Muchos de los que piensan divorciarse lo que desean es nuevas sensaciones y emociones; quieren un estado en el que la adrenalina domine su vida: manejar a gran velocidad, ir de fiesta y tomar la mayoría de los fines de semana, desean que todo sea un juego, donde se sucedan las cosas, la música, el sexo, etc. sin responsabilidades, sin tener que pensar, sin problemas. Desean ir a donde el corazón les lleve, sin importar su continuo biográfico y su realidad como personas, esposos y tal vez padres.
La cuestión aquí es reflexionar si un estilo de vida así, realmente proporciona la tan ansiada felicidad o si simplemente es una ilusión, un espejismo que se nos vende de forma irresponsable. Tal vez, un cambio de actitudes en los cónyuges es todo lo que hacía falta para reavivar su vida conyugal, lograr que su matrimonio sea más satisfactorio y  los haga sentir más felices.

Las claves para reavivar una relación matrimonial.

Los cónyuges han de tratar de redescubrirse como las personas únicas e irrepetibles que son. Tienen que volver los ojos al otro para estimarse mutuamente, para apreciar a la persona en la que se han convertido tras el trascurso del tiempo, luchar por convertirse en un bien uno para el otro, poner todos los medios necesarios para rescatar la unidad que son, que es su mayor bien y lo que les garantiza la plena realización de su ser conyugal y personal.
 Es importante tratar de vivir un “amor inteligente” como lo llama Enrique Rojas. El objetivo es constituir una relación afectiva sólida, a través de los años y de la profundización del ser personal y conyugal.
Quienes se quedan solo en las emociones o pasiones están en un nivel hermoso del amor pero superficial, que con el tiempo y la habituación a esas emociones y pasiones les llevará irremediablemente a un escenario de querer más, al deseo de volver a sentir como la primera vez. Es como si en la edad adulta se quisiera retornar a la infancia. Les pasara como cuando compramos un automóvil nuevo, con el paso del tiempo la emoción ya no es la misma, y se puede llegar incluso a la insatisfacción y al deseo de cambiarlo por un modelo nuevo. Pero, quien actúa así en el matrimonio está cometiendo un gravísimo error, porque se está reduciendo a la persona al nivel de cosa reemplazable; se ha perdido de vista su valor único dentro de la creación y de la historia de la humanidad, se ha perdido de vista su vida interior, su espiritualidad o a la inversa, hemos descuidado nuestra vida interior y hemos dejado que el ruido del mundo y sus tendencias nos nublen la vista de lo valioso y hermoso de un matrimonio unido y armonioso.
Es verdad que en ocasiones deseamos sinceramente que nuestro cónyuge este lejos y tal vez no deseemos verlo; pero si pensamos o experimentamos la vida lejos de él la perspectiva cambia, por ejemplo, cuántas veces hemos sido testigos de cónyuges divorciados que en el momento que se enteran de que el otro se encuentra grave o en situación de necesidad, inmediatamente se responde acudiendo a su lado para cuidarlo con el cariño y ternura de los primeros días de matrimonio, y hasta se estaría dispuesto a dar la vida por él o por ella. Esto es así porque los sentimientos pasan y el verdadero amor permanece porque es muchos más que pura emoción.
El amor conyugal es una realidad polifacética que incluye la atracción sexual, las sensaciones de bienestar y de tranquilidad por la cercanía, la complacencia mutua, la paz interior de saberse amado por alguien que te vive como a sí mismo; es una relación libremente elegida para vivir por amor y para amar, donde el compromiso es construir la vida más hermosa que podamos para el otro y para nuestros hijos.
Los cónyuges con problemas han de pensar que las sensaciones y emociones positivas son lindas, pero no son perdurables, afortunadamente para quienes quieren vivir un matrimonio a tope, éste se encuentra en el tiempo y en el espacio, y precisamente por eso, posee como elemento de su propia naturaleza la capacidad de perfeccionarse a través de acciones y actitudes mantenidas en el tiempo (pero también de deteriorarse). Y entre más pronto se pongan en marcha actitudes positivas de acogida, agradecimiento y reconocimiento mutuo más rápido se resolverán los problemas que la vida diaria siempre trae. Es precisamente cuando no se siente ganas de hacerlo, cuando estas actitudes resultan más significativas y valiosas para el rescate de la relación, pues nos hacemos a través de nuestras acciones. Así como el ladrón se hace robando, el buen cónyuge se hace viviendo como tal. El matrimonio bueno y bello se hace a través de los pequeños detalles cariñosos y generosos que mutuamente se dan y reciben los cónyuges que lo forman.
Es triste ver como, matrimonios se desintegran por el deseo de una relación nueva y prohibida que ofrece emoción. Estos cónyuges olvidan que tarde o temprano lo nuevo siempre se convierte en rutinario y que lo prohibido cuando se le da permiso pierde su encanto. Son personas que por este camino lo único que garantizaran será un futuro de sucesivas uniones fracasadas. Pero jamás encontrarán la felicidad verdadera. Se han enamorado del enamoramiento y no de la persona.
Lo que verdaderamente es más satisfactorio es revitalizar las sensaciones y emociones positivas con el propio cónyuge, con el compañero elegido para compartir una biografía de vida y amor. Vale la pena que se den otra oportunidad. Lo primero que hay que hacer es abrirse al otro, abrir los ojos, los oídos, la inteligencia, el alma, el corazón; y con voluntad firme rescatar todo lo bueno que poseen juntos. Es poner al otro como tu favorito, sobre el trabajo, los hijos, los amigos, las aficiones, la flojera, para poder descubrir un nuevo mundo de posibilidades de compañía íntima más profundos.
Yo recomiendo mucho que además de que designen un tiempo juntos y solos a la semana, para platicar, para disfrutarse, para mirarse a los ojos, para establecer planes a futuro, para platicar sobre lo que les pasa, sienten o les preocupa; también busquen cuando menos una vez al año unos días para estar en pareja lejos de la rutina diaria para revitalizar lo que son como unidad de cuerpo y alma.
También es de gran utilidad buscar aficiones o hobbys, temas comunes, que puedan disfrutar juntos, que les den ocasión de leer, de estudiar, de platicar, de gozar, de viajar, Puede tratarse del gusto por el maratón, o por algún tipo de música, o algún tema, o el cine, aquí la creatividad y la naturaleza única de cada matrimonio les mostrará cuál será su tema.
Es necesario tener presente que pueden presentarse malentendidos, confusiones, porque uno es hombre y la otra  mujer, porque venimos de diversas familias y estilos educativos, e incluso de culturas distintas. Que se suele discutir sobre la familia política, sobre el manejo del dinero, sobre los valores y directrices que ha seguir la educación de los hijos, o sobre el reparto de las tareas del hogar. Si es este su caso no se preocupen son un matrimonio común y corriente. Si no fuera así, entonces si habría que preocuparse. Estas son cosas que nos pasan como esposos y que no constituyen lo que es el matrimonio, y que hay que solucionar de una forma civilizada. Es de cónyuges sabios dar cabida al perdón generoso, al dialogo abierto y maduro, a la solución de problemas, a la escucha abierta de las razones del otro, a la contraposición de valores y creencias, etc. como buenos administradores de la relación matrimonial que son.
Pero, si creen que su problema va mucho más allá que la rutina, y del desgaste de todos los días, o tal vez del descuido mutuo; si se descubre como un problema grave de la personalidad de alguno de los dos, es mejor que busquen ayuda, porque en ocasiones puede tratarse de patologías que difícilmente la buena voluntad de los cónyuges pueda solucionar. Es mejor que como unidad que son busquen ayuda profesional, pues por separado se analiza solo una porción de su realidad matrimonial.
La crisis matrimonial tiene que ver con lo que son como personas individuales y con la unidad en cuerpo y alma que son. Y la belleza o fealdad de su historia de amor es una construcción que ustedes mismos hacen a lo largo de su vida, de la voluntad y compromiso con el que enfrenten su biografía, su historia.

