Independientemente de nuestros afectos religiosos, justo es reconocer que nuestra cultura occidental no posee un texto de tanta antigüedad sobre el matrimonio que se pueda comparar con la misteriosa sencillez, precisión y profundidad del Génesis: “Dijo, Dios, el Señor: no es bueno que el hombre esté sólo; hagámosle una ayuda que sea semejante a él…, la cual puso delante de Adán. 


Y dijo el hombre: Esto es hueso de mis huesos, y carne de mi carne… Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y estará unido a su mujer, y los dos vendrán a ser una sola carne” (Gen, 2, 18-24). Este texto, que tiene la simplicidad de una obra maestra, ha marcado más que ningún otro las líneas fundamentales de la comprensión del misterio del matrimonio.

Luis Lozano Torres

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Diagnosticar un caso, una historia de amor, requiere cierto conocimiento de lo que es el amor conyugal y el matrimonio. ¿Por qué? Pues porque las sombras sólo son visibles a la luz, porque es necesario conocer la salud para poder diagnosticar y tratar la enfermedad. Nos pasa como con la medicina, la cual requiere mucho estudio sobre la salud para poder después diagnosticar la enfermedad y prescribir la terapia restaurativa, pues diagnosticar la enfermedad es detectar la salud que falta, y prescribir un tratamiento es buscar recuperar la salud perdida. Pero la medicina avanza gracias a que no acepta llamarle ‘salud’ a toda suerte de anomalías y disfunciones.


Estudiar qué es el amor conyugal y el matrimonio nos dará grandes luces, para estar en mejores condiciones de diagnosticar su amor, y por qué no, para descubrir en las entrañas mismas de su relación increíbles áreas de oportunidad.

LuisLozano Torres 

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El más profundo sueño de libertad, de comunicación, de singularidad, de amor, corre el riesgo de naufragar en medio de las adversidades o, simplemente, de marchitarse. En muchas parejas termina en el fracaso y la separación. En otras muchas, el fracaso es interior, pero no estalla en separación. ¿Cómo influyen la fe y la esperanza religiosa de las parejas comprometidas en la aventura del amor?



La experiencia cristiana aporta un repertorio de nuevas posibilidades. Pero hay algo básico, por pertenecer al orden creatural. Sin hablar de la sacramentalidad como elemento cristiano más significativo, es cierto que vivir la aventura del amor bajo la mirada de Dios abre nuevas oportunidades. Surgen del hecho de que Dios quiere la felicidad de sus hijos. El sueño de Dios coincide con los más hondos sueños de la pareja. Dios mismo está implicado en el logro de esa relación de amor. Está presente en la vida de los cónyuges. Si el Dios que «hace posible lo que parece imposible» está interesado en el éxito de cada relación conyugal, ello significa una nueva dinámica. Puede renacer el fuego del amor desde sus cenizas. El sueño profundo es siempre recuperable. No es menester renunciar a él. Dios quiere que seamos felices. Y la felicidad de la pareja reside en el desarrollo de una relación íntima, profunda, responsable. Dios los llama a persistir en la realización de ese proyecto de amor forjado durante el noviazgo y primeros años de matrimonio, que constituyen la experiencia fundante del matrimonio.

En el contexto del Dios-amor, la lucha humana por construir el amor de pareja descubre que no es un esfuerzo destinado al fracaso último. Lo sería en el caso de que la muerte fuera la separación definitiva y total de ese amor. Desde la perspectiva religiosa, el amor conyugal es iniciación y grito de resurrección: Te amo tanto que necesito que no te mueras para siempre. Te amo tanto que el Dios de la vida hará que nuestro amor sea más fuerte que la muerte.

Por su parte, el amor conyugal es una vía privilegiada de acceso a la experiencia de Dios. «Y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4,7-8)

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El encuentro matrimonial no funciona siempre como un camino ascendente y rectilíneo. Encuentra sus encrucijadas y sus espejismos. Una manera de atenuar el efecto negativo de la renuncia a los ideales del tiempo del noviazgo son las compensaciones. No somos felices, pero nos consolamos de no serlo. No nos sentimos valorados por lo que somos, pero al menos nos sentimos importantes por lo que tenemos: bienes, títulos, poder… No logramos hacernos amar verdaderamente, pero nos compensamos haciéndonos admirar. Algo es algo…



La dinámica de las compensaciones termina construyendo unas paredes de cristal que paralizan el crecimiento de la relación. Uno de los atractivos del bienestar, de la comodidad, del alto nivel de vida, consiste en que hacen más llevadero el vacío y la insatisfacción de una relación empobrecida. ¡Cuántos regalos caros, cuántas compras precipitadas, cuántos gastos son claramente un intento de darse la satisfacción que no se logra porque falta el diálogo, la intimidad, la cercanía! Las cosas sencillas son las más valiosas y simbólicas: dar un paseo como cuando éramos novios, hablar de nosotros y nuestras ilusiones, una noche romántica… Cuando ya se encuentran situadas en la vida, muchas parejas reconocen que eran mucho más felices cuando no tenían nada. Pero vivían con mucha ilusión su relación conyugal.

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La relación sexual es un elemento esencial en la vida conyugal. No se reduce a una actividad placentera y aislada. Adquiere el carácter de termómetro de la relación en sentido global. Pero la construcción de una relación sexual satisfactoria es también una tarea. Integrar lo erótico e instintivo en la entrega personal requiere mucho ejercicio de diálogo, transparencia y aceptación del otro. El sexo es espacio proceloso. Está llamado a convertirse en la gran fiesta del amor y de la unidad. Posee una gran fuerza de atracción. Con frecuencia es fuente de reconciliación y de cercanía. Suscita los más fuertes sentimientos de pertenencia y comunión. Ofrece un enorme repertorio de posibilidades de liberación y entrega incondicional.



