Los niños cuyos padres se divorcian o no llegan a casarse tienen más tendencia a ser posteriormente padres solteros, a experimentar el divorcio ellos mismos, a casarse como adolescentes, y a sufrir matrimonios y/o relaciones difíciles.
Esto es especialmente grave entre las niñas: las criadas fuera de un matrimonio tienen alrededor de tres veces más posibilidades de convertirse en madres solteras que las hijas de padres casados.Y es que el divorcio de los padres incrementa por lo menos un 50 por ciento la probabilidad de que los hijos, una vez adultos, acaben divorciados. Esto se debe, por una parte, a que los hijos de padres divorciados se casan más precozmente y, por otra, a que se casan frecuentemente con hijos de padres divorciados, lo cual convierte sus matrimonios en algo aún más precario.Un segundo matrimonio no parece beneficiar a los niños. Por ejemplo, las hijas que viven en familias con un segundo matrimonio corren un riesgo más elevado de quedarse embarazadas en la adolescencia que las que proceden de familias monoparentales, y mucho más que las de familias casadas no disgregadas. Los chicos que se crían en segundas familias también suelen casarse en la adolescencia.El divorcio se transmite de generación en generación, especialmente cuando los padres han experimentado matrimonios conflictivos. Una investigación reciente asegura que los efectos del divorcio se prolongan a lo largo de tres generaciones. Así, los nietos de parejas que se han divorciado tienen más tendencia a experimentar desacuerdo matrimonial, malas relaciones con sus progenitores y peores niveles de formación, comparados con aquellos cuyos abuelos no se han divorciado.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.
Aunque la cohabitación es un estado extremadamente heterogéneo, como grupo social, los miembros de parejas no casadas que viven juntos se parecen más a los solteros que a los casados. Algunas parejas ven la convivencia como un preludio al matrimonio; otras, como alternativa al matrimonio. Unas la perciben como una oportunidad para poner la relación a prueba antes de casarse; otras la consideran una manera cómoda de mantener una relación.

Por otra parte, los adultos que conviven en pareja se parecen más a los solteros que a las casados en cuanto a salud física, bienestar emocional y psicológico, y a sus activos y sueldos. 

También los niños cuyos padres cohabitan sin estar casados presentan comportamientos más parecidos a los de los que viven con padres solteros (o casados más de una vez) que a los de familias unidas. Esto parecería indicar que no son tan felices como los niños que viven en familias unidas y con sus padres casados. Un estudio realizado en 2004 demostró que los adolescentes que viven en hogares de cohabitación tenían mucha más tendencia a experimentar dificultades emocionales y de comportamiento que los que de familias con padres casados, incluso entre un amplio abanico de factores socioeconómicos y de educación.
Otra investigación desarrollada en EEUU revela que un 50 por ciento de niños nacidos de relaciones de cohabitación sin matrimonio ven acabar la relación de sus padres antes de alcanzar los cinco años (un 15 por ciento entre los padres casados).46 Según este mismo estudio, los latinos y afro-americanos son los más propensos a vivir este tipo de separaciones.

Los padres que cohabitan suelen dedicar menos recursos económicos a sus hijos. Un sondeo demostró que los padres que cohabitan dedican menos parte de sus ingresos a educar a sus hijos que los casados, y que gastan proporcionalmente más que ellos en alcohol y tabaco.48 Así pues, todo apunta a que las parejas de hecho constituyen una base mucho menos estable para los hijos que los matrimonios.

Los efectos de selección tienen un peso importante a la hora de diferenciar entre los padres casados y los que cohabitan. En su conjunto, las parejas que conviven sin casarse (y que no están prometidas) tienen sueldos menores y menor nivel de formación. Asimismo, estas parejas manifiestan, en general, peores relaciones que las casadas. Entre otros aspecto, las parejas de hecho hablan de más conflicto, más violencia y menor nivel de satisfacción y compromiso.  Incluso los padres biológicos que viven con la madre de sus hijos tienen relaciones de menor calidad y tienden a separarse más que aquellos que se casan. 