BLANCA MIJARES
blancamijares@alaparmexico.com


Hasta hace cuarenta años, el matrimonio guiaba las relaciones sexuales, la procreación y la educación de los hijos para la gran mayoría de los adultos. En los últimos años, el control del matrimonio sobre estas tres competencias de la vida social ha disminuido y ha tenido serias consecuencias negativas para la sociedad en conjunto. Hay cuatro procesos (que son el triste resultado de la separación entre el matrimonio, el sexo, la procreación y la natalidad) especialmente preocupantes: el divorcio, los hijos ilegítimos, la cohabitación y el matrimonio entre personas del mismo sexo. 

• El divorcio. Desde 1960 hasta el año 2000, el número de divorcios se ha duplicado en Estados Unidos, del 20% al 45% de todas las primeras nupcias. (Nota: este porcentaje ha disminuido con moderación desde 1980.) La información parece indicar que aproximadamente dos tercios de todos los divorcios con niños involucrados que se rompieron eran matrimonios poco conflictivos, en los que los motivos de la ruptura no fueron los abusos emocionales ni la violencia doméstica. Desgraciadamente, estos niños parecen arrastrar la carga más pesada del divorcio de sus padres. Los niños de hogares rotos tienen más probabilidades de divorciarse cuando sean adultos, experimentar problemas matrimoniales, sufrir alguna enfermedad mental, cometer un acto delictivo, dejar el colegio, no tener buenas relaciones con uno o ambos padres y tener dificultades a comprometerse ante una relación. Además, en la mayoría de aspectos, volverse a casar no ayudará a los niños que han sufrido un divorcio. Los niños que crecen en familias con un padrastro o madrastra experimentan los mismos niveles de fracaso, embarazos en la adolescencia y actividades delictivas que los niños que permanecen en un hogar monoparental después de un divorcio.
El divorcio también se asocia a la pobreza, la depresión, el consumo de sustancias adictivas y una mala salud entre los adultos. En términos generales, el divorcio generalizado envenena la cultura del matrimonio más extendida, en la medida en que siembra la desconfianza y una mentalidad de poco compromiso entre los adultos casados y los que no lo están. Es muy probable que las parejas que tienen un punto de vista permisivo sobre el divorcio inviertan menos en sus matrimonios y no estén felizmente casados.  Por todas estas razones, el divorcio es una amenaza para el matrimonio, daña a los niños y tiene unas consecuencias nefastas para toda la nación.