Sin embargo, puede la sexualidad conyugal reducirse a una fuente de opresión y soledad, de dominio y manipulación. Los más fuertes sentimientos de dosificación y despersonalización están vinculados a un ejercicio inadecuado de la sexualidad conyugal. De hecho, se vive con frecuencia como humillación. Esta ambigüedad de la sexualidad hace frágil el camino del amor conyugal. Es menester mucho diálogo y paciencia para que el lenguaje sexual genital llegue a ser plenamente expresivo y comunicativo de la donación.

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Cuando los sueños de comunión de «dos en una sola carne» empiezan a hacerse esquivos y arrecia la tentación de renunciar a ellos, siempre hay a mano alguna pareja con la que compararse, en la que reflejarse y justificarse. En comparación con ellos, nosotros —se dice— somos un buen matrimonio. No hemos llegado hasta el extremo que ellos han llegado. No logramos alcanzar nuestro sueño de intimidad, comunicación, unidad, pero nos consolamos. Y como «a todo hay quien gane», cada vez se pone el listón del esfuerzo y la exigencia más bajo. Los sueños y comportamientos del noviazgo van apareciendo como idealistas, propios de aquella etapa, irrealizables después de la primera etapa matrimonial. Paulatinamente se va viviendo la renuncia a todo aquello que un día hizo vibrar y vivir. Se descuidan los gestos y detalles que enamoran y encandilan. El conformismo y la rutina se van apoderando de la relación. Los sentimientos de soledad, fracaso y tedio suelen hacerse paisaje frecuente del alma de la pareja.



Por otra parte, resulta inevitable una cierta frustración, dado el alto nivel de expectativas e ideales que se han construido en los primeros tiempos de matrimonio. Se cuestiona la propia imagen. Uno no es tan generoso, tan comunicativo, tan transparente como había creído. El contraste con la realidad diaria va produciendo un cambio en la percepción del cónyuge. Y brotan las preguntas: ¿Es ésta la persona con la que me casé? ¿Es éste el que estaba tan pendiente de mí? ¿Dónde ha quedado su amabilidad, su delicadeza, su amor? ¿Me habré equivocado de persona? ¿Éste va a ser el futuro que me espera para el resto de mi vida?

Pero también cambia en el decurso del tiempo conyugal la percepción que uno tiene de sí mismo. Uno se da cuenta de que no es la persona que se había imaginado: no es tan altruista, tan comunicativo, tan enamorado. El descentramiento inicial no se traduce automáticamente en comportamientos coherentes, en actitudes constructivas. El proceso del encuentro matrimonial es lento y ambiguo. Tiene que superar la comodidad, las heridas, el cansancio, la dificultad de aprender de la propia experiencia. El matrimonio trae la felicidad sólo como conquista progresiva y adquisición creciente. Es sólido y fuerte en la medida en que resulta satisfactorio para los dos cónyuges, aun cuando sea a costa de lucha y esfuerzo.

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«Nos amamos, pero no nos entendemos». El sueño del noviazgo está forjado a base de comunicación personal intensa y constante. Sentirse escuchado, comunicado, es una forma elemental y necesaria de salir de la soledad y vivir como persona activa y comunicativa. Pero el proceso de la comunicación y del encuentro interpersonal e intersexual lleva consigo sus desencuentros y sus encontronazos. La comunicación de los sentimientos y de los eventuales resentimientos es un aprendizaje que hay que hacer incluso a través de las interferencias provocadas por los diversos estados de ánimo, por los intereses, por la ineludible búsqueda de realización personal de cada uno de los cónyuges. El cultivo personal, el crecimiento personal, que, de suyo, constituye una forma de enriquecer la vida de la pareja, puede ser vivido como sobrecarga o disminución del otro.



El hecho es que la comunicación profunda suele ir cediendo terreno. Va quedando a merced de las circunstancias. Van creciendo los silencios largos e hirientes. Y, en la medida en que la comunicación se hace más superficial, va creciendo la insatisfacción y la soledad. Llega el aburrimiento, la rutina, esa horrible sensación de no tener nada de que hablar…

MA/INCOMUNICACION: Existen muchas barreras que van estrechando la banda de la comunicación interpersonal e intersexual. Está, por una parte, el miedo al sufrimiento. Se va haciendo la experiencia de que las palabras hieren. Cada uno se siente vulnerable a los dardos verbales del otro. De ahí que se vaya aprendiendo el comportamiento de comprar la paz a precio de incomunicación. Por temor al sufrimiento y al conflicto. la palabra se vuelve cada vez más frágil.

Siempre es posible recuperar el pan de la palabra, el diálogo proferido. La función dinamizadora del tiempo del noviazgo reside en que actúa como revulsivo, como inspiración permanente. Aquellas experiencias de comunicación fluida impiden acomodarse a una comunicación meramente superficial. Actúan como acicate y esperanza a la hora de salir del aburrimiento y la rutina. No aquietan, sino que inquietan y estimulan. No permiten dormirse en la desilusión.

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Estamos asistiendo a la desconexión entre lo institucional y lo personal en el matrimonio. En un tiempo prevalecía lo objetivo e institucional sobre la realización personal del amor. No quedaba apenas lugar para la innovación personal e individual. Todas las pautas estaban ya marcadas. No había nada que crear. Era cuestión de repetir y reproducir lo que ya habían hecho generaciones y generaciones anteriores. Lo social e institucional prevalecía sobre lo personal. 