La cohabitación es distinta del matrimonio, en parte, porque quienes eligen simplemente vivir juntos están menos comprometidos con la vida en pareja y con su futuro conjunto. Una dificultad que afrontan las parejas de hecho es que a menudo están en desacuerdo en cuanto a la naturaleza y el futuro de su relación. Por ejemplo, para uno puede anticipar el matrimonio y para otro considerarse como una forma cómoda de tener pareja. Una consecuencia parcial de todo ello es que estas parejas suelen consolidar menos sus ingresos.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.


Las ciencias sociales están mejor preparadas para documentar si determinados hechos sociales son ciertos, que para decirnos por qué lo son. En otras palabras, resulta más preciso afirmar que el matrimonio está asociado a importantes bienes sociales que declarar que el matrimonio es la única o principal causa de éstos.

La ciencia social intenta distinguir entre relaciones causales y las meras correlaciones a través de distintos métodos. Los estudios aquí citados se basan en grandes grupos nacionalmente representativos, que minimizan el factor de distorsión producido por las diferencias de raza, educación, renta y otras. En muchos casos (no en todos), los científicos sociales han podido a hacer un seguimiento de individuos a lo largo del tiempo cuando se casan, se divorcian o se quedan solteros. El objetivo es identificar los denominados “efectos de selección” o diferencias preexistentes entre estos individuos. 

Por ejemplo, ¿puede el divorcio causar pobreza o se trata meramente de que la gente pobre tiene más tendencia a divorciarse?

Evidentemente, resulta imposible considerar el matrimonio, el divorcio o la paternidad como factores únicos que influyen sobre el bienestar. De ahí que existan diferencias razonables entre los científicos sociales sobre la existencia y el grado de los mencionados efectos de selección, y sobre la incidencia directa que el matrimonio tiene. También es cierto que existen múltiples circunstancias que ponen en duda esta tesis.

1) Aunque se suele asociar el divorcio a un alto riesgo de problemas psicológicos y sociales para los niños, un 75 por ciento de los hijos de padres divorciados no sufren de este tipo de traumas (en el caso de los padres no divorciados los problemas afectan sólo al 10 por ciento).

2) Aunque en general se cree que el matrimonio actúa como un bien social, la investigación sugiere que un nuevo matrimonio de la madre no suele ser mejor para los hijos que vivir con una madre soltera. Además, está demostrado que los matrimonios infelices no brindan los mismos beneficios que el matrimonio medio.

3) Por otra parte, en el caso de los matrimonios violentos o conflictivos, tanto el divorcio como la separación son una vía de salida para niños y adultos. 

Queda claro que la estructura y los procesos familiares son sólo un factor más entre los muchos que contribuyen al bienestar de los niños y de la sociedad. Nuestra intención no es minimizar la importancia de otros elementos sociales o económicos como la pobreza, el mantenimiento de hijos, el desempleo, el embarazo juvenil, la seguridad en los barrios, o la calidad de la educación.

En este informe, cuando los datos indican con claridad que el matrimonio produce un incremento del bienestar, lo ratificamos. Cuando la evidencia indica que eso  probablemente es cierto pero no se entiende la causalidad, somos más cautos. Con todo, la ciencia social está mejorando su forma de procesar los mencionados efectos de selección. Por ejemplo, en este informe resumimos dos estudios sobre el divorcio que hacen un seguimiento de gemelos y mellizos adultos en Australia, para descubrir hasta qué punto los efectos del divorcio sobre los hijos de estos son genéticos y hasta qué punto pueden ser una consecuencia del divorcio. Tanto este tipo de innovación metodológica como los análisis econométricos, aumentan la confianza en que la estructura familiar ejerce una influencia causal sobre algunos resultados.

A pesar de sus limitaciones, un enfoque científico de calidad puede guiar las políticas sociales de manera más eficaz que las opiniones y los perjuicios de personas poco informadas. En nuestra opinión, tanto el público como los políticos merecen oír lo que sugiere la investigación sobre las consecuencias del matrimonio (o la falta de éste) en niños y adultos.