• Los hijos ilegítimos (nacidos fuera del matrimonio). Desde 1960 hasta 2003, el porcentaje de niños nacidos fuera del matrimonio aumentó de un 5 al 35%80. Aunque muchos niños que nacen fuera del matrimonio sean el fruto de parejas de hecho (según un estudio reciente, el 42%), la mayoría de niños nacidos fuera del matrimonio pasan la mayor parte de su niñez en casa de uno de los progenitores, ya que la gran mayoría de estas parejas de hecho, incluso las que tienen hijos, acaban disolviéndose. El  mayor problema con los hijos ilegítimos es que normalmente niega a los niños la oportunidad de tener unos progenitores comprometidos diariamente con su bienestar emocional y material.
Como se apuntaba antes, los niños que han crecido en hogares monoparentales sin el beneficio que supone el matrimonio de sus padres, tienen el doble o triple de probabilidades de ser encarcelados, sufrir depresiones, tener hijos durante la adolescencia o fracasar en el colegio, incluso compensando los factores socioeconómicos que puedan distorsionar la relación entre la estructura familiar y el bienestar del niño. Para los hombres y las mujeres, tener hijos fuera del matrimonio también tiene consecuencias negativas. Las mujeres que tienen hijos sin estar casadas tienen muchas más probabilidades de estar expuestas a la pobreza, dejar el colegio y tener dificultades para encontrar un buen marido, incluso si se las compara con mujeres de ambientes socioeconómicos similares. Los hombres que tienen hijos sin estar casados tienen muchas más probabilidades de fracasar en los estudios, ganar menos dinero y tener dificultades a la hora de encontrar esposa, incluso compensando los factores socioeconómicos. Teniendo todo esto en cuenta, el aumento del número de hijos ilegítimos ha sido desastroso para niños y adultos, hombres y mujeres, para cada persona y para el conjunto de la sociedad.

• Las parejas de hecho. Desde principios de los setenta, la cohabitación se ha multiplicado por nueve en Estados Unidos, de523.000 parejas en 1970 a cinco millones en 200486. Estimaciones recientes apuntan a que el 40% de los niños pasarán algún tiempo con uno o con ambos progenitores unidos como pareja cohabitante. El aumento de las parejas de hecho en Estados Unidos es un cambio poco deseable. Las parejas de hecho tienen índices más altos de violencia doméstica, infidelidad sexual e inestabilidad, en comparación con las parejas casadas. La mayoría de los estudios reflejan que las parejas de hecho que acaban casándose tienen más probabilidades de divorciarse, si las comparamos con las parejas que se casan sin convivir juntas antes (aunque el riesgo a divorciarse de las parejas que han iniciado su convivencia después de establecer su compromiso de boda no parece ser mayor a las que se casan sin haber convivido antes)89. Las parejas de hecho no suelen tener una unión tan fuerte como la del matrimonio, y parece que
tienen mayores probabilidades de separarse. Convivir como pareja no casada no conlleva el mismo nivel de compromiso moral y legal que el matrimonio. Las parejas de hecho, a menudo, no se ponen de acuerdo sobre la situación de su relación, y no reciben tanto apoyo social de amigos y familiares como los matrimonios. Las parejas de hecho son particularmente nocivas para los niños. Los hijos de este tipo de parejas tienen más probabilidades de verse involucrados en actos vandálicos, ser expulsados del colegio y copiar en los exámenes, que los hijos de un matrimonio formado por una mujer y un hombre. Los niños que conviven con un hombre adulto con el que no están emparentados corren un riesgo mucho más alto de sufrir una agresión física o sexual que los niños de familias formadas por una pareja casada. Por ejemplo, un estudio de Misuri ha descubierto que los niños que van a preescolar y viven en hogares con adultos que no son de su familia (generalmente, el novio de la madre) corren un riesgo cinquenta veces mayor de que les maten, que los que viven con sus padres biológicos. Los niños también sufren de la inestabilidad que se asocia a las parejas de hecho. Incluso cuando los hijos de una pareja de hecho conviven con sus padres biológicos, es muy probable que vean cómo uno de sus padres deja la relación. Un estudio reciente descubrió que el 50% de los hijos de parejas de hecho ven cómo sus padres se separan a los cinco años, mientras que sólo le ocurrirá lo mismo al 15% de los hijos de parejas casadas.
Por todas estas razones, las parejas de hecho no son una buena alternativa al matrimonio, sino una amenaza, y, sin duda, no proporcionan el ambiente adecuado para educar a los hijos.

