Los hijos de padres que no se han casado o que han roto su matrimonio tienen más probabilidades de ser víctimas de la pobreza, de la dependencia, del abuso de sustancias adictivas, del fracaso escolar, de la delincuencia juvenil, de un embarazo a una edad temprana sin estar casado, y de muchos otros comportamientos que conllevan a la destrucción personal. Este riesgo aumenta aún más cuando las familias y el vecindario están llenos de hogares sin padres. En especial, en el caso de Estados Unidos, el fracaso matrimonial ha afectado seriamente a la comunidad afroamericana, y amenaza al apreciado ideal norteamericano de la igualdad de oportunidades, ya que priva a adultos, y especialmente a los niños, del capital social que necesitan para crecer. Precisamente porque queremos erradicar las desventajas sociales derivadas de la raza y la clase social, vemos en las barreras culturales, económicas y otras similares (que no fortalecen el matrimonio en los barrios pobres y especialmente entre las minorías raciales con un alto índice de rupturas matrimoniales), un problema serio que hay que resolver con persistencia, generosidad e ingenio.


La economía y el estado democrático modernos dependen de las familias para formar a la nueva generación de contribuyentes y trabajadores productivos. Esta renovación en el desarrollo del capital humano es uno de los ingredientes principales de la economía nacional, que ahora está en peligro en las sociedades con una población cada vez más envejecida y con unos índices de natalidad más bajos que los de mortalidad. Es en el ambiente familiar donde los jóvenes desarrollan hábitos de trabajo estables y una autoconfianza bajo la tutela de sus padres, y este aprendizaje prepara, a su vez, las bases para el futuro desarrollo de unas aptitudes útiles y necesarias para tener una profesión. 
El matrimonio antepone los intereses de las personas a los propios, y así reduce la tendencia de los individuos y grupos a tomar decisiones irreflexivas e imprudentes que desperdicien la herencia de las futuras generaciones. La familia también proporciona vínculos de confianza y capital que son como los cimientos de una pequeña empresa (también de algunas grandes sociedades anónimas), que son clave para el vigor de la economía de una nación. Además, los cónyuges e hijos adultos ayudan a los enfermos y a los ancianos, mantienen la solvencia de los programas de pensiones y de los seguros sociales al prestar asistencia no remunerada a sus seres queridos, pagan los impuestos, y tienen hijos que formarán las futuras generaciones de trabajadores contribuyentes. En otras palabras, sin familias que prosperen, la salud a largo plazo de la economía moderna corre peligro.


La sociedad civil también se beneficia del orden que supone un matrimonio estable. En sí, las familias son  pequeñas sociedades, y la unión de confianza que establecen de generación en generación y entre las familias de los cónyuges, es un componente clave del conjunto de la sociedad. El vínculo que el matrimonio crea y mantiene entre los familiares de cada cónyuge es un ingrediente importante para el “capital social”, que facilita la creación de muchos grupos privados y asociaciones cívicas beneficiosas. Las virtudes que se adquieren en la familia –generosidad, abnegación, confianza, autodisciplina– son decisivas en cualquier ámbito de la vida social. Los niños que crecen en familias rotas no suelen adquirir estos aspectos comunes en su carácter. Cuando existen muchas rupturas o cuando las personas no se casan, la sociedad se ve perjudicada por un gran número de patologías sociales, por ejemplo, aumenta la pobreza, las enfermedades mentales, la delincuencia, el uso de drogas ilegales, las depresiones clínicas y los suicidios.


El ambiente familiar que proporciona el matrimonio permite que los hijos crezcan, maduren y prosperen. Para los jóvenes, que aprenden de sus padres y de sus hermanos, el matrimonio forja su sociabilidad y sus virtudes. En especial, las parejas casadas satisfacen la necesidad de sus hijos de conocer sus orígenes biológicos, los une a su madre y a su padre, establecen un ambiente de amor en el que crecen, supervisan su educación, su desarrollo personal, y determinan su identidad mientras aprenden a moverse en un mundo más amplio. Éstos no son simplemente beneficios deseables, sino lo que les debemos a los hijos como seres vulnerables llenos de un gran potencial. Siempre que sea posible, los niños han de tener el derecho de conocer a su madre y a su padre, y éstos tienen la obligación solemne de amar a sus hijos incondicionalmente.