El matrimonio no es la panacea para todos nuestros males sociales. Sin embargo, el hecho de que la sociedad llegue o no a construir una cultura sana para el matrimonio tiene una clara relevancia pública. Es una cuestión de máxima importancia si queremos ayudar a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad: los grupos más humildes, las minorías étnicas y los niños.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.
El matrimonio está en recesión. Al menos así parecen demostrarlo las estadísticas en los Estados Unidos: si en 1960, un cinco por ciento de los niños nacía fuera del matrimonio, hoy en día, un 34 por ciento es fruto de uniones fuera de él. Y mientras que en los sesenta, más del 67 por ciento de adultos estaba casado, hoy es menos del 56 por ciento.

En este contexto, los niños americanos tienen menos probabilidades de pasar toda su infancia en una familia nuclear; y los hombres y mujeres, de casarse jóvenes y permanecer unidos que hace cincuenta años.

Esta tendencia es todavía más acusada entre las comunidades pobres y con minorías étnicas. En 2002, un 68 por ciento de los nacimientos de niños afro-americanos y un 44 por ciento de los nacimientos latinos se produjeron fuera del matrimonio. Se trata de datos alarmantes si se comparan con el 29 por ciento de nacimientos producidos fuera del matrimonio en las comunidades “blancas”.

Paralelamente, mientras que sólo un cinco por ciento de las madres que han recibido enseñanza universitaria tienen hijos fuera del matrimonio, alrededor del 25 por ciento de las madres que no han superado los estudios secundarios son madres solteras. La mayoría de estas últimas pertenecen familias humildes. A su vez, los hombres y mujeres que provienen de este grupo socio-económico tienen menos tendencia a casarse que los blancos que cuentan con una formación universitaria.

Los cambios que se han producido en el seno de familias americanas durante las últimas dos generaciones han inspirado numerosas investigaciones socio-científicas, además de muchos programas dirigidos a preparar mejor a las parejas para el matrimonio. El matrimonio importa trata de resumir los principales hallazgos de todos estos trabajos de forma sencilla y útil para todos los interesados en los debates actuales sobre la familia. En otras palabras, pretende argumentar con datos lo que ya sabemos sobre la importancia del matrimonio en el contexto familiar y social.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.
Tanto madres como padres sufren la carencia del lazo matrimonial. En general, las madres solteras se quejan más de conflictos con sus hijos y de tener menos control sobre ellos que las casadas. Llegados a la edad adulta, los hijos de matrimonios unidos afirman tener una relación más cercana con sus madres que los de parejas divorciadas. 

Según un estudio realizado en Estados Unidos, un 30 por ciento de jóvenes cuyos padres se habían divorciado reconocieron tener malas relaciones con sus madres, algo que sólo admitían un 16 por ciento de los hijos cuyos padres habían permanecido casados.   

En el caso del padre, la buena relación con los hijos depende aún más de que éste permanezca casado con la madre. Un 65 por ciento de jóvenes cuyos padres se divorciaron se llevaban mal con el padre (en el caso de las parejas no divorciadas, sólo un 29 por ciento). En general, los niños cuyos padres se divorcian o no llegan a casarse ven a sus padres con menos frecuencia y tienen relaciones menos cariñosas con sus ellos que los de padres casados que permanecen juntos. 

Los estudios sobre los hijos de parejas divorciadas sugieren también que la pérdida de contacto con el padre después de un divorcio es una de sus consecuencias más perjudiciales.42 El divorcio parece tener un efecto aún más negativo sobre las relaciones entre el padre y los hijos que el convivir con un matrimonio infeliz. Incluso los padres biológicos que viven con la familia (madre e hijos) sin estar casados, no suelen estar tan involucrados con sus hijos como sus iguales casados que viven en el mismo hogar con sus hijos.

Extraido del libro El Matrimonio Importa (Veintiséis conclusiones de las ciencias sociales). Social Trends Institute Nuevea York - Barcelona.

Están muy enamorados, cualquiera puede verlo. En la escuela y cuando salen con sus amigos, siempre buscan estar juntos. Presumen su amor. Pero si él o ella coquetea con otras personas, entonces se enojan, se insultan y pueden incluso abofetearse. La reconciliación es lo mejor. Pellizcos en los cachetes, leves nalgadas o palmaditas en la nuca o espalda. Y las palabras de siempre: "no pasa nada. A ti es a quien quiero", y asunto arreglado. Tan recurrente es la escena que ambos se acostumbran. Con algunas variantes, así nace la violencia en el noviazgo. Si se permite, del reclamo se pasa al insulto; del insulto a los golpes; de los golpes al sometimiento y de éste a la violencia sexual.