• El matrimonio entre personas del mismo sexo. Aunque la investigación científico-social de los matrimonios del mismo sexo está todavía en pañales, hay motivos suficientes por los que preocuparse sobre las consecuencias de redefinir el matrimonio, incluyendo las relaciones entre personas del mismo sexo. Primero,  y de momento, nadie puede decir de manera definitiva cómo se ven afectados los niños si son educados por una pareja del mismo sexo. La investigación actual sobre los niños educados por parejas del mismo sexo no es concluyente y está poco avanzada. Todavía no hay estudios extensos, a largo plazo y transversales, que nos puedan decir cómo afecta a los niños crecer en un hogar con padres del mismo sexo. Sin embargo, estudios extensos y empíricos ya realizados sobre el bienestar de los niños sugieren que cada sexo aporta elementos diferentes a la hora de ser padres, y que los niños se benefician si crecen con sus progenitores biológicos. Esto sugiere claramente que los niños educados por padres del mismo sexo tendrán más dificultades de identidad, de sexualidad, de relación con los familiares y de tener una perspectivas conyugales en su vida adulta, entre otras cosas. Pero hasta que no se realicen más investigaciones, no se podrá aportar conclusiones definitivas.
Con todo, existen preocupaciones todavía más profundas sobre las consecuencias institucionales del matrimonio con personas del mismo sexo. El matrimonio entre personas del mismo sexo debilita la idea de que la procreación está intrínsecamente unida al matrimonio. Esto mina la idea de que los niños necesitan una
madre y un padre, lo que debilita aún más la norma social de que los hombres deben responsabilizarse de los niños que engendran.
Finalmente, los matrimonios entre personas del mismo sexo tienen más probabilidades de corroer las normas de la fidelidad sexual, ya que los partidarios de matrimonios homosexuales y las parejas homosexuales tienden a restar importancia a la fidelidad sexual en su definición del matrimonio. Las encuestas realizadas en
Vermont a hombres que iban a casarse por lo civil con otros hombres indican que el 50% no valora la fidelidad sexual, y los índices de promiscuidad sexual son más elevados entre las parejas homosexuales.
Por ejemplo, Judith Stacey, profesora de sociología en la universidad de Nueva York y una partidaria del matrimonio homosexual, espera que el matrimonio entre personas del mismo sexo fomentará «una expansión pluralista del significado, la práctica y la política de la vida familiar en Estados Unidos, donde quizás algunos
se atrevan a cuestionar las limitaciones diádicas del matrimonio occidental y a buscar algunos de los beneficios de una vida familiar extendida a través del matrimonio de grupos pequeños...». 
Las nuevas leyes sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo en Bélgica, Canadá, Países Bajos y España, y en el estado de Massachusetts, han hecho que aumente nuestra preocupación. El matrimonio entre personas del mismo sexo se implantó en las sociedades o regiones con unos índices bajos de matrimonio y/o
fertilidad. Por ejemplo, tanto Bélgica como Canadá, Massachusetts, Países Bajos o España tienen unos índices de fertilidad muy por debajo de los índices de sustitución generacional de 2,1 niños por mujer. Son sociedades en las que el matrimonio centrado en los hijos ha dejado de ser el principio organizador de la vida adulta. Desde este punto de vista, el matrimonio entre personas del mismo sexo es tanto el resultado como el desencadenante de la abolición del matrimonio como vehículo principal para garantizar el buen orden entre el sexo, la procreación y la educación de los hijos en Occidente. Si bien queda sin duda mucho por descubrir, lo que sabemos actualmente sugiere que si aceptamos los matrimonios entre personas del mismo sexo, el matrimonio se verá incluso más perjudicado, cuando esta institución está atravesando su peor momento.

Fuente:
Matrimonio y bien común: Los diez principios de Princeton. SOCIAL TRENDS INSTITUTE. Barcelona – Enero de 2007. 
Pero, ¿por qué el matrimonio tiene un papel tan importante en la formación de los hombres y los hace mejores trabajadores, compañeros más fieles y ciudadanos más pacíficos? Parte de la respuesta está relacionada con la sociología. Las normas de la confianza, la fidelidad, el sacrificio y sostenibilidad económica asociadas al matrimonio facilitan a los hombres instrucciones claras sobre cómo deben actuar hacia sus mujeres e hijos; unas normas que no se aplican de manera clara en las parejas de hecho. Un hombre casado también aumenta su prestigio a los ojos de su mujer, de su familia, de sus amigos y de toda la comunidad cuando decide casarse, ya que muestra sus intenciones y su madurez.
La mayoría de los hombres buscan mantener su posición social ateniéndose a las normas de la sociedad. Una sociedad que premia el matrimonio forma hombres que honran a sus mujeres y cuidan de sus hijos. La biología también es importante. Una investigación sobre los hombres, el matrimonio y la testosterona ha descubierto que los hombres casados, especialmente los hombres con hijos, tienen unos niveles de testosterona más bajos que los solteros. (Los hombres que mantienen una relación de cohabitación también
tienen un nivel más bajo de testosterona que los solteros.) Las relaciones duraderas, estables, con intención de procrear, moderan los niveles de testosterona en los hombres. Por lo que vemos en los estudios sobre la testosterona, esto, a su vez, hace que los hombres sean menos agresivos, promiscuos y que tengan un comportamiento menos arriesgado.
Por supuesto, el matrimonio también afecta de forma especial a las mujeres. Cuando se trata de seguridad física, las mujeres casadas tienen menos probabilidades de ser víctimas de delitos violentos. Por ejemplo, un informe del Departamento de Justicia de Estados Unidos de 1994 descubrió que las mujeres solteras y las divorciadas tienen cuatro veces más probabilidades que las casadas de ser víctimas de un delito violento. Las mujeres casadas tienen menos probabilidades de ser víctimas de maltrato por su pareja que las mujeres que viven en cohabitación o que mantienen una relación íntima. Un estudio ha descubierto que el 13% de las parejas de hecho tuvieron discusiones violentas en el año 2003, comparado con el 4% de las parejas casadas.
Los estudios sugieren que una de las razones por las que las mujeres solteras que mantienen una relación tienen más posibilidades de ser víctimas, es que estas relaciones tienen unos índices más altos de infidelidad,
y la infidelidad es un grave problema para la pareja. Por tanto, para la mayoría de las mujeres el matrimonio es un seguro. Lo que importa no es sólo el estado civil, sino el ideal del matrimonio. Las personas casadas que aprecian el matrimonio por sí mismo –que se oponen a las parejas de hecho, que piensan que el matrimonio es para toda la vida y que creen que es mejor que sean el padre y la madre unidos en matrimonio los que críen a los niños– tienen muchas más probabilidades de formar un matrimonio que funcione, en comparación con las personas casadas que están menos comprometidas con la institución del matrimonio. Los hombres y las mujeres con un compromiso normativo del ideal del matrimonio también tienen más probabilidades de estar más tiempo juntos y de sacrificarse por su relación. Otros estudios indican que tal compromiso, en particular, tiene repercusiones en los hombres: es decir, que la devoción del hombre a su mujer depende más de sus compromisos normativos que del ideal del matrimonio, mientras que para las mujeres es todo lo contrario. Sencillamente, los hombres y las mujeres que se casan para siempre tienen más probabilidades de vivir un matrimonio feliz que los que se casan bajo el lema “hasta lo que dure
el amor”.
Lo que está claro es que el matrimonio mejora la vida de aquellos hombres y mujeres que aceptan sus obligaciones, especialmente aquellos que buscan los beneficios económicos, sentimentales y de salud de la vida moderna. Quizás algunos hombres modernos no creen que necesiten ser refinados o no desean cargar
con la responsabilidad de tener un niño; y quizás algunas mujeres modernas no creen que necesiten la seguridad que sólo un matrimonio feliz puede proporcionarles, o temen que la vida familiar interfiera en su carrera profesional. Pero los resultados dan a entender que estos deseos pueden, a veces, llevar por el mal
camino a hombres y a mujeres, y aquellos que aceptan el matrimonio son más felices que aquellos que buscan una libertad falsa en la soltería, en una pareja de hecho o en el divorcio.

