Una relación saludable se debe basar en el respeto mutuo. Las personas que se respetan sienten orgullo por el otro. Se aceptan y gustan como son en realidad. Además, escuchan y valoran las ideas y opiniones de cada uno.

Pregúntate si existe el respeto entre tú y tu pareja.

  • Normalmente, ¿escuchan las ideas y opiniones de cada uno?
  • ¿Se tratan como amigos?
  • ¿Sienten orgullo por el otro?
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Si respondiste afirmativamente a estas preguntas, es probable que tu relación se base en el respeto, lo que es un buen signo para ti y la salud de tu relación.
Sin respeto, las relaciones pueden ser dolorosas. Muchos pensamos que sólo con una bofetada o un golpe se puede lastimar a otro. Sin embargo, los insultos y las palabras hirientes también causan dolor y pueden destruir nuestra autoestima, cómo nos sentimos con nosotros mismos.


Tu pareja…

  • ¿Te hace sentir que eres una persona desagradable, estúpida o insegura de sí misma?
  • ¿Te dice que nunca hubiera logrado nada sin tu ayuda?
  • ¿Te dice que estás loco o que eres un estúpido?
  • ¿Te ignora o se burla de tus sentimientos o ideas?
  • ¿Desprecia tu raza, familia, cultura, religión, ingresos o vecindario?
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Si respondiste afirmativamente a algunas de estas preguntas, es posible que sientas que tu pareja no te respeta.
Educar no es domesticar, incluye la visión de la libertad como una dimensión esencial de la persona. Ningún hombre puede alcanzar su propio destino en soledad, sin la ayuda y orientación de otros. Nadie podrá jamás hacerse por sí mismo. Debemos nuestro origen a otro, somos originalmente deudores, todo se lo debemos a alguien que no somos nosotros mismos. Para realizarnos tenemos necesidad de otros, por ello la educación es tan importante, hay que iluminar la inteligencia, fortalecer la voluntad y limpiar los sentimientos del egoísmo, considerando siempre que un buen maestro influye más que por sus palabras por su testimonio. 
Lo que conmueve, convence, impacta y estimula será su personalidad. Los jóvenes suelen expresar las actitudes profundas de los mayores: si ellos gozaran de una mayor libertad interior y de una sana independencia de su entorno, los hijos serían distintos, más independientes y más libres. Por tanto es bueno crecer en la conciencia de nuestra responsabilidad. No se vale que nos quejemos de las sociedades que tenemos, nosotros mismos las hemos creado así. Hoy, más que nunca hace falta salir de las manipulaciones, mostrar un rostro único y adquirir un estilo propio de vida. Pero para sentirnos fuertes y libres es preciso sentirnos amados. El amor es decisivo para la salud emocional y la maduración personal, nadie puede vivir sin amor. Por eso, cuanto más amamos a un niño, mejor crece y más confianza le va teniendo al mundo, pero se trata de un amor que no lo ata, si no que le permite ser enteramente ‘otro’ ser libre, emprender su vida con firma de autor. Cuando un niño no es tomado en serio, reacciona con desconfianza, se siente herido en su interior y se cierra ante los demás. Cuando le respetamos, el niño puede adquirir una alegre autoestima, que posibilita su educación. La libertad no consiste en dejarse llevar ppor los impulsos. El hombre libre no es prisionero de sus cambios de humor, ni de las condiciones atmosféricas, no es preso de su sensibilidad, la gobierna. Es el que toma decisiones justas y es capaz de orientar su vida hacía una meta grande que no cambia o varía según las circunstancias.

Sin embargo, algunos padres no piensan así, prefieren la seguridad y no quieren que sus hijos salgan de la infancia. Aceptar el riesgo de la libertad de los hijos, constituye una de las pruebas más radicales de la vida de los padres. Si encierran a sus hijos, tal vez impedirán el llanto pero también ahogarán la risa. Respetar la libertad de un hijo no significa distanciarse de él, significa enseñarle a vivir, capacitarle para ser libre, a tomar sus decisiones. La verdadera autoridad hace crecer y no se convierte en una pesada carga que arruina el desarrollo. La verdad es la que nos hace libres, pero ella debe mostrarse no imponerse y para ello es preciso conversar largamente con los hijos. Si se prohíbe la crítica haces callar a los jóvenes lo que no entienden o no quieren aceptar, tal vez con ello puedas lograr una aparente paz, pero pagarás pronto un precio muy alto.

Si el educador comprende que la rebeldía puede ser sana, si son capaces de pedir perdón cuando les corresponde, si están dispuestos a aprender inclusive de los jóvenes, entonces el ejercicio de la autoridad se llena de madurez. Para ser padre, es preciso seguir siendo hijo. Cada uno necesitamos más amor del que merecemos, cada uno es más vulnerable de lo que parece.

