Tal como resulte ser un noviazgo, eso mismo (con un estilo parecido) será después el matrimonio que le siga: ¡un buen principio prepara un buen futuro! Al respecto, las experiencias y las estadísticas no engañan.
 Dado que se aprende a amar amando, el noviazgo es el tiempo propicio para aprender y prepararse para la fidelidad, la delicadeza y la generosidad del amor. Es el momento de arraigar hábitos y costumbres propios del amor. Después, una vez casados, la convivencia puede tener momentos de mucha exigencia y es necesario estar bien "entrenados": hay aspectos de la vida que no se pueden improvisar.
El dicho «yo ya seré serio cuando me case» supone una notable ingenuidad: cuando uno se casa sigue haciendo lo mismo que hacía antes, por el sencillo hecho de que los hábitos nos marcan.
A continuación -sin pretensión de ser exhaustivos- señalamos algunas "tareas" y medidas de las cuales hay que tener cuidado durante el noviazgo, con el fin de profundizar en la fidelidad del amor. 
Relacionarse con personas "normales". Es decir, tratar a personas que estudien, que trabajen, que tengan una jerarquía de valores, etc. Puede parecer un consejo de lo más simple: no es así, puesto que la experiencia enseña que con el paso del tiempo se descubren cosas raras que "matan" el matrimonio; cosas que, sin embargo, después se comprueba que ya estaban presentes antes de casarse. 
Comenzar la mutua armonización. Conocerse y comprobar la coincidencia en aquello que es básico: por lo menos hay que compartir el mismo concepto de amor y el mismo proyecto de vida. Sin eso, es difícil compartir más cosas. Conviene hacer planes: haciendo cosas es como cada uno actúa tal como es, y así se ponen al descubierto la feminidad y la masculinidad. De ese modo van apareciendo las diferencias y puede darse comienzo al proceso de superarlas: las diferencias -en sí- no son un impedimento para el amor, sino la ocasión para manifestar amor.
La vida es "argumental", es decir, es siempre -y por esencia- futuro, anticipación, proyecto, pretensión, ilusión de porvenir, afán de empeños y propósitos. Conviene, pues, que los novios vayan tejiendo un "argumento" en su vida, integrado básicamente por amor, trabajo y cultura.
Estos objetivos -mutua armonización y "argumentar" la vida de la pareja- pasan por la comunicación. En primer lugar, comunicación cultural, ya que es importante que ambos tengan niveles parecidos. Y, en segundo lugar, comunicación espiritual, que consiste en cosechar y compartir valores y horizontes profundos (incluso la experiencia de la oración), de modo que el amor no quede a nivel de simple atracción o de mero mutuo aprecio. Es en lo profundo donde se puede armar un proyecto de vida.
Saber avanzar algunos aspectos de la futura «con-vivencia» matrimonial: a los novios les conviene empezar a compartir (de una manera gradual) tantas cosas de la vida.
Profundizar en el amor mediante el enamoramiento y la admiración respecto de los valores interiores. Este objetivo también pasa por la comunicación (en este caso, la comunicación psicológica, en la que se ponen en juego la vida emocional y la manera de ser de cada uno).
Cuando una chica y un chico se aman de verdad, cada vez que uno de ellos dice "te amo" suena como si lo dijera por primera vez. En este caso, cualquier pequeño detalle de delicadeza causa emoción. Los bienes espirituales no se agotan y causan siempre una alegría nueva. Y la pureza (o "ecología", si se prefiere) de corazón y de costumbres da esta sensibilidad para emocionarse espiritualmente sin necesidad de "descargas" de sensualidad. En cambio, el trato corporal desvinculado del amor espiritual causa cada vez mayor ansiedad, pide más estímulo y aburre (la solución final acostumbra a ser el cambio continuado de pareja para probar cosas nuevas, y quien entra en esta dinámica queda inhabilitado para el amor matrimonial).
Fuente: mailxmail.com