Fuente:

Matrimonio y bien común: Los diez principios de Princeton. SOCIAL TRENDS INSTITUTE. Barcelona – Enero de 2007. 

Mientras que los beneficios más importantes del matrimonio repercuten en los niños, éstos también favorecen enormemente a los hombres y mujeres adultos casados. Tanto los hombres como las mujeres se benefician económica, sentimental, física y socialmente del matrimonio.
Sin embargo, debemos señalar que a menudo hay diferencias de género en los beneficios que proporciona el matrimonio, y que, para las mujeres, los beneficios dependen más de la calidad del matrimonio que para los hombres.
Las ventajas económicas del matrimonio son obvias. Los hombres y mujeres casados tienen más probabilidades de ahorrar y comprar una vivienda que los adultos solteros, incluso comparándolos con solteros o parejas de hecho con el mismo nivel social. Los hombres casados ganan entre el 10 y el 40% más que los hombres solteros que trabajan y han sido educados de forma similar. Por lo general, las mujeres casadas no ingresan más que las solteras, pero esto se debe en parte a que las mujeres casadas suelen tener hijos, lo que tiende a limitar la media de sus ingresos. Los beneficios materiales del matrimonio también se extienden a las mujeres de orígenes marginales, ya que tienen menos probabilidades de caer en la pobreza si se casan. En general, el matrimonio permite a las parejas unir sus recursos y compartir las tareas del hogar. Las obligaciones asociadas al matrimonio dan a las parejas una perspectiva a largo plazo que les permite invertir tanto en una vivienda como en otros bienes duraderos. Las normas de la madurez adulta asociadas al matrimonio animan a los adultos a gastar y ahorrar de manera más responsable. 
El matrimonio también promueve la salud física y sentimental de hombres y mujeres. Los adultos casados tienen una vida más longevas, menos enfermedades, mayor felicidad, y los niveles de depresión y de consumo de drogas son menores que en los de las parejas de hecho y en los de los adultos solteros. Los cónyuges suelen alentar a sus parejas a que se cuiden y acudan al médico en caso de que sea necesario. Las normas de madurez adulta y fidelidad asociadas al matrimonio animan a hombres y mujeres a rechazar comportamientos de riesgo y nocivos, desde tener relaciones sexuales promiscuas a consumir una gran cantidad de alcohol46. El aumento de las ganancias y la estabilidad económica que resultan del matrimonio permiten que los hombres y las mujeres casados soliciten una mejor asistencia médica. El apoyo emocional que dan la mayoría de los matrimonios reduce el estrés y las hormonas del estrés, que a menudo son la causa de una mala salud y de enfermedades mentales. Los hombres, en  particular, suelen tener una vida más larga y una salud general mejor gracias al matrimonio. Las mujeres también se ven favorecidas, pero sus ventajas en la salud dependen más de la calidad del matrimonio: las mujeres en matrimonios de poca calidad tienen más probabilidades de experimentar problemas de salud físicos y mentales que las mujeres solteras, mientras que los matrimonios que funcionan bien aportan a las mujeres un gran estímulo físico y psicológico.  
El matrimonio también juega un importante papel en educar cívicamente a los hombres. Los hombres casados tienen menos probabilidades de cometer un delito, ser sexualmente promiscuos o infieles a una pareja de muchos años, o beber en exceso. También asisten a la iglesia más a menudo, pasan más tiempo con los suyos (y menos con sus amigos), y trabajan más horas. Por ejemplo, un estudio ha demostrado que sólo el 4% de los hombres casados han sido infieles en el año 2003 –comparado con el 16% de los hombres que mantienen una relación de pareja de hecho y el 37% de los hombres que tienen una relación sexual con una mujer. La amplia investigación realizada por el sociólogo Steven Nock, de la universidad de Virginia, sugiere que las conclusiones a las que ha llegado no son el resultado de la selección de personas que han estudiado en particular, sino que realmente son el resultado directo del matrimonio. Nock ha estudiado el paso dado por los hombres de la soltería al matrimonio, y ha comprobado que su comportamiento ha cambiado en realidad tras el matrimonio: después de casarse, los hombres trabajan más duro, acuden menos a bares, van más a la iglesia y pasan más tiempo con los miembros de su familia. Para muchos hombres, el matrimonio es un rito de paso que les introduce en el mundo adulto de la responsabilidad y el autocontrol.

Fuente:

Matrimonio y bien común: Los diez principios de Princeton. SOCIAL TRENDS INSTITUTE. Barcelona – Enero de 2007. 