Hoy la relación entre lo público y lo privado ha cambiado de signo. Se pone en primer plano lo personal y privado. Los españoles de los 90 ponen en primer lugar de su jerarquía los valores pertenecientes al ámbito de lo privado: la familia, los amigos, el trabajo. Los valores de carácter social e institucional, como son la política y la religión, pasan a segundo plano. Interesan menos. Gratifican y realizan menos.

En este contexto, es claro que el matrimonio tiende también a acentuar la dimensión privada del amor. El matrimonio pertenece a la vida privada. Cada uno lo vive como quiere, como puede y como sabe. Aun cuando sean todavía una minoría los que optan por el «amor libre», por la cohabitación u otras formas de relación, parece clara la tendencia. Y, sin embargo, es inevitable que el matrimonio, basado en la relación personal de amor, tenga que asumir rasgos de carácter público. La vida de la pareja no puede reducirse a lo privado. Tiende a incorporar la dimensión social de la convivencia, que es esencial a la realización personal. En esta incorporación se hacen inevitables las crisis. El sentimiento de amor tiene que verificarse como decisión de amar, escuchar, confiar, perdonar, volver a empezar…

Lo que parecía homogéneo en las primeras etapas se va revelando como diverso. «¡Somos tan diferentes!» es una de las constataciones más repetidas por las parejas. La complementariedad inicial se va vivenciando y sufriendo como diversidad. Y como dificultad de aceptación. El amor lo logra. Esto no es fácil. Los fracasos existen. Son numerosos. «Se ha dicho que en el fondo del corazón de todo hombre, hijo de Adán, duerme un cerdo… Pero hay también dormido —¿por qué lo olvidamos siempre?— un noble caballero. Eva, ¿a cuál de los dos desterrarás? Nunca dejas a un hombre tal como lo has encontrado; saldrá de tus manos mejor o peor. Si escoges despertar al caballero, ten cuidado con el otro. En cuanto a ti, Adán, no eres inocente. No te excuses demasiado deprisa: "la mujer que me diste me ha tentado". Pero, y tú, ¿qué has querido despertar en ella?

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« ¿Por qué me siento triste cuando pienso en las líneas paralelas que están siempre una al lado de otra y no se encuentran nunca?». Así se expresa Hélder Camara. Efectivamente, el sueño de unidad y de presencia mutua no se realiza automáticamente y por arte de magia. Tiene que verificarse superando dificultades profundas, paradigmas de comportamiento. 


Existen muchas fuerzas y estructuras modernas que impulsan a la pareja hacia la desunión. Hay demasiadas demandas a vivir vidas separados, es decir, como casados solteros. Están, en primer lugar, los roles asignados e interiorizados: el varón tiene unas funciones, y la mujer otras; el varón tiene unas actividades y responsabilidades, y la mujer otras. Se espera que el varón sea fuerte, y la mujer cariñosa y tierna; se espera que el hombre trabaje y traiga el dinero, y que la esposa atienda a la casa y eduque a los hijos. Las diversiones son diferentes para cada uno. Los trabajos profesionales introducen a cada uno en un mundo diverso de relaciones personales.


Se espera que el varón tome la iniciativa en la relación sexual, y que la mujer esté dispuesta a complacerle. Se han interiorizado unas ciertas expectativas y obligaciones con respecto a la frecuencia, gratificación y disfrute sexual.

La libertad y la autonomía personal se malentienden frecuentemente como independencia. Cada uno por su parte. Los roles asignados son fijos y paralizan la creatividad o la vitalidad. El guión de la vida del esposo y el de la esposa les vienen socialmente prescritos con más o menos rigidez: mis cosas, tus cosas; mis obligaciones, tus obligaciones; mi trabajo, tu trabajo; mis amigos, tus amigos; tu familia y la mía. Esta necesidad práctica de distribución de roles y tareas refuerza las actitudes de independencia. Termina encarcelando a cada esposo en su mundo y reduciendo al mínimo el mundo común. En este contexto, realizar el matrimonio como aventura de amor significa romper un cerco de esperas y expectativas sobre el otro. Significa relativizar y compartir los roles: el trabajo doméstico, la educación. Significa vivir el proceso del amor interpersonal de modo creativo y original. Cada uno necesita sentirse persona más allá de sus roles y funciones, más allá de las rígidas expectativas prescritas culturalmente. Los dos necesitan hacer cosas juntos, desarrollar intereses comunes. Y, sobre todo, vivir en actitud de comunión lo que es diverso.

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MA/ALIANZA: Es cierto que actualmente se está produciendo un cambio de mentalidad que tiene consecuencias y repercusiones de hondo calado. La vida conyugal se entiende como encuentro y relación personal, íntima y responsable entre un hombre y una mujer. El matrimonio se sueña como un proyecto de vida, no es sólo un estado de vida. Parte de una elección libre. Es un quehacer y un desarrollo continuo basado en la interacción recíproca. Con la boda comienza un tiempo de realización de las promesas. El amor de novios, emotivo y romántico, tiene que irse convirtiendo en amor conyugal, realista y racional. El «sí quiero» se despliega en el sí diario. La alianza de amor se muestra como permanente vocación de amor en la convivencia.


 MA/EXITO-CAUSAS: Actualmente, entre los elementos subjetivos que contribuyen al éxito matrimonial se enumeran los referentes al ajuste relacional, como son la fidelidad, el aprecio mutuo, la aceptación, la comprensión y la tolerancia. En el segundo lugar de la escala están los factores de la convivencia, como son el compartir los quehaceres domésticos, el tener gustos e intereses comunes, relación sexual feliz, independencia de la «familia política». Los componentes materiales e ideológicos, como son las creencias religiosas, las ideas políticas, los ingresos económicos adecuados, las buenas condiciones de vida, ocupan el último lugar de los factores subjetivos del logro de la felicidad conyugal .

