excede todos los amores, si esto se entiende bien se comprenderá que no pone en realidad ningún límite a la libertad, puesto que consiste en la máxima aspiración posible, todas las inferiores que son legítimas estarían incluidas, por lo que la libertad de abrazar el amor infinito de Dios no ofrece la mayor libertad que nos es posible, pues no se puede aspirar a más. Cuanto más buscamos la autorrealización en cosas limitadas menos la alcanzaremos y cuanto más hablemos de la propia realización más lejos estamos de conquistarla. La verdadera solución está en otra parte, consiste en orientarnos a un fin más alto. La felicidad consiste al final en conocer y amar a Dios que es el mayor de todos los bienes. Pero como tenemos que elegir, debido a la imperfección de nuestra naturaleza, cabe la posibilidad de rechazar a Dios. Tenemos que elegir, precisamente porque no vemos con claridad, si lo supiéramos todo, si tuviéramos todo a la vista no habría necesidad de elegir nada iríamos tras el bien. La elección es consecuencia de nuestra limitación, pero gracias a ello podemos construirnos con firma de autor. Al final, esta elección es entre dos extremos, el amor a Dios o el amor a mí, pues el hombre no puede descansar en ninguna otra creatura, si no busca a Dios vuelve sobre sí y se pone a sí mismo como su supremo fin.
Al ser Dios el supremo bien, abarca todos los demás bienes, y como fin último se le puede alcanzar mediante múltiples y diversos caminos, incluso algunos aparentemente opuestos. Dios es infinito por lo que son infinitas las maneras en las que se le puede amar. Pero a diferencia del fin último que no pone ninguna condición y se le puede alcanzar de diversos modos, la elección de los fines parciales, los comos, si traen consigo condiciones. Esos fines parciales condicionan la vida, la delimitan, la determinan a situaciones concretas que excluyen otras. Son en definitiva el modo particyularmente elegido para proseguir el fin último, pero esa ruta constituye una limitación, pero al mismo tiempo el modo real de aproximarnos a la causa última. Aquí, cada elección tendrá consecuencias que afectan a posteriores elecciones y van produciendo poco a poco una biografía. La libertad se va realizando en la media en que nos ordenamos hacia un bien que tiene razón de fin. Lo decisivo no es tener muchas posibilidades de elegir sino lograr el fin.
AMOR.- Amor y libertad están unidos. Quien ama, se siente libre y realizado, y cuanto más grande es su amor, mayor es su libertad. Hay otros que le huyen al amor, se han instalado en sí mismos, antes o después sentirán una profunda frustración, pues no podemos vivir sin amor, su vida transcurrirá privada de sentido. El amor es la clave de la libertad, su código secreto. Amar a Dios no lleva a ser libres en nuestro interior y a querer al mundo apasionadamente como Él lo quiere.
Es una obviedad que no podemos darle a Dios nada que no sea ya suyo, pero si podemos entregarle algo que, anteriormente, hemos recibido de Él. La libertad que ciertamente es un regalo de Dios alcanza su máxima realización posible cuando se la devolvemos.
De algún modo al amar perdemos voluntariamente nuestra independencia, y cuanto más fuerte es nuestra voluntad, más ata a la persona y mayor es la vinculación. Pero por ser una vinculación voluntaria la aparente ‘perdida de libertad’ es en realidad su mayor exponente. Sólo quien es dueño de sí puede entregar este dominio a otro y mantener viva esta decisión. Digamos que el máximo amor lleva a la máxima voluntariedad y ello a la máxima vinculación, y esto acaba siendo el máximo ejercicio de la libertad.
Pero el amor a Dios no ‘remplaza’ el amor a los hombres. Hay quienes no aman a nadie y por eso creen que aman a Dios. La libertad es como el dinero, si no se invierte no da beneficios. Nunca se puede amar a alguien ‘demasiado’. Dice C. S. Lewis, en Los Cuatro Amores; “Podemos amarle demasiado ‘en proporción’ a nuestro amor por Dios; pero es la pequeñez de nuestro amor a Dios, no la magnitud de nuestro amor por el hombre, lo que constituye lo desordenado”.
El hombre libre se siente a gusto con los demás, es abierto, alegre, afectuoso. No le basta dar cosas, es preciso dar algo de nosotros mismos, de nuestra vida, compartir, ofrecer nuestra amistad. Hay personas que trabajan mucho en labores sociales pero que nunca han podido realizar un verdadero encuentro con otra persona.
La amistad es un gran don. Quien tiene amigos de otros partidos políticos, otras profesiones, religiones y nacionalidades, es un hombre dichoso. Se le abre un mar sin orillas. Tratando y queriendo a la gente más variada, se ensancha su corazón, y se hace más profundo su conocimiento y menos radical sus juicios. Pero hay quienes se quedan cerrados en sí mismos o en ambientes cerrados, prefieren el aíre acondicionado, ignoran las luchas y los sufrimientos de los demás, desconocen el corazón humano. Un hombre libre sabe liberar a los demás y ayuda a cada uno según su propio ritmo, el amor hace a todos primeros; nadie allí es segundo. En momentos de desaliento, de debilidad, de angustia, es valioso encontrar a una persona que comprenda, que no riña, que no clasifique, que dé consuelo y alivio, pero no es fácil el arte de ir a fondo con los demás. Tal vez la escasez de oyentes sea una de las causas de la soledad de tanta gente.
Amar no consiste simplemente en hacer algo por alguien, sino en confiar en la vida que hay en él, es hacerle descubrir que es único y digno de atención, es ayudarle a aceptar su propio valor, su belleza, la luz que existe oculta en él, el sentido de su existencia. Y consiste también en manifestar al otro la alegría de estar a su lado. Si una persona se experimenta amada se siente segura, no necesita protegerse, y cuando alguien adquiere la libertad de ser él mismo, se vuelve acogedor y amable.
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