Los hombres casados ganan en disciplina moral y personal, gozan  de una vida doméstica estable y de la oportunidad de participar en la educación de sus hijos. Las mujeres casadas ganan estabilidad y protección, las personas reconocen a su marido como el padre de sus hijos, y disfrutan de una responsabilidad compartida y de un apoyo emocional en la educación de sus hijos. Los cónyuges se benefician de su compromiso con la institución matrimonial, y esto incluye el sentimiento de plenitud que siente cada persona cuando cumple con sus obligaciones libremente escogidas como padre o madre, marido o mujer. Las parejas que comparten un compromiso moral con la estabilidad y fidelidad conyugal suelen disfrutar de un matrimonio mejor. La ética del matrimonio, que comporta la estabilidad, la fidelidad y el cuidado mutuo, y que condena la violencia o el abuso sexual, surge del núcleo imperativo de nuestra tradición del matrimonio: que los hombres y las mujeres se casen para amarse mutuamente, “en la salud y en la enfermedad”, “para lo bueno y para lo malo”, y ordinariamente “hasta que la muerte nos separe”.


Los seres humanos son sociables por naturaleza, y la institución social del matrimonio es un bien humano muy profundo. El matrimonio es una matriz de relaciones humanas arraigada en la complementariedad sexual y en las posibilidades de procrear, y en la necesidad de los niños de tener unos padres que los alimenten y los eduquen. Crea vínculos evidentes de paternidad y pertenencia, vínculos de identidad, parentesco, e  interdependencia y responsabilidad mutua. Estos lazos de fidelidad tienen una finalidad pública crucial, así que es necesario y conveniente que el Estado reconozca y fomente el matrimonio tanto en el ámbito de la ley como en las políticas públicas. Por eso mismo, no debe sorprendernos que el matrimonio se apruebe y se promueva públicamente en casi todas las sociedades conocidas, y a menudo se solemnice mediante rituales religiosos y culturales. Las ciencias biológicas y sociales actuales sólo afirman en este campo que los beneficios del matrimonio son un bien humano que concuerda con nuestra naturaleza como seres sociables y sexualmente activos.


El matrimonio se diferencia de las demás relaciones personales por representar la unión completa entre marido y mujer –incluyendo la unión sexual, sentimental, económica, legal, espiritual y parental. El matrimonio no es la ratificación de una relación que ya existe, es el comienzo de una nueva relación entre un hombre y una mujer, que se juran fidelidad, prometen amarse y respetarse, y formar una familia que reciba con los brazos abiertos a los hijos que puedan nacer de esta unión. Esta forma de entender el matrimonio ha predominado en Europa y América desde hace más de dos mil años. El matrimonio nace de la complementariedad biológica, psicológica y social entre hombre y mujer. Normalmente, las mujeres contribuyen al matrimonio con importantes aportaciones y perspectivas, que los hombres generalmente no ofrecen. Asimismo, los hombres contribuyen con sus propias aportaciones y perspectivas que las mujeres generalmente no pueden ofrecer. Este pacto de mutua dependencia y compromiso, solemnizado por un juramento legal, se fortalece por el compromiso a la permanencia que marido y mujer se ofrecen el uno al otro –compromiso de quedarse y nunca huir, especialmente en los momentos más difíciles.


