Antes de hablar de los elementos específicos del amor conyugal, me parece fundamental referirnos a algunos aspectos del amor humano en general.
En principio, resulta fundamental, no caer en el craso error de considerar que el amor y el amar, es algo ajeno o externo a los amantes mismos. El amar es una relación, mía con otro y de ese otro conmigo. Debe quedarnos claro que el amor es una dimensión de la persona, es decir, que el amor no es un ente extraño, ajeno a nosotros, venido de otra galaxia, o un golpe de cupido que irrumpe en nosotros, sometiéndonos, apoderándose de nuestras inclinaciones, haciéndonos sentir, gozar, sufrir o lamentarnos.
Es un error considerar que el amor es un tercero, alguien o algo llamado ‘el amor’ a quien podamos culpar de habérsenos originado, hacernos sentir, alegrarnos, gozar o sufrir, alguien a quien podamos echarle la culpa de habérsenos muerto nuestro amor, de haber fracasado, sin saber cómo, dónde o cuándo nuestro amor se enfermó de muerte.
Lamento decirles que no hay nadie fuera de nosotros mismos, somos nosotros los que amamos, los que fundamos, perfeccionamos, acrecemos y restauramos nuestros amores, y somos nosotros los que los hacemos disfuncionales, los erosionamos, debilitamos e infectamos de muerte. No hay nadie distinto de nosotros mismos.
Debemos aprender a responsabilizarnos del destino y suerte de nuestros amores, de sus grandezas y de sus miserias.
El amor no es un concepto, por verdadero que sea, el amor pertenece al género de la acción, a lo que hacemos con nuestra volunta. El amor exige acometerlo; fundarlo, perfeccionarlo y hasta restaurarlo creativamente, mediante la implicación libre y voluntaria de los protagonistas.
Hemos visto como nuestra unidad substancial de cuerpo y espíritu es la base del amor verdadero, pues evidentemente el ser precede al obrar y lo modaliza. Amamos como somos, como personas, no como lo que no somos.
El que amemos como somos nos transporta al mundo del deber ser y al mundo de la realidad fáctica que vivimos. Debemos amar como de verdad somos, pero de hecho, el modo como asumimos lo que somos es, de hecho, el modo como amamos.
Estudiar historias de amor nos lleva al diagnóstico diferencial, a comparar lo que debió y debe ser, con lo que de hecho ha ocurrido o está ocurriendo. Hecho esto, diagnosticamos la desviación y sabremos poner el remedio o terapia restaurativa.
Por eso, estudiar historias de amor nos remitirá a la vida humana real, nos muestra el cuadro multicolor de la vida humana, nos lleva a ver el mosaico de claro-obscuros de la vida real. Sus grandezas y sus miserias, sus bondades y falsedades, sus honestidades y engaños, las caídas, las arideses, las desolaciones y frustraciones, los éxitos y los fracasos, las caídas y vueltas a empezar. Las historias de amor, son historias de la vida real, de vidas personales, de biografías humanas.
Pero, el amor somos nosotros en acción. Y en esa acción, la de amar, inevitablemente plasmamos lo que somos y lo que no somos, lo que tenemos y lo que carecemos, lo que hemos logrado y lo que nos falta por logar. Por eso, los amores siguen a las personas. Amamos como somos, en nuestro modo de amar vamos plasmando nuestro modo de ser, para bien o para mal, es nuestro más fiel autorretrato.
Si amamos como somos y el amor es una acción humana y no un concepto, analizando como somos sabremos como amamos, y viceversa, observando como amamos podemos definir como somos.
Los casos que se pondrán a nuestra consideración contienen hechos, acciones humanas, son el modo como los protagonistas del caso aman. Observando sus conductas, su modo de amar, podemos estar en condiciones de definir su modo de ser.
Luis Lozano Torres
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