Cuando ha obrado mal es preciso corregirle. Si no se corrige a los hijos se les puede hacer un grave daño. La falta de conciencia de la propia culpa, de la responsabilidad personal, es, quizás, uno de los rasgos más significativos del hombre actual. Sin embargo, sea como sea, conviene transmitir a todos los que han fallado que seguimos confiando en ellos, tal y como otros confían en nosotros pese a nuestras miserias. El educador no puede olvidar la tarea de mirar hondamente y tratar de descubrir lo que los jóvenes quieren expresar con su comportamiento… tal vez llamar la atención, sentirse solos, deprimidos o desesperados. Una persona puede romperse si se le exige continuamente más y más de lo mismo. Es verdad que la disciplina ennoblece, pero si es exagerada resta vigor y fortaleza. La dureza y la rigidez son cualidades de la muerte, la flexibilidad y blandura son cualidades de la vida. Si en el trato con los jóvenes se insiste en ‘machacarles’, con preceptos y amonestaciones, para que aprovechen bien el tiempo y rindan, lo único que se conseguirá son personalidades torcidas que, finalmente, han interiorizado las exigencias y ya no pueden disfrutar de la vida. Es cierto que Cristo pide frutos, pero esto ha de entenderse en el contexto evangélico y no según las claves de la sociedad del rendimiento. Es urgente aprender a observar, a sentir y a vibrar con la naturaleza, con la música, con la lectura, con la conversación, con la amistad, la entrega a los demás, con el contraste de ideas. Podemos ayudar a los jóvenes a descubrir el auténtico sentido de su vida si se tiene un proyecto vital.

Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010
¡Cuántas personas de repente se dan cuenta, quizás en una edad avanzada, que no han vivido, que no han sido ellos los protagonistas de su existencia. Hay, quienes pasan la vida ‘semiviviendo’ y hay también quienes no dejan vivir a los demás, atormentando a otros con un sinfín de reglas, controles y mandatos que ahogan los ánimos y las ganas de vivir. Ya Tácito lo advirtió en la Roma clásica “Cuántas más leyes dé el Estado, peor gobernará”. Sólo el amor nos permite vivir la fe libre y alegremente, no se puede obligar a nadie, cuando un sistema reprime la libertad de conciencia impide mucho bien.

Es claro que la Redención no ha sido decretada y se apoya en el frágil depósito de la libertad, y si está ligada a la libertad, si no ha sido impuesta al hombre, por esas mismas razones es, hasta cierto punto, destruible, como diría Benedicto XVI. La libertad es un riesgo, como el amor. Si queremos vivir a la altura no podemos renunciar a ninguno de ellos. El pecado no sólo consiste en hacer el mal, también en omitir el bien, en no actuar y no vivir por miedo a equivocarse. Los hombres tenemos derecho a la libertad aunque cometamos errores.

Todos necesitamos la experiencia de ser incondicionalmente amados. Quien no tiene esa experiencia no ama. Y quien se siente tratado como un objeto, del mismo modo trata a los demás. Si ha sido explotado explota a los demás. Por esto, en un mundo tan desvalido como el nuestro, es urgente reconocer a Dios, pues de lo contrario se carece no sólo del amor de los hombres sino también del de Dios, así jamás recuperaremos la autoestima perdida. En un ambiente en que tenemos que ocultar asiduamente nuestras debilidades para no ser juzgados fríamente, sólo podemos relacionarnos superficialmente con los demás, todo lo que nos interesa, nos duele, nos quita el sueño, nos causa contrición o compasión, lo que nos enciende de alegría o de dolor, en fin todo lo que se encuentra en el fondo del alma se queda fuera de nuestras relaciones humanas, volviéndose cada día menos estimulantes y más artificiales. En cambio, donde reina la confianza, donde se respeta a los demás, nos sentimos todos valiosos y aceptados, no es necesario ni cerrarnos ni defendernos, podemos dejar de lado la armadura y abrir el corazón y así, participar a otros nuestra intimidad. Hay personas que engendran en torno a sí un ámbito de confianza. Es como si dieran alas a los demás. Cran grandes espacios vitales en los que todos pueden desenvolverse con gozosa iniciativa. El mundo se percibe más ancho, más amplio, la vida parece más bella. Así, el hombre puede dirigirse al despliegue de su libertad personal.

Fuente: Tomado de la obra de Jutta Burggraf. Edit. Rialp Madrid 5ª.Edición 2010
La vida no es un lugar para instalarse, pero mientras andamos la travesía corremos el peligro de triunfar en lo fundamental.
Hoy, se puede entender la ascética como remedio contra los peligros de la civilización técnica. El término se funda en el verbo griego ‘askein’ y significa ‘el gusto por trabajar en mí’, por recobrar la armonía original, el verdadero dominio de sí mismo sólo puede lograrse voluntariamente, y no se trata de buscar la propia perfección, sino un amor más grande. No se trata de no hacer nada malo, sino de tener el valor de levantarse, Dios no necesita nuestra perfección, sino que le amemos, que confiemos en él.
Si tenemos una identidad falsa, superpuesta, es preciso disolverla desde dentro. Poner nuestra confianza en Dios es recuperar también nuestra confianza en los hombres, volvernos capaces de descubrir lo bueno y bello que está en el fondo de cada persona. Cuando alguien no puede confiar en nadie se hace daño a sí mismo, vive centrado en sí.