La vida no es un lugar para instalarse, pero mientras andamos la travesía corremos el peligro de triunfar en lo
fundamental.
Hoy, se puede entender la ascética como remedio contra los peligros de la civilización técnica. El término se funda en el verbo griego ‘askein’ y significa ‘el gusto por trabajar en mí’, por recobrar la armonía original, el verdadero dominio de sí mismo sólo puede lograrse voluntariamente, y no se trata de buscar la propia perfección, sino un amor más grande. No se trata de no hacer nada malo, sino de tener el valor de levantarse, Dios no necesita nuestra perfección, sino que le amemos, que confiemos en él.
Si tenemos una identidad falsa, superpuesta, es preciso disolverla desde dentro. Poner nuestra confianza en Dios es recuperar también nuestra confianza en los hombres, volvernos capaces de descubrir lo bueno y bello que está en el fondo de cada persona. Cuando alguien no puede confiar en nadie se hace daño a sí mismo, vive centrado en sí.
Como dice el Antiguo Testamento ‘El que reduce sus quehaceres, llegará a ser sabio (Si 38,25). Negar el poder en todas sus formas, es el principio de la virtud, vivir conscientes de nuestro destino divino es vivir de verdad. Estamos llamados a confiar en Dios, pero antes Dios confía en nosotros, nos ha dado talentos, dones para que hagamos más bello el mundo, más habitable. Y talento no es sólo tener algo, sino también no tener. Así, la salud es un talento, pero también la enfermedad; el éxito es un talento, pero el fracaso lo es aún más. Poco se aprende en las victorias en comparación con las derrotas. Sobre todo hemos de ser cuidadosos de no echar a perder ‘ese poco sufrimiento injusto’ que en ocasiones nos puede suceder en la vida y que nos acerca especialmente a Cristo.
secundario y fracasar en lo fundamental. Soy libre cuando vivo en paz conmigo y con Dios, ¿cómo puedo liberarme de la dependencia de cosas externas, como las posesiones, el reconocimiento, la seguridad? ¿cómo superar el miedo al fracaso, al rechazo, a la enfermedad y al final a la muerte? Hoy, la angustia y la soledad se han instalado en nuestras ciudades, con frecuencia nuestra vida se experimenta truncada, insatisfecha… ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Al parecer, la razón está en nosotros, hemos huido y en volandas de nuestra ‘morada interior’ único lugar en donde los problemas pierden su dureza y se relativizan. Y al no estar en casa, no podemos abrir la puerta cuando Dios quiere visitarnos. Para volver a Dios hemos de empezar por entrar de nuevo en nuestra estancia interior, colonizándola. El dominio de nuestra propia existencia será proporcional a nuestra aproximación a Dios, pues solo en él crece en nosotros la conciencia de una independencia fundamental respecto al mundo y una confianza original en la vida, que brota de una fuerte libertad interior. Y no se trata de una retirada al interior que nos aísle del mundo, sino de una nueva forma de relacionarnos con los demás y de comprometernos, pero desde este espacio de quietud. Afortunadamente las miopías y los atrofiamientos se remedian. En nuestro mundo interior, ahí donde Dios habita en nosotros otras personas no tienen derecho a molestar, pero un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar y dar el amor necesario y que nos fortalece para nadar contracorriente y oponernos a las estructuras injustas. Pero no es fácil esta independencia interior, es don de Dios y conquista personal. Aquí, la lucha o ascética interior es imprescindible.
Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010
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