En conjunto, pues, se exige más calidad humana a la vida matrimonial. La relación conyugal se especifica por la dimensión existencial y afectiva; está a merced de las decisiones libres y autónomas de cada persona. El éxito o el fracaso de la relación se mide por su capacidad para satisfacer las necesidades de cada persona. Por otra parte, las mismas investigaciones positivas de tipo sociológico muestran el avance de la mentalidad divorcista no sólo en números absolutos, sino también en cuanto a las razones que lo justifican. En favor del divorcio, además de los motivos duros, como son la violencia y la bebida, se aducen las razones de falta de amor mutuo, de infidelidad permanente y de insatisfactoria relación sexual.

Y es que, en efecto, con la boda solamente se intensifica el proceso del encuentro e interacción personal. El casamiento constituye un «estado de vida» en cuanto un punto de partida. Representa la culminación de un proceso de conocimiento y sintonización entre un hombre y una mujer. Es un «sí» en el que culmina una etapa de la vida personal y una historia de amor; pero es, sobre todo, un compromiso de caminar juntos y construir juntos el futuro común. Nada está garantizado. Todo está en movimiento. El estado de vida va configurando la aventura de amor. La nueva situación es más compleja. La relación se globaliza: concierne a la persona entera en la totalidad de su vida y actividad. La relación interpersonal se complica con alicientes externos e internos. El dinamismo difusivo del amor se encuentra con los conflictos, las discrepancias, la autoprotección, los cambios en la vida de cada persona. Y el amor inicial tiene que ser suficientemente robusto y arriesgado como para construir la relación de amor matrimonial a través de todo tipo de obstáculos.

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Tras un éxodo de más o menos duración, llega el cumplimiento inicial de la promesa. Se ratifica el compromiso de amor. El noviazgo había evocado lo mejor de cada uno y provocado lo mejor del otro. Ahora la vocación de amor se hace convocación y celebración comunitaria.


Se hace de modo público y festivo. Es menester festejar el momento y la decisión de comprometerse de por vida. La alegría del «te quiero a ti como esposo/a y me entrego a ti y prometo serte fiel todos los días de mi vida» es culminación de todo un proceso de espera y de expectación. Es un punto de llegada largamente anhelado, una fecha indeleble en la biografía personal. Terminado el emparejamiento, comienza la pareja. La inspiración y los sueños que encarnan la mejor humanidad de cada uno se plasman en el esplendor festivo de ese día.

Es un gran empeño por hacer feliz al otro y por hacer partícipes a los demás de la felicidad común. De esta manera, la boda ejerce la función de expresar públicamente la vocación de hacer feliz al otro, de explorar todas las posibilidades para que el cónyuge disfrute, se sienta querido y feliz.

La boda y su celebración es cumplimiento de la promesa y promesa de cumplimiento. Volviendo al paradigma del desierto, el compromiso matrimonial aparece como la alianza de amor. El compromiso de los esposos se parece al compromiso de Dios con su pueblo: «Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios». De la misma manera que la alianza de Dios se renueva, así también la alianza de amor conyugal está llamada a renovarse y vivirse cada día. Necesita ser ratificada, profundizada constantemente. Tiene que mostrar su fecundidad y su fuerza en el estilo de vida. Pero es cabalmente en ese despliegue donde se va mostrando también su fragilidad.

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Los enamorados sueñan juntos el futuro. Es ésta una dimensión esencial. Inventan y planean la vida juntos. Diseñan la casa en que van a vivir: la morada común simboliza la necesidad de permanecer juntos Proyectan los hijos que van a tener: esas pruebas tangibles del amor y la obra común. 


Diseñan, sobre todo, un camino de singularidad, un proyecto de vida. Van a ser un matrimonio original, único. No se van a parecer a otras parejas conocidas que no muestran entusiasmo el uno por el otro. A ellos no les va a pasar lo que ven a otros matrimonios. Los roles no les van a marcar y separar. No se van a aburrir. ¿Cómo se pueden aburrir estando al lado de la persona que tan feliz les hace sentir? No se van a enfadar; y, si llegan a enfadarse, la reconciliación será inmediata. Y la alegría mayor: no se van a ver sumidos en largos silencios ni se va a aislar cada uno en su mundo. Esperan el día en que no tengan que separarse al llegar una hora de la noche para dejarla a ella a la puerta de su casa. Podrán estar juntos para siempre. Y solos.

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Los enamorados emprenden un proceso de conocimiento y descubrimiento mutuo que va construyendo la intimidad. Se tiende a narrar todos los detalles del día. Toda la historia personal se convierte en narración. Los lugares, los nombres, las personas, los paisajes de la vida de cada uno, adquieren inusitado interés para el otro. Se quiere conocer con todo detalle al amado. Sus problemas, sus dificultades, sus sueños, son objeto de atención. Se siente la necesidad de conocer totalmente al otro.


Los enamorados tienen mucha necesidad de hablar. Verbalizan detalladamente sus sentimientos y sus acontecimientos. Buscan insaciablemente espacios de soledad en compañía y comunicación: pasear juntos, viajar juntos, estar juntos en la intimidad. Las conversaciones telefónicas se hacen interminables. En la distancia física, escriben cartas de amor todos los días, varias veces al día. No tienen pereza en llenar folios y folios. Las distancias se acortan, y cualquier ocasión es buena para el encuentro. No pesan las horas de viaje.

