Como el matrimonio es una relación de naturaleza relacional sexual entre un hombre y una mujer, es importante no descuidar las relaciones sexuales, y como en las relaciones sexuales nos acogemos tal y como somos es importante presentarnos guapos, limpios, es decir, agradables a los sentidos.


Pero para alcanzar el paraíso de una relación sexual plena no deben descuidar su emotividad, solo si son unidad de almas podrán ser realmente plena unidad de cuerpos. Por eso, hay que descubrir lo que el otro desea y necesita, expresarle palabras y gestos  de amor, ayudarle en sus labores cotidianas, procurar hacerle la vida más agradable y vivible, según el momento y las circunstancias. Actuar generosa, inteligente y virtuosamente seduce.

Al cónyuge bueno se le ama por convicción y no por obligación, es atractivo porque domina su temperamento y se ha forjado un carácter amable, pero a la vez firme y con ideas claras, gracias a su formación espiritual. No se trata de un extraterrestre, un cónyuge bueno es una persona que acoge deseos, exhibe virtudes y sufre carencias y necesidades como cualquier otro. La clave se encuentra en tratar de enganchar todo estos con lo del cónyuge para ayudarse a vivir la vida y a hacerse más felices y mejores personas.

El arte de la belleza en el matrimonio exige energía y cuidado, que en ocasiones podrá resultar agotador, pero que vale la pena intentar. Cuando una pareja de esposos logran el equilibrio se sienten mejor cuando están juntos que cuando están lejos, se enriquecen mutuamente con las virtudes del otro, se fascinan compartiendo en exclusiva su vida, juntos se sienten importantes, únicos y originales, pues siempre prestan una extraordinaria atención al otro, ensalzan sus virtudes, fulminan sus complejos, se aprueban constantemente, y al hacer todo esto, fortalecen y garantizan su unidad.  La necesidad que todos tenemos de ser aprobados, amados, atendidos y entendidos se ve satisfecha y ya no podemos prescindir de ella.

Pero, aún así, hay algo que se conserva, algo que se guarda en el corazón, algo que nos mantiene siendo nosotros mismos, que nos da la confianza y ecuanimidad en los momentos difíciles, y este algo es Dios en nuestro corazón, es vivir en Él y Él en nosotros. Solo en compañía de este tercero la relación matrimonial podrá alcanzar las profundidades y belleza que solo el amor Divino puede impregnar a la mejor relación conyugal  humana.

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