Las conductas violentas en las relaciones de pareja no formales no son percibidas como tales ni por las víctimas ni por los agresores, pues generalmente se confunden maltrato y ofensas con amor e interés por la pareja. A partir de los 15 años y hasta antes del matrimonio, los adolescentes y jóvenes comienzan a aprender y ensayar nuevas formas de comportamiento acordes con su creciente libertad e independencia de la familia de origen, para adoptarlas en su vida futura. Georgina Zárate, sicoanalista y académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, afirma que es imposible pensar una relación amorosa sin una dosis de sentimiento hostil, porque así nos enseñaron desde la infancia: "Un buen día --explica-- nos damos cuenta que mamá, papá, o ambos, no nada más nos tratan amorosamente, sino que también nos regañan, nos pegan, nos gritan, se enojan, nos amenazan con la pérdida de su amor. Y eso se reproduce, de algún modo, en relaciones posteriores que son, todas, ambivalentes, con sus dosis de amor y de odio."

De acuerdo con el Instituto de las Mujeres del Distrito Federal, los tipos de violencia en el noviazgo son física, verbal, psicoemocional, económica y sexual, que no son excluyentes entre sí. Las consecuencias en la persona agredida son depresión, baja autoestima, aislamiento, fracaso escolar y bajo rendimiento laboral. Pero es tan cotidiana esta violencia que no es fácil detectar su trascendencia social, y es esta invisibilidad uno de los factores que desencadenan la violencia intrafamiliar. Georgina Zárate afirma que en la adolescencia está presente un mecanismo sicológico que favorece relacionarse de manera agresiva: "Es más fácil para los chavos acercarse al otro con actitudes violentas. Si observas en una secundaria, chavas y chavos se pegan entre sí constantemente, como si fuera un juego, porque para ellos es más fácil tocarse golpeándose que tocarse amorosamente; lo que quieren es acariciarse porque andan cachondos, pero como no se atreven a reconocer sus deseos, porque eso les causa bronca, entonces la forma de hacerlo es por medio del golpe."

El maltrato a la pareja puede ocurrir en cualquier momento, desde la primera salida juntos o hasta transcurridos varios años de relación, pero su diferencia ante otros tipos de violencia es el proceso de socialización y adquisición de roles de género en los adolescentes, mismos que determinan el dominio como comportamiento masculino y la sumisión como femenino, sumados a la idealización del "amor romántico" que todo lo puede superar y todo lo perdona, así como por el carácter informal y efímero de la relación. Y aunque tales patrones de conducta sean parecidos a los identificados en parejas formales, no es frecuente que el noviazgo presente niveles de maltrato físico similares a los del matrimonio o relaciones equivalentes; es decir, entre novios los golpes no son la manifestación ordinaria de la violencia, pero en el ámbito del "juego" son comunes, y eso lleva a que su gravedad parezca mínima.

Esta "normalización" de la violencia en los patrones de convivencia es el origen del maltrato. "El papá le pega a los hijos y les dice: 'si te pego es porque te quiero'. Y eso se introyecta, se asume y se reproduce", asegura Georgina. Zárate Por su parte, Daniel Ramírez, asistente del Proyecto de Jóvenes de APIS Fundación para la Equidad, A.C., señala que el problema tiene que ver con la educación, pues "a los hombres se nos ha dado un poder mayúsculo por encima de las mujeres, y seguramente por eso todas las relaciones están impregnadas de algún tipo de violencia." Agrega que hay actitudes que muchas veces no se identifican como violencia, pero que crean un malestar y no queda claro por qué. Por ello, dice, la violencia se ha redimensionado para abarcar aquellas actitudes que no tienen que ver con jaloneos y golpes, pero que de todos modos causan algún tipo de daño; por ejemplo, los actos dirigidos a vigilar, perseguir, humillar y manipular al otro u otra.