Un estudio descubrió que sólo el 5% de las adolescentes que viven en una familia se habían quedado embarazadas en la adolescencia, comparadas con el 10% de aquellas cuyo padre las abandonó cuando tenían seis años, y el 25% de las chicas cuyo padre las dejó cuando cursaban preescolar. Las investigaciones también sugieren que las niñas tienen más probabilidades de sufrir abusos sexuales si no viven en una familia dirigida por un matrimonio; en gran parte, eso se debe a que sus madres son solteras, cohabitan con otras personas o residen en una familia con un padrastro; por tanto, las niñas tienen más contacto con varones con los que no están emparentadas.Los niños también se benefician cuando crecen en una familia íntegra y estable. Las investigaciones han descubierto que habitualmente los niños que crecen con sus padres y madres en una familia íntegra tienen menos probabilidades de encontrarse en situaciones problemáticas que los que han crecido en otra situación familiar. 
Los niños que han crecido en una familia desestructurada tienen más probabilidades de tener problemas de agresión, de falta de  atención, de delincuencia y suspender en el colegio, en comparación con los que han crecido en familias íntegras. Algunos estudios sugieren que el comportamiento negativo que aparece tras un
divorcio es más notable en los niños que en las niñas. Un estudio ha descubierto que los niños que crecen en familias monoparentales o con sus padrastros o madrastras tienen el doble de probabilidades de acabar en prisión que los que crecen en familias íntegras. Evidentemente, un matrimonio estable y los buenos roles parentales son determinantes para evitar que los niños tengan un comportamiento destructivo hacia la sociedad y hacia ellos mismos. Prácticamente en todos los estudios citados se han tenido en cuenta factores socioeconómicos, demográficos e incluso genéticos, ya que de otra manera se hubiese podido distorsionar la relación entre la estructura familiar y el bienestar del niño. Así, por ejemplo, en el caso de una familia monoparental pobre, ésta no tiene por qué acabar destrozada o sumida en la delincuencia. Además, un trabajo reciente sobre el divorcio ha investigado a gemelos adultos y a sus hijos para diferenciar los efectos específicos del divorcio del papel potencial que los factores genéticos (y socioeconómicos) pueden ejercer sobre los hijos. Esta investigación indica que el divorcio tiene consecuencias negativas en el bienestar psicológico y social de los hijos, incluso después de tener en cuenta las vulnerabilidades genéticas de los padres que se han divorciado.
Entonces, ¿por qué las pruebas relacionan el matrimonio con una serie de resultados positivos en el comportamiento de los niños? Tanto los mecanismos sociales como los biológicos parecen justificar el valor
de un matrimonio en la vida de los niños. Desde la perspectiva sociológica,  el matrimonio permite a las familias beneficiarse de un trabajo compartido en las tareas del hogar, de dos sueldos y de los recursos económicos de los familiares de ambas partes. Por lo general, una madre y un padre casados invierten más tiempo y afecto, y supervisan más que un solo progenitor; y lo que es igual de importante, los dos suelen dirigir y mejorar su función de padres, aumentando los puntos fuertes, equilibrando las flaquezas de cada uno, y reduciendo el riesgo de que uno de los hijos sufra la furia o el rechazo de un progenitor enfadado y cansado. La confianza y la entrega asociadas al matrimonio también dan sentido a que un hombre y una mujer pasen su vida juntos, junto a sus hijos. A su vez, esta perspectiva de entrega invita, en la práctica, a invertir sentimental y económicamente a niveles más elevados en sus hijos que los padres sin pareja o que conviven con otra persona.
El matrimonio es especialmente importante para que padres e hijos se vinculen mutuamente. Para los hombres, el matrimonio y la paternidad van unidos. Como en nuestra sociedad (y en todas) el papel del padre es más discreto que el de la madre, éste depende más de las esperanzas y del apoyo social que el matrimonio otorga a los padres. El matrimonio prepara a los hombres para recibir constantemente el apoyo, las instrucciones y los consejos de la madre de sus hijos, y les da fuerza para que presten atención a estas lecciones. No es de extrañar que cuando un padre no está casado no está tan pendiente de sus hijos como lo está un padre casado. Los padres que no viven con sus hijos, los ven menos que los que viven con ellos y están casados, y en consecuencia su relación con el hijo no afecta a los resultados positivos en la educación. Por el contrario, los padres casados pueden ejercer una influencia permanente, importante y positiva sobre sus hijos, y esto es más que probable que se consiga en un matrimonio feliz.
La biología también importa. Los estudios sugieren que los hombres y las mujeres aportan diferentes puntos fuertes al matrimonio, y que la relación biológica de los padres con sus hijos tiene consecuencias importantes para los jóvenes, especialmente para las niñas.
Aunque las madres y los padres tienen mucho en común una vez que son padres, los estudios también sugieren que hay diferencias sexuales importantes. Las madres son más susceptibles a los llantos, palabras
y gestos de los bebés, niños y adolescentes, y en parte por esa misma razón, son mejores educando física y sentimentalmente a sus hijos. Estas habilidades maternales parecen tener una profunda base biológica: durante el embarazo y lactancia, las mujeres expermentan unos niveles altos de oxitocina, un péptido con función hormonal que fomenta el sentimiento filial.
Los padres de familia destacan por inculcar a sus hijos disciplina, protegerles, y estimularles a aprovechar las oportunidades y enfrentarse a las dificultades de la vida. Cuanto mayor sea el tamaño y la fuerza física del padre, unido al tono e inflexión de su voz y a la característica dirigente de su forma de hablar, mayor será su ventaja cuando se trate de disciplina; una ventaja que es particularmente eficaz en los niños, ya que hacen más caso a sus padres que a sus madres.
Asimismo, es más probable que sean los padres, y no las madres, los que animen a sus hijos a realizar tareas difíciles, superar los problemas sin rendirse y buscar experiencias nuevas. Parece ser que estas habilidades también tienen una profunda base biológica. Por lo general, los padres tienen mayores niveles de testosterona –una hormona asociada con la autoridad y la seguridad en uno mismo– que las madres.
Aunque el vínculo entre la naturaleza, la educación y los talentos específicos de los padres es sin duda complejo, no podemos olvidar las diferencias evidentes de sexo entre los padres, diferencias que el matrimonio erige en beneficio de los niños. 
La relación biológica entre padres e hijos también importa en el caso de los jóvenes. Los estudios parecen indicar que los padres biológicos invierten más dinero y tiempo en sus descendientes que los padrastros o madrastras. Un nuevo estudio realizado por un psicólogo de la universidad de Arizona, Bruce Ellis, sugiere que la presencia física de un padre biológico es importante para el desarrollo sexual de las niñas. En concreto, sugiere que una de las razones por las que las niñas que viven  apartadas de su padre biológico desarrollan su sexualidad a una edad más temprana que las que viven con su padre biológico es que es más probable que estén expuestas a las feromonas, sustancias químicas biológicas que transmiten información sexual entre personas, de hombres con los que no están emparentadas. También cree que las niñas que  están en contacto con el novio de la madre o con un padrastro alcanzan la pubertad antes que las que han crecido con madres solteras Es evidente que todavía queda mucho por investigar sobre este aspecto, pero la información parece indicar claramente que, una de las razones por las que el matrimonio es tan valioso, es que ayuda a unir a los padres biológicos con el niño para toda la vida.
Sara McLanahan y Gary Sandefur, sociólogos en Princeton y Wisconsin, respectivamente, resumen de esta manera las razones por las cuales el matrimonio es importante para los niños: «Si nos hubieran pedido que diseñáramos un sistema para asegurarnos que se cumplían las necesidades básicas de los niños, probablemente hubiésemos llegado a la conclusión que el ideal es tener un padre y una madre, o algo parecido. Este ideal, en teoría, no sólo aseguraría que los niños pudiesen disponer del tiempo y el dinero de dos adultos, sino que también les proveería de un sistema de control y equilibrio que fomentaría una educación de calidad por parte de los padres. El hecho de que los progenitores tengan una conexión biológica con el niño, aumentaría las probabilidades de que se identificasen con los hijos y quisiesen sacrificarse por ellos, y eso reduciría las probabilidades de que alguno de los padres maltratase a sus hijos». Durante las últimas décadas, hemos experimentado con varias alternativas al matrimonio, y los resultados son claros: los niños que han crecido en familias formadas por parejas casadas, generalmente superan cada etapa de la vida con más éxito que aquellos que han crecido en familias con estructuras alternativas. Aquellos que se preocupan, como todo ciudadano debería hacer, por el bienestar de los niños, deberían preocuparse por la salud del matrimonio en la actualidad.