En el proceso de la comunicación juegan un papel decisivo la corporeidad y la sexualidad. A medida que se va formando la pareja se van encontrando los signos, los gestos y rituales propios. Se va aprendiendo a descifrar la expresión corporal como lenguaje no-verbal. El tomarse de la mano, el primer beso, el primer regalo, el entrar en casa, suelen ser gestos llenos de significación y emoción. La sexualidad como lenguaje afectivo, placentero e instintivo adquiere todo su alcance en la perspectiva de la comunicación interpersonal. Implica apasionamiento, búsqueda de contacto y unión.

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El noviazgo es también una aventura. Se emprende un camino nuevo que tiene gran atractivo y también notables riesgos. Implica dejar las seguridades de lo ya conocido y emprender un experimento hacia dentro de cada uno y hacia el otro. Te lleva a ir dejando la pandilla de amigos, la comodidad del hogar, las seguridades económicas y afectivas. Te pone en camino hacia la tierra prometida y te hace ejercitar la fe y la esperanza ante la novedad y libertad de la persona amada.


El enamoramiento incipiente implica el ejercicio del arte de la seducción. Cada uno muestra lo mejor de sí mismo. Muestra sus mejores encantos personales: su belleza, sus habilidades, su simpatía, su inteligencia. Pone en juego lo que considera más valioso y atractivo de su ser varón o de su ser mujer. Se llena de expectativas y deseos de caer bien al otro y responder a lo que imagina que el otro espera. Pero en el desarrollo de la relación los encantos de la seducción van dejando ver con más realismo los límites del amado o amada, sus luces y sus sombras. Van emergiendo y desarrollándose las mejores capacidades de cada uno: su generosidad, su amor, su entusiasmo… Se dan también los primeros tanteos en el arte de la dominación y de la posesión. Te quiero mía, te quiero a la medida de lo que a mí me gusta y yo necesito. Te quiero porque te necesito: me hace falta tu compañía, tu cariño, tu simpatía, tu seguridad, tus ganas de vivir, todo lo que tú me das…

Estas pretensiones, más o menos explícitas y conscientes, producen conflictos. Con alguna frecuencia estallan. Son bien conocidas las discusiones de los novios. Constituyen en realidad pruebas de fuerza. Están en el contexto de la pretensión de dominar al otro. En el origen de la relación matrimonial son inevitables los momentos de desierto. De la misma manera que en el desierto se va formando el pueblo de Dios como pueblo de la alianza, así en el tiempo del noviazgo se va formando la intimidad de la pareja y se va experimentando el «nosotros» en la complementariedad. Amar es un sentimiento. Pero es también una decisión aventurada. No se tienen todas las cartas en la mano. Entra en juego la libertad del otro. Una libertad siempre abierta y sorprendente. La irrenunciable tentación es querer cambiarlo para que se parezca a la imagen ideal que uno se ha hecho del otro. Para madurar hay que aceptar al otro tal como es, con sus decisiones, con su historia y su crecimiento personal; hay que pasar del «te amo porque te necesito» al «te necesito porque te amo».
Entrar en un proceso de encuentro profundo con otra persona lleva consigo una dimensión de liberación. «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer» (/Gn/02/24; /Mc/10/07; /Mt/19/05). Dejar padre y madre no es sólo un hecho social y puntual. 


Es un hecho personal de maduración. Implica ir dejando las actitudes paternalistas y maternalistas aprendidas, para ir consiguiendo actitudes y comportamientos responsables y libres. Igualmente, en el tiempo del noviazgo los enamorados se ejercitan en la superación de los juegos y actitudes «filiales» con respecto al «partner». Se aprende a luchar contra la tendencia a dejarse proteger, a dejarse querer pasivamente sin responder activamente a la excitación y a la llamada del otro. Liberarse de la tendencia a la sumisión y a la fusión constituye un aprendizaje que se ensaya e inicia en el noviazgo. Se trata de una relación de tú a tú, de persona a persona, de hombre y mujer.

En la medida en que la relación interpersonal e intersexual se va construyendo, crece la experiencia de salir de la soledad y del anonimato: El éxodo de sí mismo, del miedo a no ser querido, de la angustia de no ser aceptado por el otro, es una vivencia implícita y repetida en el configurarse de la relación conyugal. Se superan temores que esclavizan y atenazan. Se abren nuevos y sorprendentes horizontes de autonomía personal, de creatividad y originalidad.

Además de dejar el mundo de la protección, se deja el mundo de la masificación. Alguien se ha fijado en mí. Me ha visto como alguien especial. Me ha elegido entre millares de hombres o mujeres. Disfruta de estar conmigo. Soy importante para él. Soy único en el mundo. Diferente de todos. Me ama por ser como soy. Toda la experiencia esencial del noviazgo se puede leer en clave de éxodo y liberación. Y adquiere un significado muy hondo.

Como es obvio, lo anterior se refiere al éxodo personal y familiar en el caso de relaciones familiares sanas. La verdad es que, con alguna frecuencia, el noviazgo comporta la liberación de relaciones familiares superprotectoras e incluso opresoras y autoritarias. Hay quien se casa para liberarse de su familia y para desafiar a sus padres. Pero es ésta una pésima motivación para el matrimonio.

Fuente: http://bit.ly/1qbZGOc
En la cultura occidental, el matrimonio ha llegado a configurarse como el fruto del enamoramiento y la elección libre. Las personas se casan por amor y para amarse. Deciden unir sus vidas llevadas por un sentimiento de amor compartido y contrastado durante un tiempo. El proyecto de amor conyugal ha emergido con fuerza, vigor y belleza especial en el enamoramiento. Y se ha configurado en el noviazgo en cuanto forma social del aprendizaje del matrimonio.

