«Nos amamos, pero no nos entendemos». El sueño del noviazgo está forjado a base de comunicación personal intensa y constante. Sentirse escuchado, comunicado, es una forma elemental y necesaria de salir de la soledad y vivir como persona activa y comunicativa. Pero el proceso de la comunicación y del encuentro interpersonal e intersexual lleva consigo sus desencuentros y sus encontronazos. La comunicación de los sentimientos y de los eventuales resentimientos es un aprendizaje que hay que hacer incluso a través de las interferencias provocadas por los diversos estados de ánimo, por los intereses, por la ineludible búsqueda de realización personal de cada uno de los cónyuges. El cultivo personal, el crecimiento personal, que, de suyo, constituye una forma de enriquecer la vida de la pareja, puede ser vivido como sobrecarga o disminución del otro.



El hecho es que la comunicación profunda suele ir cediendo terreno. Va quedando a merced de las circunstancias. Van creciendo los silencios largos e hirientes. Y, en la medida en que la comunicación se hace más superficial, va creciendo la insatisfacción y la soledad. Llega el aburrimiento, la rutina, esa horrible sensación de no tener nada de que hablar…

MA/INCOMUNICACION: Existen muchas barreras que van estrechando la banda de la comunicación interpersonal e intersexual. Está, por una parte, el miedo al sufrimiento. Se va haciendo la experiencia de que las palabras hieren. Cada uno se siente vulnerable a los dardos verbales del otro. De ahí que se vaya aprendiendo el comportamiento de comprar la paz a precio de incomunicación. Por temor al sufrimiento y al conflicto. la palabra se vuelve cada vez más frágil.

Siempre es posible recuperar el pan de la palabra, el diálogo proferido. La función dinamizadora del tiempo del noviazgo reside en que actúa como revulsivo, como inspiración permanente. Aquellas experiencias de comunicación fluida impiden acomodarse a una comunicación meramente superficial. Actúan como acicate y esperanza a la hora de salir del aburrimiento y la rutina. No aquietan, sino que inquietan y estimulan. No permiten dormirse en la desilusión.

Fuente: http://bit.ly/1qbZGOc
Estamos asistiendo a la desconexión entre lo institucional y lo personal en el matrimonio. En un tiempo prevalecía lo objetivo e institucional sobre la realización personal del amor. No quedaba apenas lugar para la innovación personal e individual. Todas las pautas estaban ya marcadas. No había nada que crear. Era cuestión de repetir y reproducir lo que ya habían hecho generaciones y generaciones anteriores. Lo social e institucional prevalecía sobre lo personal. 



Hoy la relación entre lo público y lo privado ha cambiado de signo. Se pone en primer plano lo personal y privado. Los españoles de los 90 ponen en primer lugar de su jerarquía los valores pertenecientes al ámbito de lo privado: la familia, los amigos, el trabajo. Los valores de carácter social e institucional, como son la política y la religión, pasan a segundo plano. Interesan menos. Gratifican y realizan menos.

En este contexto, es claro que el matrimonio tiende también a acentuar la dimensión privada del amor. El matrimonio pertenece a la vida privada. Cada uno lo vive como quiere, como puede y como sabe. Aun cuando sean todavía una minoría los que optan por el «amor libre», por la cohabitación u otras formas de relación, parece clara la tendencia. Y, sin embargo, es inevitable que el matrimonio, basado en la relación personal de amor, tenga que asumir rasgos de carácter público. La vida de la pareja no puede reducirse a lo privado. Tiende a incorporar la dimensión social de la convivencia, que es esencial a la realización personal. En esta incorporación se hacen inevitables las crisis. El sentimiento de amor tiene que verificarse como decisión de amar, escuchar, confiar, perdonar, volver a empezar…

Lo que parecía homogéneo en las primeras etapas se va revelando como diverso. «¡Somos tan diferentes!» es una de las constataciones más repetidas por las parejas. La complementariedad inicial se va vivenciando y sufriendo como diversidad. Y como dificultad de aceptación. El amor lo logra. Esto no es fácil. Los fracasos existen. Son numerosos. «Se ha dicho que en el fondo del corazón de todo hombre, hijo de Adán, duerme un cerdo… Pero hay también dormido —¿por qué lo olvidamos siempre?— un noble caballero. Eva, ¿a cuál de los dos desterrarás? Nunca dejas a un hombre tal como lo has encontrado; saldrá de tus manos mejor o peor. Si escoges despertar al caballero, ten cuidado con el otro. En cuanto a ti, Adán, no eres inocente. No te excuses demasiado deprisa: "la mujer que me diste me ha tentado". Pero, y tú, ¿qué has querido despertar en ella?

Fuente: http://bit.ly/1qbZGOc