Del libro:
Matrimonio y bien común:
Los diez principios de Princeton
SOCIAL TRENDS INSTITUTE
Barcelona – Enero de 2007
Las pruebas que vinculan la salud del matrimonio con el bienestar de los hijos son claras. Durante las dos últimas décadas, ha surgido un gran número de investigaciones científico-sociales que indican que los niños obtienen mejores resultados si son educados por sus madres y padres dentro del matrimonio. Un informe reciente de Child Trends,un órgano de investigación imparcial, resume así el nuevo consenso académico sobre el matrimonio: «Las investigaciones demuestran que la estructura familiar es importante para los niños,  y que la estructura familiar que más ayuda a los niños es una familia dirigida por sus dos padres biológicos en un matrimonio sin muchos altibajos». Otros estudios recientes sobre el matrimonio y el bienestar de los niños, presentados por la Brookings Institution, la Woodrow Wilson School of Public e International Affairs de la Princeton University, el Center for Law and Social Policy y el Institute for American Values, han llegado a conclusiones similares.
El matrimonio es importante para los niños en muchos sentidos. Nos centraremos en las consecuencias educacionales, psicológicas, sexuales y de comportamiento para los niños y la estructura familiar, empezando por la educación. Los niños educados en hogares formados por un matrimonio tienen más posibilidades de realizar actividades relacionadas con la lectura y la escritura (por ejemplo, que un adulto les lea o les enseñe las letras) mientras van a preescolar, y tener unas notas más altas en comprensión lectora cuando están en cuarto curso. Los niños en edad escolar tienen menos del 30% de probabilidades, aproximadamente, de faltar a una clase, llegar tarde o no ir a la escuela. El efecto acumulativo de la estructura familiar sobre el rendimiento escolar de los niños es más evidente en los índices de graduados de enseñanza secundaria. Los niños que han crecido en familias cuyos padres están casados tienen el doble de probabilidades de graduarse en el colegio, en comparación con los niños de familia monoparental o que conviven con un padrastro o madrastra.
Un estudio ha puesto de manifiesto que el 37% de los hijos que han nacido fuera del matrimonio y el 31% de hijos de padres divorciados dejaron el colegio, en comparación con el 13% de los hijos de familias compuestas por los padres biológicos casados.