La verdad es que la dimensión social e institucional del noviazgo se ha difuminado mucho al hilo de la privatización del amor. Se evita el nombre. No se sabe bien cómo denominar la realidad de esa relación. No se acierta a darla a conocer. Es cierto que, en cuanto experimento, no tiene contornos precisos. Cada noviazgo es una historia diferente. Existe un fuerte pudor a hacer pública la relación existencial que ha surgido y se está fraguando. Se difumina diciendo: tengo un amigo, una amiga…

Enamorarse implica básicamente un descentrarse de sí para centrarse en la persona del otro. Sea cual sea la forma psicológica como se inicia, el enamoramiento tiene siempre la dimensión del descubrimiento del otro. En el origen del despertar del sentimiento de enamoramiento suele haber una llamada de la belleza del otro. Su sonrisa, su voz, su forma de mirar, atraen la atención. Inseparable del atractivo físico es el atractivo personal. Nadie había visto en mí lo que tú has visto. Nadie había suscitado en mí lo que tú has suscitado. Tú despiertas dimensiones de mi ser, de mi sensibilidad, que nadie había despertado hasta que tú llegaste a mi vida. Me siento como renacido. Mi vida en cuanto enamorado empieza a girar en torno a la tuya. Mi tiempo se empieza a medir en relación con tu presencia y tu rostro. Estoy todas las horas esperando el encuentro contigo. Los momentos de la separación se hacen insufribles e implacables. No me es suficiente tu continua presencia intencional en mi mente y atención. El mundo entero cambia de semblante ante mis ojos. La gente me parece más guapa, más generosa. Las calles del pueblo o de la ciudad tienen un fulgor especial, nuevo. Son más acogedoras, más cálidas. Todo cambia y se transforma. Se inicia un mundo nuevo, diferente. 

Fuente: http://bit.ly/1qbZGOc
El sentimiento de felicidad y satisfacción personal está muy vinculado al equilibrio afectivo, y éste, a su vez, está en conexión con la vida familiar y de pareja. La familia aporta las principales «razones» para vivir, luchar, trabajar. Sin embargo, cada vez es más frecuente encontrar en el círculo de nuestros conocidos a personas separadas. El casamiento ante el juez empieza a ser un elemento de nuestro paisaje social. La cohabitación va siendo tolerada por los padres. Y en los planteamientos pastorales no se hace ascos al sacramento del matrimonio por etapas. En los colegios se hace notar el creciente número de niños que viven en familias atípicas.

Existen algunos datos sociológicos que resultan provocativos. La encuesta sobre la Sociedad de los 90 señala que, en la jerarquía de valores de los españoles, la familia ocupa el primer lugar. Es el elemento más importante para el 98% de los españoles. Siguen en importancia el trabajo, los amigos y conocidos, el tiempo libre. El dinamismo de la sociedad se concentra actualmente en el mundo de lo privado, en el mundo familiar. «Desde 1981 se observa en los jóvenes la tendencia a aceptar cada vez menos la proposición de que «el matrimonio está pasado de moda». En 1991, sólo dos de cada diez jóvenes la suscribe» 1. El matrimonio no es una institución tan pasada de moda como algunos pronosticaban. Los sentimientos favorables al matrimonio han ido en aumento. Mientras en el año 1981 eran el 23% de los españoles los que opinaban que es una institución pasada de moda, en el año 1990 son sólo el 13% los que se manifiestan de esa manera.

Por otra parte, el 62% de los jóvenes en el año 1991 están de acuerdo con la opinión de que es mejor emparejarse que casarse legalmente. Y un 32% de los mismos jóvenes está de acuerdo en que una pareja estable «sin papeles» resuelve mejor sus conflictos»2. Otro dato significativo es que el número de las disoluciones matrimoniales ha ido creciendo, tanto en valores absolutos como en relación a los matrimonios existentes. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, «en el quinquenio 1961/65 se disolvía un matrimonio por cada 100 constituidos, mientras que en el quinquenio 1986/1990 la proporción se elevó a un matrimonio disuelto de cada ocho». ¿Qué significan estos datos? ¿Quitan atractivo al matrimonio y a la familia? ¿Qué quieren decir acerca de la fragilidad y fortaleza del matrimonio? Si es tan atractivo el matrimonio y la pareja, si contribuye en tal alto grado a la felicidad personal, ¿cómo es que resulta tan frágil? ¿De dónde le viene su vulnerabilidad? ¿Se ponen tan desmedidas esperanzas en la vida conyugal y familiar que inevitablemente terminan en decepción?

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Una historia de castillos, príncipes, servidores y combatientes. El odio no admite rival… Una fantástica historia que te hará reflexionar. 

Erase una vez un castillo abandonado. Antigua morada de grandes y generosos reyes. Estaba casi derruido, la humedad hacía que las piedras de los muros brillaran ante la tenue luz de algunas antorchas. En una parte recóndita de aquella fortificación prácticamente arruinada, estaba la habitación del príncipe, asegurada dentro de la roca misma de la montaña que le servía de cimientos. Y ahí estaba él, solo, mordisqueando sus furias y resentimientos. El rostro que alguna vez había sido bello estaba lleno de cicatrices, y la crueldad de aquellos ojos era rivalizada únicamente por una sonrisa amargada que le daba ese aspecto tan feroz como nocturno.


El soberano esperaba impaciente la llegada del prisionero. Había sido una larga cacería. Toda la astucia del príncipe (que no era poca) fue necesaria para atrapar a su odiado disidente. Las frenéticas tropas habían acosado a su objetivo desde tiempos que ya no podía ni siquiera recordar. Sin embargo su adversario parecía invencible. De todos los obstáculos que hábilmente le había colocado salía siempre librado misteriosamente.

