No somos animales, ni plantas, ni ángeles, ni Dioses, somos personas, espíritus encarnados o cuerpos espiritualizados. Somos una unidad substancial.
El espíritu informa la materia, haciendo que nuestro cuerpo devenga en un cuerpo personal, un cuerpo que constituye la encarnación de nuestra persona. Por lo tanto, nuestro cuerpo es la más primaria y originaria manifestación de nuestra persona.
Esta personalización de nuestro cuerpo es aquello que nos permite comprender el por qué el uso de la sexualidad desprovisto de la implicación personal, al tiempo de ser posible por la libertad, es un rompimiento de la unidad substancial corpóreo espiritual de la persona, una cosificación de la persona y una despersonalización del cuerpo.
No tenemos cuerpo, somos cuerpo. El cuerpo es encarnación y personalización de la persona. El cuerpo expresa a la persona. La corporalidad es aquella cualidad de nuestra persona en virtud de la cual puede ser ella misma la materia del don y la acogida en que consiste la dinámica amorosa. La persona se da y acoge mediante su cuerpo. Digamos que el cuerpo es aquella estructura material mediante la cual el hombre se expresa, manifiesta, entrega y acoge.
Gracias a esta encarnación de la persona somos capaces de diferenciarnos de animales y vegetales, pues somos quien somos gracias a que nuestro cuerpo es éste y no otro. Gracias al cuerpo podemos ver la diversidad y complementariedad sexual, ver a otro yo diverso y complementario.
Nuestro ser personal existe en la naturaleza, bajo dos modos diversos y complementarios de encarnar la misma naturaleza humana. Ser hombre y ser mujer, son dos modos diversos y complementarios de ser idénticamente persona humana.
La modalización sexual asienta en la previa corporalidad. Me refiero a una posterioridad ontológica y no cronológica. Así, la sexualidad aparece como un reacomodamiento de la corporalidad para adecuarse a la comunicabilidad del espíritu. Una especie de respuesta que la misma naturaleza da al problema que plantearía al hombre el ser sólo un cuerpo sin sexo.
La corporalidad sexuada es aquella cualidad de nuestro cuerpo de encarnar a la persona y de posibilitar la entrega y acogida del ser personal que se es. Si el amor constituye nuestra estructura y dinámica fundamental, para ello resulta indispensable nuestra corporalidad, pues es ella la que constituye la posibilidad de ser nosotros mismos la materia que se da y se acoge al amar. Gracias a la corporalidad sexuada el hombre no se ve limitado a dar sólo cosas que tiene pero que no es.
Darnos y acogernos es amar, es el amor en sí, la máxima acción humana y la más expresiva de nuestro ser personal.
Estamos hechos por amor y para amar, es decir, para ser don de nosotros mismos y para aceptar el don de sí de otro.
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