El matrimonio también favorece la salud emocional del niño. Los hijos de parejas casadas y estables tienen menos probabilidades de padecer depresión o ansiedad, de consumir alcohol o drogas y pensar en suicidarse, en comparación con los hijos de parejas divorciadas.
Un reciente estudio sobre toda la población infantil sueca descubrió que los niños y niñas suecos que viven en familias formadas por un matrimonio tienen el 50% menos de probabilidades de intentar suicidarse, consumir alcohol y drogas, y padecer otras enfermedades psiquiátricas graves que los niños que han crecido en hogares monoparentales.
Una encuesta realizada por estudios norteamericanos sobre el bienestar de los niños descubrió que la estructura familiar era más importante que la pobreza al determinar el comportamiento y psicología de los niños. En general, los hijos que han crecido con sus propios padres y madres, están más preparados para afrontar el mundo con esperanza, confianza y dominio de sí mismos, que los que pertenecen a una familia desestructurada.
El matrimonio es también importante para vincular a los niños con sus padres biológicos y obtener una base sólida de identidad familiar.
Una investigación llevada a cabo por un psiquiatra de Yale,Kyle Pruett, sugiere que los niños concebidos por tecnologías de reproducción asistida (TRA) y que han crecido sin padres, no han satisfecho “la falta de la presencia de un padre”. El autor compara los estudios publicados sobre el divorcio y la familia monoparental. El trabajo de Pruett también sugiere que los niños concebidos por TRA sin haber conocido a
sus padres, se hacen preguntas profundas e inquietantes sobre sus orígenes biológicos. Estos niños no conocen a sus padres o a sus familiares paternos, y no les gusta vivir en una especie de limbo biológico y paternal. En comparación, los niños que han crecido con sus padres biológicos casados tienen más probabilidades de tener un sentido sólido de sus propios orígenes biológicos y de su identidad familiar.
La estructura de la familia, en particular la presencia del padre biológico, es un factor clave que influye en el desarrollo, la actividad
y el bienestar sexual de las mujeres jóvenes. Las adolescentes que crecen con una madre soltera o un padrastro tienen más probabilidades de tener la primera menstruación y desarrollarse sexualmente antes, si las comparamos con las que han crecido en hogares con sus propios padres unidos en matrimonio. Como consecuencia, las adolescentes que han crecido en familias monoparentales o con un padrastro o una madrastra tienen más probabilidades de quedarse embarazadas en la adolescencia y tener un hijo fuera del matrimonio... Continuará.

Los estados de derecho siempre han reconocido el derecho de cualquier persona a casarse, sea o no una persona religiosa.
Mientras que a menudo la ceremonia de los matrimonios religiosos y seculares difiere, el significado de esos matrimonios en el orden social siempre ha sido similar, y por eso el Estado reconoce los matrimonios  debidamente oficiados por las autoridades religiosas. Es más, las pruebas de las ciencias sociales actuales sobre la religión y el éxito matrimonial confirman la sabiduría de la tradición, que siempre ha reconocido y valorado el papel positivo que la religión ejerce cuando crea y mantiene el matrimonio como institución social4. La mayoría de los ciudadanos contrae matrimonio en instituciones religiosas. En muchos de estos casos, el sentimiento religioso acompaña y solemniza el compromiso matromonial y la posterior vida en familia. Por tanto, es importante reconocer el papel decisivo que tienen las instituciones religiosas en apoyar una cultura de matrimonio sostenible, de la cual depende toda la sociedad. Y también es importante  preservar la idea compartida de que el concepto matrimonio trasciende las diferencias entre los matrimonios religiosos y seculares, y entre los matrimonios dentro de las muchas tradiciones religiosas existentes.
La ley y la sociedad mantienen una relación dinámica: los cambios  que pueda sufrir una, a la larga, tendrán repercusión en la otra, y las dos juntas estructuran las opciones que los individuos reconocen como convenientes, aceptables y que merecen ser elegidas.
Dados los claros beneficios del matrimonio, creemos que el Estado no debería permanecer políticamente neutral, ni en el procedimiento ni en el resultado, entre el matrimonio y las diferentes estructuras alternativas de la familia. Algunas personas han intentado redefinir el matrimonio civil como un contrato privado entre
dos personas sin tener en cuenta su sexo; otros, como una unión que vincula a un número de individuos; y otros lo ven como un acuerdo contractual de duración indefinida en el que se ponen de acuerdo un número indeterminado de personas adultas. Pero con ello, un Estado minaría la norma social que fomenta el matrimonio tal como se ha entendido históricamente, es decir, la unión sexual para toda la vida, entre un hombre y una mujer que pueden tener y educar hijos. Los beneficios públicos, que sólo el matrimonio puede proporcionar, son reconocidos por personas razonables, sin tener en cuenta el punto de vista religioso o secular, y por tanto constituyen razones convincentes para reforzar la norma del matrimonio ya existente, tanto en la ley como en las políticas públicas.


Las familias fuertes que permanecen unidas estabilizan el Estado y reducen la necesidad de agencias sociales burocráticas, costosas e intrusivas. Las familias se vuelcan en sus miembros vulnerables, producen nuevos ciudadanos con virtudes como la lealtad y la generosidad, y se preocupan por el bien común. Cuando las familias se rompen, aumenta la delincuencia y el desorden social. El Estado debe intervenir y reafirmar el control social con más acción policial, con una ampliación del sistema penitenciario, con unas ayudas infantiles coactivas, y con tribunales que dirijan la vida familiar3. La falta de familias unidas pone en peligro la libertad personal, ya que el Estado intenta desempeñar, de manera coercitiva, las funciones que las familias
desempeñan connaturalmente.