El matrimonio, considerado como una unión legalmente aprobada entre un hombre y una mujer, tiene un papel vital en la preservación del bien común y en el fomento del bienestar de los hijos. En casi todas las sociedades, la institución del matrimonio proporciona un orden y un significado a las relaciones sexuales adultas y, sobre todo, crea el contexto ideal para engendrar y educar a los niños. El buen estado del matrimonio es especialmente importante en una sociedad libre como la nuestra, que depende de sus ciudadanos para gobernar sus vidas privadas y educar a sus hijos de forma responsable, de modo que la importancia y el poder del Estado se mantengan al nivel mínimo necesario. El matrimonio es también una fuente importante de capital social, humano y financiero para los hijos, especialmente para los que crecen en comunidades pobres y desfavorecidas, y sin un acceso fácil a otras fuentes de este capital. Así, desde el punto de vista de los cónyuges, hijos, sociedad y sistema político, el matrimonio fomenta el interés público.
Pero durante los últimos cuarenta años, el matrimonio y la familia se han encontrado cada vez más bajo la presión del Estado, la economía y la sociedad moderna. La ley de divorcio, en la mayor parte de los países del mundo occidental, ha facilitado el divorcio unilateral, por lo que los matrimonios pueden terminar de una forma fácil y efectiva cuando lo desee una de las dos partes. Los cambios en los hábitos sexuales han hecho que los hijos ilegítimos y la cohabitación sean rasgos centrales de nuestro panorama social. Las producciones de cine y de la televisión se muestran a menudo indiferentes, por no decir hostiles, a las normas que hacen que la vida familiar siga siendo decente.
Las nuevas tecnologías médicas han hecho que sea más fácil para las madres solteras y para las parejas del mismo sexo tener hijos no sólo fuera del matrimonio, sino incluso sin que haya ningún acto sexual. Todo esto ha contribuido a que el matrimonio esté perdiendo su rango prominente como institución social que dirige y organiza la reproducción, la educación de los hijos y la vida adulta.  El rechazo de Occidente al matrimonio ha sido trascendental, especialmente para las comunidades más vulnerables de nuestra sociedad. Los nacimientos fuera del matrimonio, el divorcio y las madres solteras son mucho más habituales entre las familias con ingresos bajos.
Las más recientes investigaciones científicas sobre el matrimonio indican que las minorías y los pobres pagan un precio muy alto y desproporcionado cuando el matrimonio declina en sus comunidades, lo que significa que el fracaso familiar aumenta el sufrimiento entre los ciudadanos que más sufren.
La respuesta de los defensores del matrimonio a esta crisis todavía no ha influido mucho en la sociedad, aunque a menudo han alcanzado cierto éxito en las urnas (por ejemplo, en Estados Unidos). En la mayoría de los casos, los que han buscado deliberadamente redefinir el significado del matrimonio o restar importancia a su gran valor, son los que han sabido argumentar sus ideas de una manera más eficaz. A menudo, la sociedad no recapacita sobre el matrimonio o no lo hace suficientemente.
Hoy día, las llamadas a la tradición raramente representan un elemento decisivo dentro del contexto de Occidente, especialmente entre aquellos que creen que los individuos deben escoger sus propios valores, en lugar de hacer caso a la sabiduría y costumbres de generaciones anteriores. Las llamadas de las religiones, aunque sean importantes en la vida de muchos individuos y familias, no llegan a todos en una sociedad que recorta el papel de las instituciones religiosas en la vida pública. Las llamadas a los sentimientos de las personas se rechazan con facilidad por considerarse llamadas al prejuicio, que valora injustamente el "estilo de vida" de los demás. Y en una sociedad cuya moral se ha formado en la lucha por reducir el prejuicio racial y promover la igualdad de derechos, estas llamadas no sólo han fracasado y no han persuadido a la población, sino que también parecen ser señal de mala fe.
En este contexto, creemos que se requiere con urgencia la celebración de un debate a nivel intelectual sobre el ideal del matrimonio, con argumentos que lo defiendan, que sean comprensibles al público, utilizando la gran variedad de pruebas científicas sociales y la reflexión racional. No sólo está en juego el valor del matrimonio en sí, sino las razones de por qué la sociedad tiene un profundo interés en entender el matrimonio a través de normas sociales. El matrimonio se encuentra ante un ataque conceptual en las comunidades universitarias y en otros centros intelectuales de gran influencia. Defender el matrimonio implica
responder a estos ataques, valorar sus argumentos, y corregirlos si es necesario. Estamos convencidos de que el debate sobre el matrimonio puede ganarse apelando a la razón. Los principios que se citan más adelante, las pruebas y los argumentos que los respaldan, están destinados a crear una opinión favorable sobre el matrimonio.
Somos conscientes, por supuesto, de que el debate sobre la normativa del matrimonio en nuestra sociedad adquiere necesariamente un matiz emocional. A todo el mundo le importa este aspecto de su vida personal, y estamos de acuerdo con los críticos del matrimonio en que algunas cuestiones están en juego, como la de la identidad sexual, la de la igualdad de género y la de la felicidad personal. En cuanto a las leyes del matrimonio, no planteamos el supuesto de que todas las personas tengan que estar casadas o que el matrimonio y la familia sean las únicas fuentes de bienestar en sus vidas. Tampoco deseamos negar ni restar
importancia a la obligación de la sociedad de cuidar del bienestar de todos los niños, sin reparar en la familia a la que pertenecen.
Aun así, pensamos que, precisamente como profesores universitarios y pensando en nuestros alumnos, debemos redactar este comunicado, ya que el matrimonio es sobre todo una elección que deben tomar los jóvenes. Ellos necesitan argumentos para contrarrestar las ideas dominantes que hoy en día acusan al matrimonio de injusto e indeseable, y necesitan saber qué es el matrimonio para poder mantener sus propios matrimonios y educar a sus hijos. Como ocurría en las culturas anteriores, una pareja casada constituye la base para establecer un modelo de reproducción y de educación, que todavía es necesario en una sociedad
grande, moderna y democrática. Nuestros principios constituyen un resumen del valor de la vida matrimonial y familiar que se construye a partir del matrimonio, una elección que la mayor parte de las personas quiere llevar a buen fin y que la sociedad debería aprobar y respaldar.

Texto del libro: 
Matrimonio y bien común: Los diez principios de Princeton
SOCIAL TRENDS INSTITUTE
Barcelona – Enero de 2007