La corte entera esperaba la acariciada promesa de aquel mercenario: “Yo lo mataré”.

Junto al príncipe merodeaban nerviosos guerreros de un aspecto estremecedor. En una esquina, se encontraba un personaje con un martillo. Sus golpes eran contundentes, tenía una fuerza portentosa. Sus sorpresivos ataques eran de una efectividad sorprendente, particularmente ante oponentes de corazón débil. Él había tratado de aniquilar una y otra vez al enemigo del príncipe, pero su martillo y sus ataques sorpresivos mellaban las fuerzas del contrincante, pero no le destruían.

Mientras el guerrero del martillo daba vueltas por la habitación del príncipe, otro mercenario más temible observaba sus manos, perfectamente cuidadas. Nadie podría creer que era un guerrero, y en eso estaba su fuerza. Su rostro femenino, las maneras dóciles, un lenguaje sutil y penetrante eran suficientes para que sus contrincantes quedaran rendidos a los pies sus perfumados encantos. Sin embargo, tras aquel rostro bello y atrayente había un corazón podrido.

Había muchos otros servidores y combatientes que también habían intentado destruir al enemigo del príncipe. Estaba el gigante de piedra que aplastaba cualquier cosa a su paso, la mujer de hielo que congelaba cuanto tocaba, la mendicante que robaba todos los recursos materiales de sus enemigos y los dejaba sin medios para combatir, también estaba la peste, que a los corazones más curtidos acababa haciéndolos caer en la desesperación.

Y a pesar de tan feroces adversarios, el enemigo del príncipe siempre había salido airoso de todos los combates. Maltrecho, herido, lastimado en lo más profundo, pero vivo, y es que bastaba con que quedara un pequeñismo aliento de vida para que volviera a crecer y, peor aún, a fortalecerse.

Todos los intentos habían sido vanos, hasta que llegó un nuevo mercenario de una región alejada. Cuando le vieron entrar a la corte del príncipe todos se burlaron de él. Su aspecto no tenía nada de temible. Parecía un campesino común y corriente. Pasaba desapercibido por donde merodeaba. Aquel aspecto ordinario era su escudo, más efectivo que uno de hierro forjado. Cuando se presentó al príncipe prometiendo que mataría al enemigo todos rieron con excéntricas carcajadas. Sin embargo, nadie rió cuando extendió su mano y mostró unos pequeñísimos alfileres. El guante que protegía las manos de aquel mercenario de aspecto vulgar contenía miles de millones de diminutos alfileres. Al instante los arrojó hacia uno de los soldados de la corte. Nadie vio aquellas insignificantes agujas volar por el aire. Ninguno vio tampoco cómo penetraron la armadura del soldado. Ni siquiera la víctima sintió cómo se clavaron aquellas puntas afiladas en su carne. El personaje dijo al príncipe “No tengo prisa. Puedo matar a tu enemigo como ya he matado a tu soldado. Lo ves de pie, y no siente nada. Volveré en seis meses y me dirás si crees que puedo aniquilar a tu adversario.”

Y, efectivamente, pasaron seis meses. El soldado comenzó a sangrar a las pocas semanas. Eran gotas imperceptibles. Las puntas de los alfileres se habían clavado en su carne creando millones de heridas imperceptibles, tan menudas que era imposible verlas y por tanto curarlas. El soldado sufrió una agonía larga, aunque indolora. Simplemente moría un poco cada segundo. Hasta que un día, sin que nadie pudiera evitarlo, el soldado cayó muerto ante el irremediable mal que el mercenario había arrojado sobre él.

El príncipe, con mueca maligna, esperaba ansioso la llegada del cautivo, su perenne enemigo había caído en su trampa, creyendo que aún estando preso nada podrían contra él. “Muy equivocado” meditó el príncipe.

Las horas de espera fueron largas y llenas de agitación. El mismo aire escapaba de los pulmones del soberano que esperaba ansioso la llegada del cautivo.

De pronto, se abrieron las puertas del recinto y los soldados arrojaron al centro de la pieza una figura de deslumbrante belleza. Ni siquiera los golpes brutales habían podido empañar aquel rostro resplandeciente. No era esa belleza lo que enervaba al príncipe, era aquel poder que tenía de rejuvenecer a quien tocara, de llenar de esperanza el corazón que acariciaba. El soberano del castillo detestaba profundamente el brillo que aquel enemigo imprimía en aquellos a los que se acercaba.

El príncipe se puso de pie y se acercó al prisionero macilento. Sin tocarlo (no podría soportarlo) le habló muy cerca del oído.

-Te has burlado de mí. Me has humillado, has hecho lo que has querido en lo que me pertenece. Has resistido todos mis ataques. El Mal Carácter, con su martillo te debilitó, pero seguiste en pie. La ambición con su belleza sensual te arrebató pero no te mató. Y lo mismo ocurrió con la Enfermedad, la Pobreza, y con todos mis aliados.

El príncipe sonrió malévolo y mientras caminaba en círculos contra su contrincante, paladeando el momento de su triunfo.

-Creíste que todo lo podías… mmmm… Amor… Amor… –repitió el príncipe diciendo aquel nombre casi con asco- ¿Quién te crees tú que eres? ¿De donde has salido? ¿Por qué osas meterte en mis dominios? ¿No sabes que tengo poder en toda la tierra? ¿No sabes que soy mas astuto, más viejo, más inteligente y más poderoso que tus seres humanos, a los que tanto cuidas? Amor… Qué nombre tan repugnante. “Nada puede contra el amor” –dijo el príncipe con expresión burlona- “El amor lo puede todo, el amor rompe barreras” ¡Basura! –la expresión del príncipe se volvió rabiosa y atroz y mientras hablaba sus manos temblaban de la ansiedad con las que las pronunciaba. “Este es MI tiempo, MI momento, MI mundo…”

El príncipe se desplomó pesadamente en su trono.