Violencia en escalada
En 1998 la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio a conocer que 30 por ciento de las estudiantes universitarias han reportado algún tipo de violencia en sus relaciones de pareja, y que las agresiones verbales se convierten en agresiones físicas con el tiempo y son un elemento que predispone a la violencia familiar. En México no hay datos oficiales sobre la violencia en esta etapa de la vida, pero sí en los hogares: uno de cada tres, en el Distrito Federal, registra algún tipo de violencia, según la Encuesta sobre Violencia Intrafamiliar del INEGI.
Ana Laura Rosas, responsable del Proyecto de Juventud del Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A.C. (Coriac) y terapeuta con ocho años de experiencia en trabajo con mujeres violadas, sostiene que en el noviazgo "pocas veces hay golpes, lo que hay son jaloneos, empujones y violencia emocional, verbal y económica. No hay golpes como ocurre en estas relaciones cinco años después, pues la violencia va en escalada". Es decir, de niveles bajos de agresión, como serían los insultos, se pasa a los golpes o a la violencia sexual. La violencia verbal, añade, es algo normal entre jóvenes, y aunque para ellos no resulte ofensivo, facilita el avance a niveles más altos de agresión, a una diferenciación cada vez más tenue entre el respeto y la ofensa. "Estamos acercándonos al maltrato y no podemos percibirlo, pues si ya es natural y cariñoso usar palabras que antes eran una grosería, entonces ¿qué es lo que ahora nos va a ofender, si todo el tiempo nos insultamos y nos empujamos?, cuando lo hagamos enojados ¿cómo lo interpreto? Por eso ellos y ellas no saben diferenciar ni detectar cuándo ejercen o sufren violencia."
El matrimonio da a los hijos el contexto de seguridad, protección y alimento emocional que ellos necesitan para crecer y ser felices.
Los hijos necesitan no sólo padres casados sino que vivan un buen matrimonio.

Como lo explica la Dra. Judith P. Siegel, la relación de los padres es para los hijos el modelo de todas sus relaciones de intimidad. (Judith P. Siegel, “Lo que los niños aprenden del matrimonio de sus padres”, Traducción Ángela García, Ed. Norma, 206). Los hijos reciben seguridad cuando ven a sus padres y madres respetarse y ser respetadas  por su cónyuge, o por el contrario, se llenen de miedo y desconfianza ante el amor cuando conviven con padres que no logran amarse y respetarse. Por eso la Iglesia enseña que es responsabilidad de los padres no sólo transmitir la vida sino también crear el contexto donde la familia sea una verdadera escuela de amor; donde los hijos crezcan en su vida espiritual, moral y sobrenatural (CIC 1652-1657).
De los padres aprendemos:
  •     El modelo de matrimonio de nuestros  padres puede influir en nuestra escogencia de pareja.
  •     La relación de nuestros padres se refleja en gran medida en el tipo de problemas que experimentamos en la edad adulta.
  •     El matrimonio de nuestros padres es el parámetro del cual aprendemos el rol que le adjudicamos al varón y la mujer dentro del matrimonio, así como las expectativas que tenemos de nuestra pareja. (Véase,  Las marcas de nuestros padres y nuestra cultura)

Por todo esto es claro que sus hijos bien merecen todo el esfuerzo por crecer y mejorar sus relaciones matrimoniales. Esto no excluye que, en casos extremos y después de agotar todos los recursos algunas parejas se vean forzadas a optar por la separación, precisamente para evitar mayor daño a los hijos. Con todo, son muchos más los matrimonios que con esfuerzo y fe pueden mejorarse.

Igualmente, estos datos sobre la importancia de los padres y de su matrimonio para la vida de los hijos debe hacer que los padres hispanos consideren los grandes dolores y perjuicios que migrar sin ellos puede causar en los hijos. Ciertamente la pobreza y el deseo de ofrecer a los hijos un mejor futuro es una buena razón para migrar. Pero a veces, los beneficios que el bienestar económico puede darles no se comparan con los daños emocionales y morales que sufren los hijos cuando se ven “separados” de sus padres. Aunque queden en manos de personas que los quieren y los cuidan, casi todos los niños cuyos dos padres emigraron cuando ellos eran pequeños, muestran en su adolescencia y edad madura los síntomas emocionales de quien fue abandonado.