-Pero ha llegado tu fin. ¡Traigan al mercenario!

Las órdenes fueron cumplidas de inmediato, y ahí apareció la ordinaria figura del interesado. Caminó hasta donde estaba el amor. Con rostro flemático le observó.

El príncipe dijo entonces “¡Hazlo!”. El guerrero de aspecto normal metió su mano enguantada en una bolsa y extrajo una miríada de sus artefactos mortales. Hizo el ademán necesario para arrojarlo cuando el príncipe interrumpió la ejecución.

-¡Espera! Antes de que lo hagas… ¿Cuál es tu nombre?

El combatiente ordinario solo pronunció dos palabras.

-La rutina.

Fuente: http://encuentra.com/noviazgo_y_matrimonio/el_enemigo_invencible_14868/
1. La pureza ayuda a tener una buena comunicación con tu pareja.

Cuando una pareja de novios vive la abstinencia sexual, su comunicación es buena porque no se centran solamente en el placer sino en la alegría de compartir puntos de vista y vivencias, además, sus conversaciones son más profundas. Por el contrario, la intimidad física es una forma fácil de relacionarse pero eclipsa otras formas de comunicación. Es un modo de evitar el trabajo que supone la verdadera intimidad emocional, como hablar de temas personales y profundos y trabajar en las diferencias básicas que hay entre ambos.


2. Crece el lado amistoso de tu relación


La cercanía física puede llevar a que los adolescentes piensen que están emocionalmente cercanos, cuando en realidad no lo están. Una relación romántica consiste esencialmente en cultivar una amistad, y no hay amistad sin conversación y sin compartir intereses. La conversación personal crea lazos de amistad, y ayuda a que uno descubra al otro, que conozca sus defectos y sus cualidades. Algunos jóvenes se dejan llevar por las pasiones y cuando se conocen en profundidad, se desencantan. Y no se conocieron porque no llegaron a ser amigos, sino novios con derechos.

3. Hay mejor relación con los padres de familia de ambos.


Cuando el hombre y la mujer que se respetan mutuamente, maduran su cariño y mejoran la amistad con los padres de ambos. Generalmente, los padres de familia prefieren que sus hijos solteros vivan la continencia sexual, y se sienten mal si saben que están sexualmente activos sin ser casados. Cuando una pareja sabe que debe de esconder sus relaciones sexuales, crece en ellos la culpa y el stress. Los novios que viven la pureza se relacionan más cordialmente con los padres de familia propios y de la pareja.

4. Te ves más libre para cuestionar si ese noviazgo te conviene.

Las relaciones sexuales tienen el poder de unir a dos personas con fuerza, y pueden prolongar una relación poco sana basada en la atracción física o en la necesidad de seguridad. Una persona se puede sentir “atrapada” en una relación de la cual quisiera salir pues en fondo no la desea, pero no encuentra la salida. Una persona casta puede romper con mayor facilidad el vínculo afectivo que lo ata al otro pues no ha habido una intimidad tan poderosa en el aspecto físico.

5. Se fomenta la generosidad contra el egoísmo.

Las relaciones sexuales en el noviazgo invitan al egoísmo y a la propia satisfacción, inclinan a sentirse en competencia con otras personas que puede resultarle más atractivas a la propia pareja. Se fomenta la inseguridad y el egoísmo pues, empezar a entrar en intimidades, invita a pedir más y más.

6. Hay menos riesgo de abuso físico o verbal.

El sexo fuera del matrimonio se asocia a la violencia y a otras formas de abuso. Por ejemplo, se da más del doble de agresión física entre parejas que viven juntas sin compromiso, que entre las parejas casadas. Hay menos celos y menos egoísmo en las parejas de novios que viven la pureza que en las que se dejan llevar por las pasiones.

7. Aumenta el repertorio de modos de mostrar afecto.

Los novios que vive la abstinencia encuentran detalles “nuevos” para mostrar afecto; cuenta con inventiva e ingenio para pasarla bien y demostrarse mutuamente su interés. La relación se fortalece y tienen más oportunidad de conocerse en cuanto a su carácter, hábitos y en el modo de mantener una relación.

8. Hay más posibilidades de triunfar en el matrimonio.

Las investigaciones han demostrado que las parejas que han cohabitado tienen más posibilidades de divorciarse que las que no han cohabitado.

9. Si decides “romper” esa relación, dolerá menos.

Los lazos que crea la actividad sexual por naturaleza, vinculan fuertemente, entonces, si hay una ruptura, se intensifica el dolor que produce la ruptura por los vínculos establecidos. Cuando no se han tenido relaciones íntimas, y deciden separarse, la separación es menos devastadora.

10. Te sentirás mejor como persona.

Los adolescentes sexualmente activos, frecuentemente pierden autoestima y admiten vivir con culpas. Cuando deciden dejar de lado la intimidad física y vivir castamente, se sienten como nuevos y crecen como personas. Además, mejoran su potencial intelectual, artístico y social. Con el sexo no se juega. Cuando alguien te presione, piensa en lo que vas a responder: “Sólo te lo pido una vez, y no insistiré más” / “Eso es justo lo que me preocupa. Prefiero conservarme para alguien que me va a querer toda la vida”.

Fuente: http://encuentra.com/noviazgo_y_matrimonio/10_razones_para_vivir_la_abstinencia_en_el_noviazgo17303/